A viajar nos impulsan distintas
circunstancias: el deseo de conocer lugares o países nuevos, descubrir
paisajes, admirar diferentes patrimonios artísticos que, junto a la curiosidad
y el gusto por ampliar horizontes, componen la fuerza motriz del viajero. Ya sé
que no estoy descubriendo el Mediterráneo, pero añadiría otro motivo, que al
menos para mí, supone una premisa importante: el del aprendizaje.
Cuando te desplazas a un país diferente,
el choque de costumbres entre las que se encuentran la gastronomía, los
horarios, las tradiciones, nos sorprenden, nos producen asombro y, a veces,
llegan incluso a enfadarnos ya que nos cuesta entender cómo pueden vivir de un
modo tan distinto al nuestro que, casi siempre, consideramos el mejor. Varias
de estas sensaciones son las que he vivido en nuestro último viaje a
Inglaterra, organizado por Nautalia y
Amaduma, y que tuvo lugar el mes de junio pasado.
Yo había visitado este país en dos
ocasiones anteriores y sabía de antemano que la comida iba a resultar uno de
los temas menos satisfactorios. En esta última se confirmó mi impresión y creo
incluso que se agudizó. Si la forma de alimentarse los ingleses desapareciera
no habría que lamentar pérdida alguna.
Por otro lado, Londres es mucho
Londres, de eso no hay duda. Una gran ciudad multicultural con grandes
atractivos y un numeroso patrimonio por conocer. Nuestra visita al Parlamento
resultó magnífica y digna de recordar. Y recorrer sus puentes y avenidas algo
muy estimulante, además de presenciar determinados eventos: un desfile militar
y una curiosa carrera ciclista donde los corredores iban desnudos, sin ningún
tipo de rubor, a pesar de que una prenda con la que cubrirse, por pequeña que
fuera, a más de uno le hubiera favorecido. En fin, la “flema” inglesa les
avala.
A partir de Londres y a pesar de los
hermosos lugares que hemos visitado, este Reino Unido me pareció mucho más
triste que en visitas anteriores. Envueltos en su bandera de un imperio
decadente y empeñados en ir en contra de las costumbres de los demás países,
como la de conducir por la derecha, emplear yardas o millas para contar
distancias y otras excen tricidades, tuve la sensación de que son un pueblo
aislado más allá de su circunstancia geográfica insular. El error de convocar
el brexit y de que este triunfara los ha encerrado mucho más en sí mismos y
están pagando las consecuencias. Los servicios han empeorado considerablemente
porque muchas de las personas que ejercían sus trabajos con profesionalidad, extranjeros
en su mayoría, han desaparecido del panorama laboral. Nosotros podemos
certificar la incompetencia de unos camareros bisoños que nos atendían tarde y
mal.
Y quizá la prueba más palpable de ese
desprecio que ejercitan hacia lo no británico fue la visita a Treasurer’s Hall
(la casa del Tesorero Real) que vimos en la hermosa ciudad de York. El guía
responsable, un flemático caballero inglés (al menos esa era su apariencia) se
impuso, de un modo absolutamente entregado, explicarnos la historia y los
avatares de la famosa casa por donde pasaron y durmieron reyes, aristócratas y
grandes personalidades. Y lo lamentable es que ese empeño lo hiciera en el
idioma inglés, a sabiendas de que nosotros no podíamos entenderle. Y ello mientras
a nuestras guías españolas, que dominaban a la perfección la lengua inglesa y
podían habernos traducido toda la historia, no se les permitió acceder y tuvieron
que permanecer fuera. Sin disyuntivas: o conoces su idioma o aguantas la
“perorata” sin comprenderla.
Bueno, pues son estas circunstancias y,
otras que no caben en un artículo, las que se convierten en el aprendizaje al
que me refería al principio. Y sirven también para valorar lo bueno de nuestro
país, sin olvidar sus defectos, y no fustigarnos con la visión negativa que
tenemos de nosotros mismos. Conviene recordar lo que decía San Agustín: “Si me
analizo no valgo nada, si me comparo soy mejor”. Pues nada, comparémonos de
cuando en cuando. Se elevará nuestra moral.
Mayte Tudea
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