12 diciembre 2011

UN BOTIJO EMIGRANTE

Corría el año 1.949 y en España muchas personas buscaban un lugar al otro lado del mundo en el que labrarse un futuro mejor.
Un matrimonio joven decidió, como tantos otros, liarse la manta a la cabeza y emigrar camino de una incierta vida en un país extraño, pero cargados de esperanza. Ella era una embarazada primeriza de seis meses; toda una temeridad para un viaje de veinte días y en tercera clase, pero los pocos ahorros que tenían no daban para más.
Los dos ya llevaban instalada la nostalgia antes de embarcar y a él se le ocurrió llenar un botijo colorao con agua de su Málaga natal, para beberla cuando llegaran a esa gran nación. Lo cuidó como a un bebé, a pesar de la infernal travesía en aquel viejo transatlántico, que no notaron los pasajeros de primera clase.
Cuando por fin llegaron a tierra firme y desembarcaron, él colocó el botijo cuidadosamente junto a las maletas, quedando ocultos a la vista el asa, la boca y el pitorro, por un paquete de mano que puso encima.
Un marinero contento de llegar a su país, descargó su alegría dándole un patadón a algo redondo como una pelota, haciéndolo añicos.
Adiós al botijo colorao y al agua de Málaga, que regó como si se tratara de un bautismo, la que sería su tierra durante veinte años.
Entonces no se conocía la gran afición de sus habitantes por el fútbol, pero ellos lo supieron nada más pisar el puerto de Buenos Aires.


Autora: Esperanza Liñán Gálvez

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