Le costaba creerlo. No se reconocía en la actitud beligerante, en la voz firme con la que iba desgranando todos los agravios acumulados durante aquellos años de trabajo sometido a presión permanente para alcanzar los objetivos, que su jefe, sentado ahora frente a él y observándole con expresión sorprendida, incluso incrédula, le marcaba de manera inmisericorde en cada reunión quincenal.
En la última, compartida con los demás responsables de departamento, compañeros reconvertidos en oponentes y en cuyas miradas huidizas se podía leer el sentir unánime del “sálvese quien pueda”, él había intentado razonar ante el Director y explicarle que la crisis que sufría el país menguaba las expectativas de venta, y que las cifras que pretendía se alcanzaran, resultaban prácticamente imposibles de conseguir por más empeño y esfuerzo que uno le dedicara.
-“La empresa necesita obtener esa cuota de ventas para mantenerse. En otro caso, habrá que tomar decisiones drásticas y desagradables a las que no nos gustaría llegar”. Esa había sido su cortante respuesta ante los argumentos esgrimidos.
-“Decisiones drásticas y desagradables”. -¡Qué eufemismo! Llámelo usted despidos en cadena. Es más concreto e igual de amenazador, pensó y se atrevió a decir en voz alta.
Siguió mirando el rostro grave de su jefe, su mirada extrañada y un punto colérica, sabía que se estaba jugando su puesto, pero ¿acaso no lo iba a perder hoy, mañana, o dentro de un mes? La crisis no iba a desvanecerse de un día para otro, aún tenía un largo recorrido.
Mayte, l-Julio-2012
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