06 mayo 2024

SU ÚNICO AMIGO

 

Toda la sabiduría de sus antepasados, toda la inteligencia de raza estaba contenida en la hermosa cabeza leonada color caramelo de Reberte III. Venía de una saga de guardianes fieles, con un instinto innato de nobleza y lealtad, trasmitido generación tras generación. Y él era el mejor de su especie.

Ahora en su lugar secreto, tumbado a los pies de su amo roía sin descanso la cuerda que lo sujetaba. Era el único sitio con un tibio sol a esa hora desde el que casi se podía casi tocar el cielo

Aplicado a su tarea, por su mente iban pasando imágenes secuenciadas de todos sus antepasados, no por conocidas menos emocionantes para él. Las escenas se sucedían con tal realismo que sentía su dolor, su rabia, y su impotencia como propios.

El amo había sido siempre un hombre cruel y bronco con los que le rodeaban, ya fueran personas o animales, a veces más con los primeros. Su mando lo ejercía por la fuerza ya el palo, ya la estaca, ya el cinturón, incluso con sus propias manos. Nunca tuvo consciencia que el perdedor podría haber sido él en las desiguales luchas que libraba. Vacas, perros, yuntas… temblaban al menor amago de su parte. Nunca lo atacaron,  siempre les ganaba la nobleza.

Curtido en la dureza del campo y supeditado al peso de su apellido necesitaba cada vez más la obediencia y sometimiento de todos. Trabajaba de forma bestial, sin descanso y sus exigencias se extendían a su entorno. No había perdón para los fallos. El sacrificio de los animales “inservibles” o rebeldes se ejecutaba sin más. El castigo a las personas, también.

Las imágenes de apaleamientos, golpes y castigos eran su acicate. Todos sus antepasados y aquellas criaturas clamaban venganza y él… roía, roía, roía en silencio. Los espíritus de los heridos y muertos por aquel hombre ocupaban ahora su enorme cabeza de espléndido mastín. Su abuelo Reberte I murió balanceándose de un olivo por acercarse demasiado a juguetear con un borreguillo. De nada valieron tantos años de fiel pastoreo sin que lobo alguno se acercara.

Sus afilados dientes estaban a punto de terminar de soltar esa atadura que en realidad no hubiera sido necesaria si…

La residencia de acogida, donde vivía ahora con él, ocupaba un enorme edificio de 10 plantas descuidado y lóbrego donde el sol era un regalo. El amo, ahora ciego e inerme, dormitaba sentado en la azotea donde él le había guiado esa mañana. Solo Reverte III le acompañaba en su vejez y le ayudaba a desplazarse.

Cortó los últimos hilos que le unían a la cuerda del arnés y esperó. Unos minutos después vio como él desplegaba el bastón telescópico y sintió el violento tirón del arnés. La orden, como un trallazo, avisó a Reverte III de que había llegado el momento. El hombre extendió el bastón y dio un paso adelante confiado. Liberado del arnés solo tuvo que apartarse unos centímetros a la derecha y quedarse al borde del abismo oyendo los improperios y gritos alejarse en el vacío.

Lo había conseguido. Por él y por todos las otras víctimas.

 

                                               Adela Bravo


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