24 septiembre 2008

OTOÑO

…"Si tú eres el tesoro oculto mío,

si eres mi cruz y mi dolor mojado,

si soy el perro de tu señorío,

 

no me dejes perder lo que he ganado

y decora las aguas de tu río

con hojas  de mi OTOÑO enajenado."

 

                  ¡Oh! dulce otoño, poseedor de la suave brisa, de la fina lluvia sobre el rostro, de la caída de tus hojas amarillentas alfombrando tus parques y jardines como mullidas camas donde poder observar tus gigantes y escuálidos troncos. Tus hojas de tonalidades diversas van formando mechas como cabellera rubia extendida en suaves ondas que mueve el frágil viento y las llevas a otros lugares. Tal vez  sea la estación  menos preferida, pero el otoño… ¡Me parece tan bello y tierno!...

                  No es la presuntuosa y engalanada primavera que se cubre con colores estridentes; con las mejores joyas y se pone los perfumes más exóticos; ni tampoco el verano, fuerte y cálido, que se bebe ríos enteros y seca todos los terrenos dejándolos toscos y áridos; ni el invierno, con sus largas barbas blancas, severo y serio como un patriarca bíblico.

                 Me gusta el otoño, ni joven como la primavera, ni fuerte como el verano, ni severo como el invierno, sino maduro, débil, tierno, bonachón. No sólo es estación de tiempo, sino también una época de la vida identificada con la madurez, se parecen mucho: en su dulzura, en sus cambios de clima, cuando se respira a pleno pulmón la brisa del suave viento y esperas impaciente los frutos de tu pasada juventud.

 

         "Ya no tienes miedo de ser en esa orilla tronco sin ramas"…

 

                Tus frutos te han rejuvenecido de nuevo, y vives las estaciones sin  a penas advertirlas porque en todas ellas están tus retoños. Pero  sobre todo, siempre está presente en ti: esa dulzura, esa bonanza, esa madurez, otorgada en el OTOÑO de tu vida.

 

                      Maruja Quesada Martín

                        Septiembre 2008

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