12 julio 2011

Camisones, pijamas y camas.

Existe un lugar en la vivienda en el que los sentidos se desarrollan en toda su plenitud y donde la intimidad tiene el espacio propio para acomodarse. El dormitorio de matrimonio. Ésta estancia, dulcemente clausurada por voluntad propia, nos aleja de miradas y oídos indiscretos cuando se trata de cumplir con el deber intransferible del amor.

La igualdad de los sexos en la sociedad pierde su sentido en ésta estancia. Llegada la hora de meterse en la cama, las diferencias entre hombre y mujer son significativas. Mientras que el hombre se viste con el horroroso pijama alistado, la mujer se embellece como si de una fiesta se tratase. Las puntillas, los lazos y el generoso escote son indispensables para la ocasión. Los camisones de seda, algodón, piel de ángel y en algunas tan solo unas gotas de perfume sirven para recubrir deliciosamente su hermosura, habiendo excluido de su atuendo el horroroso esquijama, del que se ha apropiado, casi en exclusiva el varón. La exhibición seductora de la mujer contrasta con la apariencia de mayordomo del hombre. Mientras ella se da crema, se peina y se emperifolla tratando de cautivar a su pareja, éste se introduce en el lecho conyugal armado con auriculares y radio desesperado por la posibilidad de perderse un solo minuto de El Larguero.

Y es que la cama tiene un atractivo especial. Es el lugar donde se empiezan y se acaban veleidades, donde se nace y se muere, es lugar de gozo y de dolor, de escaso tiempo de lujuria y de larga postración por enfermedad. Pocos viajes entrañan mayor intriga y emoción que el de “irse a la cama con alguien” para establecer en ella la sede definitiva de su amor. A la cama se la teme o se la ama, pero nunca es indiferente para sus ocupantes, es más una cómplice muda de lo que se desea y de lo que se aborrece. En ella se disfruta impetuosamente o se padece distinguidamente. Allí se oculta lo femenino, y el hecho mismo de esconderse bajo la oscuridad de las sábanas denota el pudor de la que lo hace, deseosa también de que se la descubra en toda su inmensidad y hermosura. Es en esa oscuridad donde se ofrecen, noche tras noche, infinidad de historias virtuales que la transforman en la riquísima plataforma de la felicidad y porque no, de la desgracia. La cama siempre espera porque, antes o después, se teñirá de blanco o de negro, de suspiros o de expiraciones, de hermosos jadeos o de toscos ronquidos.

Y por fin el sueño. Esa hermosa ausencia que disminuye las pasiones pequeñas y aumenta las grandes, igual que el viento apaga las velas y aviva las hogueras, esa ausencia del cónyuge que debe partir para que finalmente podamos amarlo infinitamente. Nada hay más bueno y que se desee con mayor pasión que lo que no es o no está.

Hoy, he recibido dos SMS de mi compañera. El primero para decirme que todo había terminado…El segundo para decirme que se había equivocado de destinatario. Me ha dado un bajón enorme, no lo he podido remediar, así que he llamado a mi siquiatra pidiéndole hora.

(Para Mª. Victoria S.P. lectora fiel)


Nono Villalta (Julio 2011)


2 comentarios:

  1. La cama Nono, también, como último reducto. Como un lugar propio, personal e intransferible
    -especialmente para los que dormimos solos-, a la que se puede aplicar el adagio inglés
    "Mi cama es mi castillo". Un lugar para reflexionar, soñar, idear, e incluso cuando se está lejos de ella, en los momentos de añoranza, decir como E.T. "Mi camaaaaa..."

    Mayte

    ResponderEliminar
  2. Interesante reflexión de la utilidad de una cama, pero creo que ahora los varones también se embellecen para ocuparla, siempre que estén acompañados. Al menos eso es lo que dicen por ahí...
    Me ha gustado.

    ResponderEliminar

Por favor: Se ruega no utilizar palabras soeces ni insultos ni blasfemias, así todo irá sobre ruedas.
Reservado el derecho de admisión para comentarios.

Buscar