I.A son
las siglas de Inteligencia Artificial ya asimiladas en nuestros subconscientes,
no precisamente por buenas, que despiertan inquietudes de toda índole.
Sus creadores la califican
como generativa: sabe responder a las preguntas
planteadas de forma bastante exacta. Poseen una amplia información disponible, almacenada
con anterioridad por expertos informáticos humanos en su base de datos. De su primer
programa, un tal ChatGPT, surgen como setas cada día otros más sofisticados, capaces
de clonar tu imagen, tu voz y hasta tu vida.
Sin embargo, es errónea o
miente en más de la mitad de preguntas sobre Ingeniería de Software. Los
técnicos estudiosos de estos problemas los llaman alucinaciones. Sus fallos van
desde falta de criterio a la saturación. Por esta razón todavía no pueden
determinar si miente o se equivoca.
De momento parece desconocer miles
de palabras en español y produce muchas inexactitudes. Entonces ese cerebro
artificial procura dar respuestas plausibles, aunque no sean reales. En esos
casos se comporta como una «bienqueda»
poco fiable para los hispanohablantes pero, como escribo al principio de
este párrafo, solo de momento... De ahí que casi todas las denuncias de famosos
por apropiación de identidad o intromisión en su intimidad se estén produciendo
en el mundo de habla anglosajón.
Es un arma de doble filo o una
bomba atómica virtual, si nos ponemos tremendistas. Al inventarla han
subestimado sus consecuencias, o no, hasta la aparición de sus problemas en la realidad.
Ahora trabajan para poner límites legales a su alienación. Seguramente mediante
artículos con mil vericuetos, justos en apariencia, para detener su
intervención. Mientras tanto los datos personales de millones de personas ya
forman parte de esta Inteligencia Artificial cuyo alcance estamos lejos de
conocer.
Como
contrapartida, los filósofos no están preocupados: argumentan que nunca serán
capaces de plantear las preguntas esenciales que todo ser humano se hace a lo
largo de su vida. Y dudan de quiénes confiarían en las respuestas de una
máquina, a pesar de la información contenida. Yo no estaría tan segura, siempre
«haberlos, haylos».
En
el terreno literario la I.A. está trabajando con los muchos manuscritos
almacenados del Siglo de Oro, apócrifos o sin firma legible de sus creadores, para
encontrar su verdadera autoría. En un
tiempo muy reducido es capaz de comparar la caligrafía de las páginas de esos
manuscritos con las de Lope de Vega y otras extraordinarias plumas de ese
período único de las letras españolas. Y con ello arrojar la luz sobre obras
atribuidas a escritores que no fueron tales, o a otras de dudosa identidad,
revisadas posteriormente por ayuda humana experta en la materia.
La
I.A. está también escribiendo libros. Los de ensayos podrían ser buenos porque es
un compendio de datos, aunque para novelar historias propias o de ficción, ¿dónde
estaría la imaginación y la sensibilidad del autor o autora? Jamás podrán
habitar en medio del cableado de unos circuitos sin razonamiento ni corazón.
Solo
es mi opinión, pero creo que la Inteligencia Artificial nunca podrá sustituir
las cualidades humanas de la inteligencia emocional.
Esperanza Liñán Gálvez
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