Cuando hacemos el fascinante ejercicio de leer una
novela o un relato, también cuando asistimos a una representación teatral o visionamos
una película, en todas estas gratas oportunidades en las que nos sentimos
inmersos en una trama argumental, nuestro deseo es que
la historia “acabe bien”. Que el relato escrito, interpretado en las
tablas de un escenario o en una pantalla cinematográfica nos deje un “buen
sabor de boca”.
Ese “positivo” final que apetecemos tiene una perfecta lógica. A poco que miremos y
reflexionemos sobre el mundo que nos ha correspondido vivir, a través de los medios
de comunicación (sea la prensa, la radio, la televisión o Internet) nuestra
percepción es que los comportamientos y las respuestas de la humanidad, en
muchos de los casos, terminan mal. La degradación de valores es manifiesta,
para nuestro hondo pesar.
Como reacción a ese mundo real, en el que prevalece la injusticia, el dolor y la
miseria, nuestra voluntad es que al menos, en el
“mundo ficcional” de las páginas escritas, de los textos representados,
de las narrativas cinematográficas, tengan un desarrollo y, de manera especial,
un final diferente, con respecto al que de continuo tenemos que soportar y
sufrir en la proximidad vital.
No son pocas las veces que escuchamos aquello de
¿acaba bien la novela? ¿el final de la película te deja feliz? La realidad para el escritor, el guionista, el
autor teatral, es que no es lo mismo desarrollar un drama, una tragedia o una
comedia. En esta última creatividad, el humor, el romanticismo, el sosiego de
la distracción, está en el fondo de la obra. Y la gente acaba más “contenta”.
Hay guionistas y escritores que parecen “recrearse” en el dolor, la injusticia, la
enfermedad, la crueldad, la violencia, la sangre, la muerte. Hay un cierto
“sadismo creativo” que sólo puede explicarse porque, tal vez, piensen que con
estos temas venden más novelas, relatos o atraen más espectadores al cine o a
las tablas escénicas.
Es muy respetable argumentar que una obra “realista”
debe reflejar tal y como el mundo es. Pero es que hay directores cinematográficos
que “se pasan” describiendo y detallando imágenes que producen desasosiego,
desesperanza, angustia, ansiedad e incluso miedo. ¿Realmente piensan que los
espectadores o los lectores son tan morbosos como para “disfrutar” viendo el
penoso espectáculo que nos “regalan” en su severa creatividad artística?
Obviamente, los resultados en taquilla o en la venta de ejemplares dictará esa ley de lo que más vende. Tal vez olvidan que los lectores y espectadores deben de aplicar el valor o ejercicio de la empatía, a fin de introducirse y compartir la historia narrada o interpretada. Deberían jerarquizar los objetivos de la distracción, la reflexión y la propuesta de valores que nos enriquecen como personas, además de los legítimos intereses económicos. Bueno es fomentar los valores de la amistad, la solidaridad, la tolerancia, la bondad, el diálogo, la ilusión, la imaginación y la paz. Y si hay verdadera distracción, pues mejor y más cualitativo será el producto elaborado. El “buen sabor de boca” nos ayuda a elevar el ánimo degradado, que tantas veces la realidad vital nos proporciona. La magia de la ficción puede ser una lúcida terapia para el realismo cruel de la depresión.
Bueno sería finalizar estas líneas, narrando una anécdota especialmente significativa,
en el contexto que estamos exponiendo. Una tarde de otoño, la taquillera de un vetusto
cine, reconvertido en multi salas, con muchos años de profesión, fue preguntada,
por un estudiante de Ciencias de la Información, ¿cuáles
eran las peticiones más frecuentes que le hacían los aficionados que iban a
“sacar” entradas para el cine. La señora, sonriendo al joven
universitario, respondió: “lo que más piden son las butacas que dan al pasillo
central de las salas. Las personas más mayores solicitan las filas 4, 5 o 6,
por los problemas de visión. Cuando vienen un grupo de amigas, todas desean
estar juntas y muchas veces no es posible pues solo quedan asientos solitarios
o dobles repartidos por las butacas numeradas.
“Pero lo que más me llama la atención, son esas
personas mayores que cuando no hay mucha gente en la fila esperando, acercan su
cabeza a la ventanilla y como en voz baja me dicen: Por
favor, deme una entrada de una película “que acabe bien”. Trato de complacerles, pues
soy muy aficionada al cine. Muchos días me quedo, una vez cerrada la taquilla,
para ir viendo las películas que proyectamos. También los acomodadores y el
gerente del establecimiento me suelen comentar sobre tal o cual película. A los amantes del cine y la literatura les gusta el mejor
final para las historias que van a compartir”.
–
José L. Casado Toro.
Diciembre 2025.



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