08 abril 2014

¡ANGELITOS!

                Llegan en vuelo rasante y se cuelan por donde pueden. Como no saben hablar nunca sabremos que habrían dicho de la crisis que han encontrado y que es quien los trae.
            Martin es un pepón al que dejó abandonado la madre que le parió dos horas después de traerlo al mundo. A Luis se lo encontraron, al poco de nacer, adormecido entre sus padres en un garaje, pesebre de chapa y pintura. A la entrada de una farmacia, dejaron a Julia, como un diagnóstico de urgencias, como un jarabe sin prospecto. Pablo fue abandonado en una jardinera junto a un portal, el belén de una madre sin medios a causa de esta crisis. Y en una cestita está Laura, que sólo tiene 11 meses y que ya ha recibido la herencia de los padres. En vida. Como un adelanto de la muerte.
Laura (nombre ficticio como el del resto) nació con 26 semanas, con síndrome fetal alcohólico severo y secuelas neurológicas, con daños en los pulmones, en el corazón y en el riñón, está ciega del ojo derecho y sólo tiene algo de visión en el izquierdo. Y llora, vaya que si llora. Como yo cuando me acerco y la beso.
Todos son nacidos en España. Todos son hijos de la crisis. Antes la mayoría de los niños que se quedaban en la calle eran extranjeros. Ahora están empezando a ser críos de aquí. «Pasan con nosotros como máximo seis meses, hasta que se decide qué hacer con ellos» después lo mejor es que estén con su familia, nada como estar con la madre y con los hermanos. De todos hay un retrato, como de un aula de guardería forjada a través de los años. El responsable de acogimiento me explica que antes maldecía a estas madres 25 veces al día. Pero ya no. No sabe las circunstancias de vida de esas madres, ni las oportunidades que están teniendo.
A los niños les hacen fotos a los ojos al llegar. Para ver cómo evoluciona la mirada mes a mes. Desde la mirada perdida que traen al principio al brillo luminoso que destilan al final.
Dijeron los médicos que era posible que Laura no fuera capaz de andar, ni de hablar, ni de ver. Y más. Por eso cuando la veo tan frágil con esa carita como preguntándote qué me pasa. Cuando ves que lo único que les consuela es que les toques, que acaricies su piel, yo me acerco a su carita y les digo: «Te vas a curar, te va a ir bien, vas a ser feliz».
Si no me crees llama a la casa de acogimiento y que te cuenten. Ya verás el pellizco que se te coge en el estómago.

Nono Villalta, abril 2014




1 comentario:

  1. Me ha gustado el continente, me repele la realidad del contenido. !qué pena y qué asco!

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