La
nostalgia tiene mala prensa en la actualidad. Para muchos evoca tristeza o añoranza
de un tiempo relacionado con las páginas negras de una historia común que a nuestros antepasados y al país en
general les tocó vivir. Por eso suele asociarse a lo caduco, innombrable o un tabú
a evitar. Se considera como un cofre cerrado y hermético cuya llave se ha
tirado al fondo del mar.
La
denostada nostalgia no tiene banderas ni colores, es un sentimiento individual
e íntimo no apto para menores. Los
jóvenes han vivido poco tiempo para comprenderla y hacerla suya. Quienes están
ya en la madurez o en la vejez la llevan adherida como una segunda piel, lo
manifiesten o no. Si fuéramos reptiles, mediante la ecdisis, la dejaríamos
tirada a conveniencia en cualquier rincón, aunque algunos humanos también pueden
hacerlo.
Siempre
hay momentos especiales revividos con un punto de melancolía porque son jirones
de nuestras historias. ¿Qué hay de malo en recordar el pasado con nostalgia? Es
parte de nuestra identidad y deberíamos agradecer su compañía mientras vivamos
por estos lares. Eso significará que las neuronas siguen remando a favor y no
se han ido al limbo del olvido.
Nostalgia
de familiares y amigos perdidos. De barrios con su tienda de ultramarinos, del
quiosco de prensa y revistas donde nos guardaban los coleccionables. La mercería,
la ferretería, el zapatero de la esquina. La modista del segundo, que también nos
vendía ropa importada de Londres o
mantelerías de Canarias para el ajuar. Esos referentes son como un álbum de
fotos familiar: cobran vida en la memoria al abrir sus páginas.
Ahora
en mi barrio no queda nada parecido. Los apartamentos turísticos ocupan los locales
bajos de casi todos los edificios. Los utilizan unas aves de paso ruidosas, con
forma humana, arrastrando maletas a todas horas. Efímeros y desconocidos habitantes de unos espacios antes impregnados
de historias cotidianas. Y solo dejarán una huella: latas de refresco y cerveza,
botellas y bolsas de patatas fritas alrededor de sus puertas y en las aceras, obviando
la papelera instalada a uno o dos metros de distancia.
Este
es otro de los momentos que nos ha tocado vivir. Lo futurible, mejor ni
pensarlo, pero se intuye por las incesantes muestras invasivas a través de todos
los medios.
Sin
ánimo de equivocarme y por poner algunos ejemplos: no sentiré nostalgia de los selfies,
de las citas médicas telefónicas, las listas de espera hospitalarias, las Fake
News ni de la Inteligencia Artificial. Ese mundo prefabricado de escaparate
perfecto solo aporta vaciedad a cualquier existencia y nunca será el mejor activo
biográfico de una persona.
Esperanza Liñán Gálvez
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