11 abril 2013

AUTOMATIZACIÓN


La máquina, adosada a la pared, parecía mirarla con gesto desafiante:

-“¿A qué no eres capaz de acertar a la primera a pesar de que estás leyendo las instrucciones con tus cinco sentidos puestos en ellas?”

Oía claramente las reflexiones de aquel artefacto de moderno diseño, derrochando prepotencia al saberse conocedor de todas las claves de su propio funcionamiento. Armándose de valor, se enfrentó a él.

Teclee: Iniciar. Elija la operación que desea realizar. A, B, C, D... A continuación: Introduzca código de referencia, pulse continuar; número de identificación, continuar; emisora, continuar; sufijo, continuar, marque el importe en euros. Doble el código de barras y páselo por el lector de rayos infrarrojos; introduzca el efectivo, valide la operación... Espere.

Un error, y hubo de repetir el proceso. Cuando en el segundo intento consiguió completarlo, un suspiro de alivio se le escapó, incontrolado. No obstante, había que liquidar dos documentos más. Al finalizar, sudaba de la misma manera que cuando terminaba el recorrido por el Paseo Marítimo, a paso ligero, a mediodía y a pleno sol y después de una hora de saludable caminata.

A una discreta distancia, ella había comprobado la lucha “titánica” del señor que la había precedido en la anterior operación y que aún pidiendo ayuda a la señorita de la mesa más cercana –ayuda facilitada con cuenta gotas y de mala gana-, había terminado por marcharse sin conseguir su propósito. Le vio abandonar con gesto derrotado la sucursal bancaria y pensó: -¿Qué camino elegirá ahora para llevar a cabo lo que pretendía? Misterio.

Se sentía satisfecha por haber conseguido superar aquella prueba llena de obstáculos, pero al mismo tiempo, enormemente irritada. Se acercó a la misma mesa que su antecesor y dijo con tono nada amable:

-Este sistema no es de recibo. Imagino que si continúan ustedes “simplificando” su trabajo, la próxima vez que venga a retirar dinero habré de confeccionarme los billetes yo misma.

Hubo un intento de explicación por parte de la empleada que ella ya no escuchó.

Antes de salir, fijó la mirada en varias mesas y en una de las ventanillas de caja. Vacías.

Aunque parezca un relato de ciencia-ficción ocurrió ayer en una sucursal bancaria de Unicaja.

Mayte Tudea.
10 de Abril 2013.





3 comentarios:

  1. Deberían contabilizarse todas las horas perdidas en la cola de esa única ventanilla abierta. ¿Por qué hay tres o cuatro si sólo, siempre, està abierta una?. Y todo para ellos ahorrarse algún trabajador. ¿Deberíamos reclamarle esas horas?.¿Por qué tengo yo que emplear un tiempo?. Porque no me da la gana sacarme una tarjeta, por la que me cobran, para que ellos se ahorren trabajadores.

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  2. Muy bueno Mayte, y real como la vida misma. Cada vez que nos acercamos a esas pantallas nos encontramos con nuevas sorpresas. No conseguimos nuestros propósitos mientras los desganados empleados se pasean de mesa en mesa (vacías) con el mismo papel en la mano... Los ciudadanos al servicio de la tecnología.
    Esperanza.

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  3. Tomás y Esperanza, creedme, la sensación de torpeza que siente una antes esos nuevos "monstruos" informatizados es real. ¿Por qué hemos de someternos a esa dictadura que han
    diseñado Administración y Bancos? Y todo, además, por intentar ser una ciudadada responsable y no
    saltarme a la torera lo que habitualmente hace la
    mayoría. Ese es el premio.

    Gracias por vuestros comentarios.

    Mayte
    mayoría.

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