11 diciembre 2009

MORIR PARA VIVIR


 

La última guerra civil española terminó en el año 1939; pero el hambre y el miedo tardaron muchos años más en desaparecer, ocultos en nuestros corazones y cuerpos destruidos.

    El azar ha querido, que llegue a mis manos una fotografía con fecha lejana, 1956, y al verla me he emocionado, mis ojos se han enrojecidos y unas lágrimas han enturbiado mi mirada. La fotografía en colores sepia me ha permitido ver y recordar a un grupo de niños y niñas, con los que pasé parte de mi infancia.

    En nuestros rostros se captaba una sonrisa feliz. Sí, a pesar de todas las vicisitudes éramos niños ilusionados y creativos: con bonitos pliegos de papeles de colores, hacíamos preciosas cometas, que la brisa elevaba hasta el cielo.

    Jugábamos a la comba, a la rueda, disfrutábamos en los días de sol tanto, como en los de lluvia con olor a tierra mojada.

    Nos gustaba reunirnos en un pasaje cercano a nuestras casas; era un lugar tranquilo, podíamos correr, saltar…y sobre todo observar a María, mujer que nos atraía de manera inexplicable.

    María vivía sola en un edificio viejo y feo, donde el sol no iluminaba ni calentaba nunca sus paredes. Se asomaba a una ventana, apoyaba el cuerpo en ella, y con su mirada ausente parecía levitar. Siempre parecía que iba vestida con la misma indumentaria: bata negra, un pañuelo también negro anudado a su cabeza, y una toquilla gris con flores, sobre la espalda.

A nosotros nos sorprendía algo misterioso en aquella mujer: algunas veces el color de su cara era cetrino, de facciones más pronunciadas y otras veces era más pálida, distinta.

     Los niños tan observadores, nos dábamos cuenta de que María acortaba los minutos de poder contemplar el cielo, el sol o la lluvia cuando el color de su cara era menos cetrino.

     Cerraba la ventana pintada de un color indefinido y hasta el próximo día no la volvíamos a ver.

    María durante tiempo nos acostumbró a su presencia, era como una parte de nosotros, de nuestros juegos.

    El terral de un día del mes de julio, nos hizo pensar que María estaría sentada oyendo el serial de todos los días; nosotros jugábamos y jugábamos, añorando la presencia de María asomada a esa especie de cubil.

    El sonido de unas pisadas de caballo hizo estremecernos: con estupor nos dimos cuenta de que aquel clip, clap, clip… era una carroza fúnebre que se detenía delante de la puerta de María. La gente formaba corros, hablaba…Nosotros, dejamos de jugar y observábamos todo cuanto acontecía a nuestro alrededor. ¡Algo insólito hizo mirarnos unos a otros!- Decían que María había fallecido.-

    Mucho más estupor y miedo nos sobrecogió cuando vimos a María, más enlutada que nunca, saliendo de su casa con los ojos llenos de lágrimas: tratando de explicar que ella, como veían, no había muerto; era su hermano Pepe.

Nadie daba crédito a aquella historia que María, con palabras entrecortadas, trataba de explicar.

    Comienza la guerra civil española en el año 1936: todo era horror, éxodos sin retornos, hambre, miedos…etc.

    Pepe, vivía en Arriate (la antigua Ronda) pueblo con asentamientos fenicios y pocos habitantes. Era joven, trabajador, pero sus vecinos murmuraban que era rojo y además, terrateniente: - no era verdad-, su riqueza consistía en dos fanegas de tierra y un pequeño cortijo.

    Era una noche clara y templada, la luna parecía guiar los pasos de Pepe a campo través: corría, jadeaba, el pánico le sobrecogía cuando pensaba en los gritos de Manuel, el del cortijo de enfrente, cuando en otra noche de luna, cayó abatido por las balas de los fusiles.

    Fueron días interminables hasta llegar a casa de su hermana María, se fundieron en un abrazo largo y emocionado, con la esperanza de no volver a tener miedo:- eso solamente fue- esperanza.-

    Casi veinte años vivió sin vivir, fundiéndose ambos en una persona, María y Pepe, Pepe y María. Como decía Santa Teresa de Jesús: "La vida
empieza con la muerte". Pepe murió para vivir.


 

Francisca López Marín

(Maruchi)


 


 


 

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