14 febrero 2012

EL AMOR DE UNA MUJER

Todos los actos que los hombres realizamos a lo largo de nuestra vida tienen como fin último ganar atractivo ante las mujeres y no puede afirmarse lo mismo en sentido inverso. Es nuestra manera de imitar el cortejo que el macho recrea en el reino animal. En la literatura, en la pintura, en la canción abundan masivamente los sujetos idealizados con nombre de mujer, desde Beatriz a Helena, desde Gioconda a Gala, desde Carol a Diana, pero apenas de hombres. Casi por antonomasia, el desnudo en la pintura es el desnudo de la mujer pero aún tratándose del desnudo actual del hombre, el autor es un artista del mismo género. La celebración de la belleza, el canto al amor, las desesperadas melodías que evocan al amado, se refieren concretamente a una amada. ¿Cuándo abundarán las coplas en que se requiebre habitualmente a un hombre?

¿Cabe mayor belleza que La Venus del Espejo de Velazquez o cualquier mujer retratada por el cordobés Julio Romero de Torres? Los desnudos tejen en el lienzo la piel siempre adolescente, las caderas en agraz, las lentas rodillas, los pechos insolentes, los montes erizados, el furor de los ojos, la zozobra de las caricias, las bocas indecisas, tal vez para el beso, quizás para el amor rotundo. Huelen los desnudos a hembra definitiva. Imposible conseguir tantos atributos en la pintura de un varón. Una mujer desnuda y en lo oscuro tiene una claridad deslumbrante.

Pocos días antes de suicidarse, Cesare Pavese había confesado a su amiga Pierina que nunca se había despertado con una mujer al lado, que nunca había experimentado la mirada que dirige a un hombre una mujer enamorada. Cuando el poeta se cruzaba con alguna mujer hermosa, caía en el más hondo desasosiego. «Esta muchacha no será para mi» pensaba mientras la veía doblar para siempre la esquina. El poeta que lo soportó todo no pudo superar la ausencia de una mujer en su vida.

Y es que con el amor de una mujer se explica de manera sencilla la clave de la condición humana, puesto que no hay humanidad sin textura amorosa, no hay efectividad sin afectividad. Del corazón conectado con otro corazón amado se genera un seguro contra el descrédito personal y contra el despeñamiento del yo que caería en el abismo sin el soporte de alguna convicción amorosa. La amorosa compañía de otro, sin embargo, crea un punto de mira, una mirada que se afirma mutuamente y produce el mundo como un ámbito, el mundo habitable que nace con la pareja.

Es gracias al amor que la pareja logra el prodigio de hacerse eterna. No, desde luego inmortales, pero sí que decirle a alguien “te amo” es decirle “no morirás”. Es precisamente hoy cuando la pareja se constituye en lo más íntimo y cercano en un mundo que se conecta a distancia y sin profundidad.



Nono Villalta, febrero de 2012



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