Artículo
de Juan Pérez Fernández, Investigador Ramón y Cajal, CINBIO, Universidade de
Vigo y Paula Rivas Ramírez, Investigador postdoctoral, Universidade de Vigo.
Entretener a los niños durante un largo
viaje en coche no resulta tarea fácil. En estos casos solemos hacer la situación
más llevadera dejándoles que lean cuentos o que usen la tablet para
jugar o ver películas.
Sin embargo, este distendido momento puede volverse
una odisea cuando alguno de los pasajeros palidece y anuncia que se le está
revolviendo el estómago y siente náuseas. Y es que mantener la vista fija en un
punto mientras el vehículo se mueve puede provocar, en algunas personas, una
desagradable sensación de mareo. ¿Qué la desencadena? ¿Y por qué no les suele
pasar al conductor ni al acompañante que ocupan los asientos delanteros?
Conjunción de sentidos
Para entender la sensación de mareo por movimiento,
llamada cinetosis, tenemos que hablar de los
mecanismos de orientación espacial. Es decir, de cómo ubicamos nuestra posición
en el espacio que nos rodea para distinguir, por ejemplo, dónde es arriba y
dónde abajo. Así podemos mantener la postura corporal, movernos e interactuar
con nuestro ambiente.
En esta tarea participan principalmente tres sistemas:
el vestibular, el visual y el propioceptivo, de los que ahora contaremos más
detalles.
Mantener la postura corporal depende principalmente de
un sentido que, a pesar de su importancia, no está incluido en la clásica e
incorrecta lista de cinco que todos conocemos. Se trata del sentido del
equilibrio, mediado por el sistema vestibular. Además de mantener la postura corporal y
el equilibrio, realiza otras funciones importantísimas, como permitirnos fijar
la vista en un punto.
El sentido del equilibrio está localizado en
nuestro oído interno y consta de dos componentes: los canales
semicirculares, que detectan rotaciones; y los otolitos, que captan
aceleraciones lineales, incluyendo la gravedad. De este modo, el sistema
vestibular nos faculta para determinar nuestra posición y saber cuándo nos
estamos moviendo.
Sin embargo, tiene sus limitaciones. Por ejemplo, si
nos movemos a una velocidad constante, entonces no hay aceleración y, por lo
tanto, el sistema vestibular no detecta dicho movimiento. Esto explica la
sensación de permanecer inmóviles mientras subimos o bajamos en un ascensor.
La vista sí engaña
Por otra parte, si estamos viendo que todo se mueve a
nuestro alrededor, lo más seguro es que seamos nosotros los que nos estemos
desplazando. Por lo tanto, para mantener la postura corporal también juega un
papel importante la vista. Pero el sistema visual tampoco es infalible, y a
veces la escena que estamos mirando se mueve a pesar de que nosotros
permanezcamos quietos.
Un ejemplo es estar parado cerca de un vehículo
grande, como un autobús, que de repente se mueve, dándonos la sensación de que
somos nosotros quienes nos desplazamos. Esto ocurre porque el autobús ocupa una
gran parte de lo que estamos viendo.
Por lo tanto, el sistema vestibular y el visual se
complementan haciendo que nuestra orientación espacial sea más precisa, y hay
otros sistemas que también contribuyen. Uno de ellos es el sistema propioceptivo, que usa sensores en los
músculos, tendones y articulaciones para saber la fuerza y la posición generados
por nuestros propios movimientos.
Informaciones en conflicto
El uso de diferentes estrategias hace que nuestra
orientación espacial funcione muy bien en la mayoría de los escenarios. Sin
embargo, durante la historia más reciente, los inventos de los humanos han
creado nuevas situaciones que suponen un desafío para nuestra orientación
espacial.
Los parques de atracciones, por ejemplo, son un
espacio creado con el fin de llevar dicha orientación al extremo. También los
medios de transporte crean una alteración de las condiciones que moldearon esa
capacidad de situarnos en el espacio a lo largo de la evolución. Y el coche no
es una excepción.
Cuando leemos o vemos una película dentro de un
vehículo en marcha, nuestro sistema visual se concentra en un punto. Mientras
que el sistema propioceptivo nos indica que estamos sentados inmóviles dentro
del vehículo, el vestibular nos avisa de que nos encontramos en movimiento. Es
decir, a nuestro cerebro llegan informaciones contradictorias a través de estos
tres sistemas.
Así mismo puede haber conflicto cuando vemos por la
ventanilla pasar objetos a gran velocidad, ya que, al verse borrosos, el
cerebro no logra interpretar esa información. Esto también ayuda a marearnos.
Al hacernos mayores, ya podemos conquistar el asiento
delantero, en donde gozamos de un campo visual mucho más amplio y podemos
observar el horizonte lejano moviéndose lentamente a través del parabrisas.
Este lugar privilegiado resuelve el conflicto entre el sistema visual y el vestibular debido a que el cerebro recibe
información similar de la dirección y de la velocidad del movimiento a través
de los oídos y los ojos.
Otra solución a esta guerra entre sistemas es mantener
la cabeza apoyada y lo más recta posible para no alterar todavía más el sistema
vestibular. Aunque, sin duda, la mejor opción es parar el vehículo de vez en
cuando y dar un pequeño paseo para reestablecer el equilibrio entre los
sistemas.
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