Hace
muchos años (lo recordamos con afectiva nostalgia en los anales de nuestra
memoria) los estudios de magisterio, en la
Escuela Normal ubicada en el altozano de El Ejido, Málaga, tenían una
asignatura o materia cuya naturaleza era esencialmente práctica. Se denominaba CALIGRAFIA. Su contenido consistía en ir
rellenando unos cuadernillos apaisados, copiando fielmente unas líneas escritas
que ya venían impresas. Había que hacerlo a plumilla, de aquellas que se
mojaban en unos tinteros que se compraban, lógicamente, en las papelerías. La
calificación que el profesor otorgaba se conseguía entregando esos cuadernos,
debidamente “caligrafiados”, considerando la belleza de los manuscritos. Se
consideraba que el bien escribir, tanto en
la forma como en el contenido, era un destacado valor para tener muy en cuenta,
especialmente para los futuros maestros de las escuelas públicas o de
titularidad privada. Por supuesto que en los años 60 ya se utilizaba el
bolígrafo. Pero esa materia había que aprobarla escribiendo
a plumilla.
Esos
cuadernillos, para quien tenga la suerte de conservarlos, eran una verdadera
pieza de museo, para el arte manuscrito. Lógicamente, el bolígrafo eliminó la
utilidad de esas plumillas y tinteros. También las plumas estilográficas, que
se llevaban, con ostentación, en el bolsillo de la camisa o de la chaqueta.
Con
el bolígrafo la calidad “caligráfica” de lo
escrito se fue degradando. Ya no era tan importante la calidad gráfica de lo
escrito. Las antiguas máquinas de escribir con
cintas (de uno o dos colores) y posteriormente la máquina de escribir
eléctrica, también contribuyeron a la pérdida estética de lo manuscrito. Estas
máquinas quedaron obsoletas, cuando apareció la
revolución informática. Llegó el reinado del teclado y la escritura
digital. Los ordenadores, las tabletas informáticas, el móvil telefónico, ya
venían con su versátil teclado virtual. Incluso los encerados o pizarras tradicionales se fueron sustituyendo por
las electrónicas o digitales. El mundo de la tiza y los “pizarrines” fue
desapareciendo progresivamente, El “dedo” se
ha hecho dueño de la “caligrafia”. E incluso sin el dedo. Con la voz se va escribiendo en pantalla,
automáticamente, todo lo que dices.
¿Quién escribe hoy con el lápiz o el bolígrafo tradicional?
Cada vez menos personas. Y cuando se hace, la caligrafía aplicada resulta más
bien pobre, “penosa”, incluso ininteligible. Muchas recetas médicas,
manuscritas, hay que “descifrarlas” en las farmacias. Los boticarios son
expertos en esa ardua labor. Algunos profesores aún utilizan el encerado
tradicional y la tiza. Pero son los “docentes clásicos”. La mayoría del
profesorado explica ayudándose del espectacular power point, ya preparado, cuyo
video es proyectado en una pantalla. Utilizan como ayuda el puntero del “ratón”
o el puntero láser (para provocar mayor impacto).
Algunos
médicos recomiendan a sus pacientes que escriban,
pues ello estimula las neuronas de nuestro cerebro. Pero añaden que es mejor
hacerlo (y da mejores resultados) hacerlo aplicando la forma “manuscrita”. Sin que tengan que recomendarlo los
galenos, es evidente que ESCRIBIR nos enriquece,
mental y anímicamente. Y haciéndolo de forma manuscrita, aún mejora nuestro
sentido de la coordinación y expresión estética.
Nos
preguntamos ¿Cuánto tiempo hace que no hallamos en nuestros buzones familiares
una carta escrita manualmente, como aquéllas “inolvidables misivas” de hace
décadas? Por el contrario, hoy sólo recibimos propaganda comercial, como
recurso publicitario, o frías y desvitalizadas comunicaciones bancarias.
Aquellas preciadas cartas antiguas, al
margen de su calidad ortográfica y caligráfica, rezumaban cálidos sentimientos
afectivos, proximidad fraternal y un nivel de verosimilitud que hoy apenas
encontramos en los muy pobres mensajes digitales del WhatsApp. La lectura de
aquellas cartas manuscritas proporcionaba placer,
tristeza, alegría, asombro, intimidad, confidencia, proximidad, emoción, etc.
El sentimiento que generaba sus contenidos aconsejaba leerlas más de una vez,
“saboreando” las palabras y las frases. Se guardaban, por años, con gran esmero
y cuidado. Físicamente, o en el mágico y versátil archivo gráfico de nuestros
recuerdos.
En
este contexto de la escritura manuscrita, también vienen a nuestra memoria,
desde la pretérita infancia, la admirable constancia de nuestros queridos y
recordados profesores y maestros, para que escribiéramos o redactáramos,
a ser posible cada día, acerca de algún tema propuesto por el educador o que libremente
eligiéramos la temática que estimáramos oportuna. Lo importante era escribir, pero
escribir bien, tanto en la forma como en el contenido. ¡Cuántas “aventuras”
creábamos, cuántos personajes tomaban vida en aquellas entrañables libretas de
dos rayas, o cuadriculadas, para el mejor equilibrio de la uniformidad!
Nuestros
medios “digitales”, aparte los cuadernos en donde se componían las redacciones, eran los lápices de grafito,
especialmente el nº 2, el bolígrafo BIC, que nunca fallaba, aunque con el uso
“derrapaba” aquella tinta azul o negra que teníamos que evitar a fin de no
manchar nuestra ropa escolar. También los lápices de colores, Alpino u otros cualesquiera, los muy útiles
sacapuntas, para que la “mina” fuese perfecta y, por supuesto, en los errores,
la versátil y duradera goma de borrar, con su nombre bien explícito de MILAN. Esas “planas”
de caligrafía, ciertamente muy repetitivas, nos habituaban a cuidar la
forma de las letras y las palabras, porque la presentación siempre era
importante y necesaria.
Y
ahora, al paso de los muchos años, cuando vemos un texto escrito, nos fijamos
en la importancia que tiene la buena letra, la buena caligrafía, que también
refleja algo de nuestra personalidad. Porque, como la
buena educación, la buena caligrafía dice mucho acerca de nuestro
carácter y nuestra forma de de ser. Leamos, estudiemos y escribamos, pero nunca
olvidemos, a pesar de todos los adelantos digitales que la ciencia ha puesto a
nuestro alcance, la sutil belleza de los textos manuscritos, con buena letra e
imaginativo contenido. –
José
L. Casado Toro
Febrero
2024
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