09 junio 2011

LA SOBERBIA

Cuando en mi adolescencia tuve conocimiento de la existencia de los pecados capitales, pensé que llamarles así ― capitales ― era excesivo, a lo sumo debían ser considerados como deslices o flaquezas. ¿Tanto podía ingerir una persona para cometer el pecado de gula? ¿O se podía ser tan gandul como para caer en la pereza? ¿Y la lujuria, qué capacidad amatoria poseía aquella persona que cometía tal pecado? El tiempo, como siempre, se ha encargado de despejar mis dudas. Hoy quiero hablaros de uno de los más perversos, la soberbia, como principal fuente de la que derivan los otros.
Desde que Lucifer quiso ser igual que Dios, pasando por Tarquino el Soberbio, último rey de los romanos, con su enfermizo sentido del honor y de los celos, o Nabucco, quien en la ópera de Verdi le dice a su pueblo “Sólo existe un Dios… Yo, vuestro rey”. Y qué decir de Felipe II que mandó construir El Escorial no para albergar las instituciones que existían en España sino para presentarlo a Dios como muestra de su devoción y su poder. El colmo de la bravuconada le correspondió a E. J. Smith, capitán del Titanic, quien hizo poner en un costado del barco la frase siguiente: “Contra mí, ni Dios” y así le fue.
El soberbio lo puede ser en un grado tal, que se vea severamente comprometida su habilidad para vivir una existencia feliz y productiva. El estupendo equilibrio entre modestia y soberbia es lo que te permite ser el mejor. Sin embargo hay un desorden de la personalidad aún peor. Se trata de la humildad del que se expresa poseedor de tal atributo. ¡Es falsa! La sencilla humildad es no confesarla y no ser tenido por ello. Esto no significa que haya de hacerse dejación del “ego” que en definitiva es una fuerza, a la que en sus justos términos ha de tenerse embridada.
Es en la soberbia donde se hospeda la trampa del amor propio, que en ellos consiste en adorarse a si mismos, hinchados de prepotencia, jactancia y vanagloria que les nubla la razón pletóricos de una insolencia cínica que pronto se les descubre. Tienen siempre a mano la palabra o la acción injuriosa, la irritación, el enojo y la cólera que se les manifiestan de la manera más vulgar y deplorable.
La altivez, jactancia, arrogancia, fatuidad, pedantería, descaro, endiosamiento, impertinencia, insolencia, humos, fanfarronería, son algunas de las infinitas máscaras que la soberbia utiliza para seducir y cautivar el alma de los perversos. Todos estos signos, así mismo, ayudan a desenmascararlos con suma facilidad. Pero ¡Ay si logran atraparte! No sueltan su captura, atiborrados de altanería, hasta no haber convertido su presa en un despojo moral.
El temor al ridículo, cuando se saben descubiertos, les hace ser tremendamente agresivos. En los dramas calderonianos están muy bien descritos, como muestra éste pequeña estrofa del acto I de La vida es sueño, en el que Segismundo amenaza a Rosaura.

Pues muerte aquí te daré
porque no sepas que sé
que sabes flaquezas mías
.




Nono Villalta (junio 2011)

1 comentario:

  1. No se pueden desenmascar de mejor manera, los diferentes disfraces con los que se cubre
    la soberbia. Pero como bien define el refrán,
    "en el pecado del soberbio lleva implícita la propia penitencia".Es un disfrute leerte siempre, Nono.

    Mayte

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