Artículo de Sergio
Vila Tojo, Investigador posdoctoral en psicología
social aplicada al medioambiente, Universidade de Santiago de Compostela.
Publicado en la revista digital The Conversation.
Quizás
todavía no lo sepa pero, al igual que el plástico o el papel, el agua residual
de su casa también se puede reciclar. Las aguas grises y negras procedentes de
la cocina y del baño son enviadas a plantas de tratamiento centralizadas (p.
ej., municipales) o descentralizadas, situadas en urbanizaciones o edificios.
Allí, con la tecnología adecuada y mediante procesos específicos, son purificadas. El agua resultante
puede dedicarse a cualquier uso que se imagine, como limpiar las calles o regar
las plantas. Con el tratamiento adecuado, hasta nos la podríamos beber.
El agua reciclada es útil para luchar
contra la escasez.
Su uso ayuda a reducir la extracción de las limitadas reservas de agua dulce,
que suponen menos del 2,5 % del agua del planeta.
En
distintas zonas de España, como en Alicante, ya se emplea para usos agrícolas, urbanos y
recreativos. Y en otras zonas del mundo, como Singapur y Namibia, se emplea para consumo
humano.
Sin
embargo, en otros lugares del planeta la ciudadanía ha rechazado la idea de
reciclar el agua, a pesar de sus garantías y beneficios. En algunos casos,
después de inversiones millonarias.
Me
gustaría que imaginase que en su municipio se propone reciclar el agua, ¿qué
opinaría al respecto? Tanto si le pareciese bien como si no, ha de saber que
hay factores psicológicos que están afectando a su decisión.
La aceptación varía según el uso
Es
posible que esté de acuerdo con reutilizar el agua, pero no para todo. Existe
un patrón común en la respuesta ciudadana sobre los usos que son más aceptables. A medida que aumenta el contacto físico
con el agua reciclada, la disposición a aceptarla disminuye.
La
mayoría de personas aceptan usar agua reciclada para limpiar las calles, pero
cuando el agua toma contacto con nuestra piel, como es el caso de la ducha, la
aceptación se reduce drásticamente. El rechazo es todavía más pronunciado
cuando se trata de ingerir el agua.
Aludiendo a la frase “la necesidad no
conoce de leyes”, se podría argumentar que este patrón no se ajusta a una
persona que se encuentre bajo una situación real de escasez. En ese caso, el
individuo aceptaría beber agua reciclada. Pero curiosamente, la aceptación es
bastante similar en zonas con niveles opuestos de escasez, como Galicia y
Murcia. Entonces, ¿por qué se reduce la aceptación cuando se incrementa el
contacto?
La situación de escasez es relevante, pero nuestra percepción
sobre esa escasez, más que el dato objetivo, es lo que realmente importa. ¿Se
sobresaltaría ante un ruido que no escucha? Un suceso negativo no tiene
repercusión si el individuo no lo interpreta de esa forma. Y aun señalándolo
como negativo, sus efectos pueden percibirse lejanos en el tiempo o distantes
geográficamente. Es lo que conocemos como distancia
psicológica. Aunque la situación objetiva
de sequía sea diferente entre regiones, lo relevante será cómo de amenazante se
perciba la situación y cuán vulnerables se sientan las personas ante ella.
El agua es segura, pero
no todo el mundo lo percibe
Si bien la percepción de escasez es relevante para la aceptación
de agua reciclada, la principal barrera es la percepción de riesgos para la salud.
Puede que sea de las personas que siente repulsión si encuentra un pelo en la
sopa. Y da igual que lo retire: ya le han arruinado la comida. Cuando un
elemento ha estado en contacto con un contaminante, se
tiende a creer que ha adquirido sus propiedades nocivas para siempre, aunque no sea cierto.
Algo similar sucede con el agua reciclada. Aunque los procesos de
tratamiento garanticen que el agua ha sido completamente purificada y que es
equiparable al agua corriente, las personas activan mecanismos de protección
para evitar cualquier daño potencial. Por eso, a medida que aumenta el
contacto, también lo hace el riesgo percibido, limitando drásticamente la
aceptación.
Pero recordemos que nuestras creencias no son estáticas. A menudo,
pensamos que tenemos el control total de nuestras percepciones. Sin embargo,
gran parte de ellas se forman a partir de nuestros intercambios sociales. Por
ejemplo, percibiremos menos riesgos si la propuesta de utilizar agua reciclada
proviene de alguien de nuestra confianza.
También tendemos a observar y a actuar siguiendo el comportamiento
de la mayoría y, actualmente, los usos de bajo contacto son ampliamente
aceptados. Por ello, a medida que estos usos se extiendan por la sociedad, la
ciudadanía se irá familiarizando con el agua reciclada y comenzarán a reconocer
sus beneficios para afrontar la escasez.
Esa percepción positiva se irá generalizando hacia otros usos del
agua, marcando un cambio profundo de nuestras creencias sobre el uso
responsable del agua. Puede que incluso algún día decida ir a un restaurante y
pida, sin sorpresa y por costumbre, una botella de agua reciclada para beber.
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