He de dar
desde aquí las más profundas gracias porque en el acto de presentación del
libro del pasado día 5 (casi me avergüenza decir, de mi libro), me sentí
acompañada, arropada, ¿protegida?, en primer lugar por mi familia, que aunque
tiene su mérito, no deja de ser parte interesada y por tanto no neutral, y
después por mis compañeras de afición compartida y por mis compañeros de
Amaduma y otros amigos. Todos ellos, todos vosotros, los que llenasteis el
salón de actos de La Merced, lograsteis que me sintiera apreciada, valorada, y
el libro casi se ha convertido en la excusa para que este hecho tuviera lugar.
Desde la presentación impecable del profesor Redoli -sabia y
amena a la vez-, hasta las frases de aliento y de cariño que recibí de las
personas que asistieron –e incluso los mensajes que me enviaron los que no
pudieron estar presentes-, han supuesto para mí una alegría y una emoción tan
grande, que significan un regalo muy valioso que no estoy segura de merecer.
Hubo otra ocasión –menos grata-, en la que también sentí esa
oleada
de aprecio y de apoyo por
vuestra parte, y tampoco la olvido. Ahora bien, prefiero un millón de veces que
se produzca por esta última circunstancia de presentar un libro, que por la
desgraciada fractura de cadera, casi olvidada, gracias a Dios.
De lo que se deduce que la vida es caprichosa y cambiante, y
en la alternancia de los buenos y de los malos momentos está su verdadera
esencia. Aferrándome a los buenos –los que viví el día 5 de diciembre- y que
prometo retener en la memoria, sólo puedo deciros de todo corazón, ¡GRACIAS!
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