23 diciembre 2011

VIVIR EN LO INCIERTO

Desde el mes de Noviembre, los lunes, y en semanas alternas, nuestra admirada Martina Martínez Tuya viene presentando en el Ateneo un ciclo de conferencias titulado “Literatura y Salud Mental”.

Las personas que leen nuestra revista, “Amaduma”, han tenido sobradamente la oportunidad de conocer la talla intelectual de Martina -ya que ella es una colaboradora habitual de la misma-, y no digamos las que acuden a sus conferencias.

Doctora en Filología Románica, Catedrática de Francés, Profesora de Psicología y Pedagogía, y escritora, la profundidad de sus conocimientos en estas y otras materias, pero sobre todo, la facilidad para transmitirlos, convierten sus charlas en una mezcla de erudición y amenidad que las hacen francamente interesantes.

Incluir este breve prólogo me resulta del todo necesario antes de pasar a comentar aquello que me ha “enganchado” de un modo especial en su última intervención del pasado lunes día 12.

Hablaba Martina de las certezas y aseguraba que la certeza sólo puede existir como seguridad psicológica. Hay demasiadas cosas de las que únicamente se puede estar seguro por intuición, por convicción personal o en términos más vulgares por aquello de “...me lo dice el corazón”. Pero es peligroso confiar demasiado en nuestras percepciones si éstas no se encuentran suficientemente avaladas, ya que pueden dañar o dañarnos, y muchas de las veces de un modo absurdo e inútil.

No hay verdades absolutas, la verdad es un prisma con varias caras y depende del lugar desde el que se contemple. Habría que deducir por tanto, que todo aquél que crea estar en posesión de la verdad, se equivoca. Niestche afirmaba: “La verdad es una falsedad necesaria”.

Aunque no me atrevo a seguir moviéndome en las –para mí- procelosas aguas de la Filosofía, porque corro el riesgo de ahogarme, comenté con Tomás, nuestro filósofo de cabecera, mis incertidumbres acerca de la verdad. Es realmente cómodo disponer de amigos tan preparados y en tan diferentes campos, porque siempre puedo recurrir a ellos ante mis numerosas dudas (leáse ignorancia) y siempre los encuentro dispuestos a aclarármelas.

Hablando de verdades y de mentiras, Tomás me ayudó muy eficazmente enumerándome las cinco clases diferentes en que se agrupa la verdad:

1ª- La verdad formal o matemática.
2ª.- La verdad material o científica.
3ª.- La verdad moral.
4ª.- La verdad artística.
5ª.- La verdad ontológica.

¿A cual de ellas recurrimos? ¿En cual de ellas nos instalamos? “...Doctores
tiene la Iglesia”. Este terreno pertenece a Tomás, y probablemente ya ha
tratado este tema o reflexionará sobre él en cualquiera de los frecuentes artículos que coloca en su blog o en los que colabora. Yo no me atrevo a profundizar en esta materia tan “inmaterial”.

Yo quería, yo quiero, volver al título inicial que encabeza estas líneas y del que como casi siempre me ocurre, me he alejado, divagando, que es lo mío.

“Vivir en lo incierto”. Tal y como están las cosas en la actualidad, vivir en este mundo cambiante, descreído, inseguro y ambiguo, requiere de un valor notable, pero sin lugar a dudas, necesario si se desea sobrevivir. Ya no hay nada definitivo: Ni el trabajo, ni la salud, ni el matrimonio, ni el estado del bienestar, ni el del malestar, ya sólo sabemos, como Sócrates “que no sabemos nada”, o a lo peor “que no hay nada que saber”.

Y sin embargo, tal y como dice Martina, hay una sabiduría de lo incierto. Las personas hemos de ser capaces de vivir en lo impreciso, sin el soporte de las certezas que se han ido desvaneciendo, y aceptar el mundo tornadizo en el que nos movemos, que a falta de otras cosas, al menos no será aburrido. Y al igual que Machado, “hacer camino al andar”.

Mayte Tudea.
15-Diciembre-2011


1 comentario:

  1. Deberíamos acostumbrarnos a "vivir a la intemperie" pero, como ello es molesto, nos inventamos paraguas protectores que nos edulcoran la vida haciéndonosla más llevadera, pero es por nuestra falta de valentía.

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