04 octubre 2011

LA ESPERANZA, OTRA VEZ.

Mayte Tudea.
2 de Octubre de 2011

Huele a otoño. Las temperaturas -al menos por esta tierra-, empiezan a suavizarse, aunque sea levemente. Desperté esta mañana y a través de la persiana semi-bajada advertí el leve clarear de un amanecer perezoso, dominguero.

Por la tonalidad de la luz que se filtraba, calculé que serían las siete, aproximadamente. Al tratar de comprobarlo en el reloj electrónico, me quedé sorprendida: Marcaba las ocho y cuarto. Hace sólo dos o tres semanas, a esa hora la luz mostraba tal intensidad que te apremiaba a levantarte, que parecía decirte: “¡Arriba perezosa! La mañana está esperándote”.

Y hoy, sin embargo, esa misma luz me invitaba a continuar demorándome entre las sábanas, y a seguir tejiendo pensamientos inconexos entre las telarañas de la vigilia y del sueño.

Me levanto. La calle está en silencio y en mi edificio no se oye ruido alguno. Enciendo la radio. Mi primer contacto con el mundo. Instintivamente he bajado el tono del receptor por respeto a mis vecinos. Temo interrumpir la quietud de esta mañana de domingo que parece ajena a la vida, suspendida en una tranquilidad callada y extraña.

Mientras desayuno, en la emisora que habitualmente escucho me ponen al día con las últimas encuestas, las últimas declaraciones de los dos adversarios políticos en la lucha que se avecina, las últimas reflexiones de algunos sesudos, y -otros no tanto-, periodistas, y me parece escuchar una canción muy conocida, a la que hubieran cambiado ligeramente la letra en ciertas estrofas.

Pienso que esto me ocurre por los años ya vividos, por la experiencia que he ido acumulando a lo largo de ellos, y por el escepticismo que brota ya hasta por los poros de mi piel. Y recuerdo ¡otra vez! las sentencias de mi abuela. “Sabe más el diablo por viejo, que por diablo”; según el Eclesiastés: “No hay nada nuevo bajo el sol”. Y al final, recupero un fragmento de aquel poema de mi admirado Machado dedicado a las moscas, siempre tan habituales, siempre tan repetitivas.


“Moscas de todas las horas,
de infancia y de adolescencia,
de mi juventud dorada,
de esta segunda inocencia
que da en no creer en nada”.

Y apelando –con esfuerzo- a mi optimismo congénito, y también a mi primera inocencia, agarro a la esperanza por los cuernos y me repito insistentemente “puede que en esta ocasión, el que venga, acierte. ¡Ojalá sea así! Y que ustedes y yo, lo veamos.



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