03 mayo 2012

LOS HIJOS.

“Sólo me duele cuando respiro”, respondía el paciente (un estoico), cuando el médico le preguntaba “¿cómo se encuentra?”. Pues en el tema que he elegido hoy, me ocurre algo similar. “Sólo soy consciente cuando reflexiono”. Me estoy refiriendo a las relaciones padres-hijos; a las relaciones actuales, por supuesto, en nuestra niñez y juventud fueron totalmente diferentes.

Ha coincidido que en éstos últimos días he sido espectadora o partícipe de varias experiencias relacionadas con esta cuestión y me he visto obligada a pensar en ello, e inmediatamente ha surgido la necesidad de reflejarlo en el papel.

Ya he comentado en varias ocasiones, que el autobús es para mí una atalaya privilegiada desde la que observar comportamientos, captar conversaciones, ampliar en suma un poco el conocimiento sobre otros seres humanos, sobre lo que sienten y lo que expresan. En esta tierra tan singular, y por supuesto tan querida, nunca deja de sorprenderme la facilidad que tienen los malagueños para hacer partícipes a los demás de su problemas, de sus inquietudes, y de esa cierta falta de pudor, o de esa naturalidad con la que hablan de cosas que pueden parecer pertenecen sólo al terreno de lo privado.

Dos señoras sentadas detrás de mí, hablaban, en tono coloquial, sobre sus hijos. Eran amigas, o al menos se conocían y también a las personas de las que comentaban: “Si, si, mi niña ya se ha independizado. Prefiere compartir piso con otras compañeras, dice que en la casa queremos controlarla, y que así se siente más libre y más a gusto. Claro, me trae la ropa todos los lunes, un saco hija, que yo lavo y plancho, y los “tuper” van y vienen llenos y vacíos de comida. He tenido que comprar varios juegos más, porque no doy abasto. Se arregla muy bien, bueno, desde mediados de mes ya me está pidiendo dinero, pero claro, la pobre tampoco gana mucho y los euros, ya sabes, dan poco de sí. Sí, si, estoy contenta, ahora está algo más cariñosa y ya no tiene aquellos malos modos y aquellas salidas de tono. ¿Y el tuyo, por fin, qué hizo, se fue también?”

“Si, también se ha ido. Se le terminó ya el paro y todo el día en la casa, levantándose a las tantas, con las horas de las comidas cambiadas y siempre quejándose de que yo me preocupaba de si comía o no, y de que estaba muy pendiente de él, que le agobiaba. Y creo que tiene razón. Total, yo le daba para sus gastillos doscientos euros al mes -un chico de su edad no puede estar sin un duro en el bolsillo- y otros trescientos que he calculado se me iba en su comida, son quinientos euros los que le doy ahora y eso le permite compartir piso con unos amigos y comer cuando le da la gana, que bien puede ser cada dos días o cada tres, pero como yo no lo veo, ojos que no ven ...corazón que no siente. Lo malo es que tengo que esperar que a él se le ocurra llamarme, al menos para saber como está, porque si le llamo yo se enfada, y dice que le dejo en ridículo ante sus compañeros... En fin, pobrecillos, qué época tan mala les ha tocado vivir”.

“¿Y como te arreglas con tu pensión de viuda?” le preguntó la otra amiga. “Bueno, muy justita, apenas si me quedan cuatrocientos euros disponibles, pero ya sabes, nosotras necesitamos cada vez menos, la casa ya está pagada, y yo con cualquier cosilla como; pero rezo para que con esta crisis no nos toquen las pensiones”. Las vi bajarse del autobús y me parecieron dos señoras mayores, o al menos, bastante envejecidas.

Sonó el teléfono y escuché la voz de una amiga: “Estoy muy fastidiada, me dijo, el lunes me dio un cólico nefrítico y como el dolor no cedía, llamé a mi hijo para contárselo”. -“Mamá no es la primera vez que te pasa. Aguanta un poco y mañana vete al médico. Ya te llamaré a ver como sigues”-, me contestó. “Hoy es jueves, siguió diciendo mi amiga ¿crees que ha llamado o ha venido para saber como me encuentro? Estará muy ocupado, me dijo temblándole la voz”.

No se lo que le contesté para tranquilizarla, pero lo hice sin ninguna convicción y recurrí a generalizaciones para quitarle hierro al asunto. Ya sé que todos los hijos no son iguales, ni reaccionan de la misma manera, (por supuesto no los míos), pero si comparo la actitud que ha tenido nuestra generación hacia nuestros padres con la de ahora, el abismo me parece insalvable. Con ese deseo de darles todo aquello que nosotros no tuvimos, ¿no nos habremos equivocado en el enfoque? Que haya padres sin ninguna autoridad, que temen a sus hijos, e incluso son maltratados por ellos me parece un “contradiós”. ¿En qué momento han tirado la toalla después de tolerar que el niño les fuera comiendo terreno minuto a minuto?

En fin, las coincidencias de éstos días me han hecho reflexionar y recordar aquella máxima de mi abuela: “Al árbol hay que enderezarle el tronco cuando es tierno, para que crezca derecho”. ¡Que sabios eran!

Mayte Tudea Busto


4 comentarios:

  1. Yo creo que nuestra generación actuando como padres no hemos cometido ningún error. Hemos hecho lo mismo que hicieron nuestros abuelos y nuestros bisabuelos: Tratar de que nuestros hijos vivieran mejor que nosotros y pienso que lo conseguimos, trabajamos duro por ello, le echamos coj....., cómo vulgarmente se dice, y a base de horas de trabajo, de sacrificio y esfuerzo dimos a nuestros hijos lo mejor de nosotros, como mi abuelo lo dió por mi padre.
    Pero en toda actividad humana no siempre se alcanza el triunfo y no siempre se es responsable del fracaso, hjay mil circunstancias ajenas que pueden provocoarlo o ayudar a ello.
    Tampoco podemos olvidar el tipo de sociedad al que hemos contribuido a crear, una sociedad monetarista, supercompetitiva e individualista que impone determinados modos de comportamiento que se traducen en modas y estas modas dan la respuesta dfe muchos de los comportamientos que hoy vemos en nuestros hijos y nietos.
    El error nuestro es no haber combatido este modelo de sociedad y haber contribuido muy mucho a su realización.
    Magnífico relato el tuyo Mayte. Enhorabuena.

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  2. Es verídico el retrato que haces, pero no es el de "los hijos", sino de "algunos hijos", porque a nuestro alrededor hay "otros hijos" (yo hablo en nombre propio, pero, creo que, casi todos los que lean tu artículo, no se sentirán aludidos).
    Es verdad. Da pena. Pero no todos son así, ni los hijos ni los padres.

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  3. Queridos Andrés y Tomás:
    Agradezco mucho vuestros comentarios, pero me ha sorprendido la visión tan idealizada que tenéis sobre el tema. Eso me confirma lo buenas personas que sois y lo generosos que resultáis como padres.
    Respecto a las culpabilidades Andrés, una de ellas es la de haber permitido -¿podíamos hacer algo en contra?-, que se afianzara esta sociedad deshumanizada y hedonista en la que vivimos (el filósofo a lo mejor me corrige este último término), pero no podemos olvidar que tratar de darles lo que creíamos mejor para nuestros hijos en muchos casos ha servido para que no desarrollen ese "músculo" de fortaleza tan necesario tan necesario ante la vida, que nuestras infancias mucho más carentes de bienes materiales, sí lograron conseguir.
    Efectivamente, no todos los hijos son como los que he descrito, pero hay muchísimos más "ejemplares" de los que vosotros creéis.Y en los hijos, en "casi" todos los hijos, hay un componente de egoísmo, que en los padres, también en "casi" todos, no suele darse.
    Y si los nuestros, afortunadamente, no responden a ese perfil, "¡congratuleisions!".
    Un abrazo chicos, y gracias por leerme.
    Mayte

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  4. No quiero extenderme, pero estamos habituados a conjugar el verbo "amar" reflexivamente (me amo a mí mismo, me gusto,hay que ver lo que he hecho por mis hijos, qué mérito tengo, estoy orgulloso de todo lo que le he dado, etc, etc, etc,...
    También estamos habituados a "amar recíprocamente" ("do ut des" - decían los latinos). Te amo para que me devuelvas amor y tú, también, me ames. "Romeo y Julieta se amaban": daban y recibían amor. Están en el mismo plano, en el mismo nivel.
    El amor paterno/materno no es como el amor filial. Son distintos planos o niveles. Los padres seguirán amando a sus hijos aunque éstos se vuelvan indiferentes, no les devuelvan el amor que ellos quisieran,...
    El amor debe ser transitivo. Que la acción pase al otro, aun sin esperar algo a cambio.
    Nuestros hijos harán con sus hijos lo que nosotros hemos hecho con ellos, amarlos, desvivirse por ellos, dar la vida por ellos.

    Ni reflexividad, ni reciprocidad, sino TRANSITIVIDAD.
    Los hijos lo aprenderán y lo practicarán. Esa es la meta y no otra, consumirse amando al otro (que no tengo que ser yo)

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