Artículo
de Antonio Castro Balbuena, Profesor
de Teoría de la Litertura y Literatura comparada, Universidad de Almería.
La
relación entre “música” y “cine” es bien conocida. Mencionar películas como Psicosis, La guerra de las galaxias y
la saga Harry Potter hará
que sus espectadores recuerden rápidamente las melodías icónicas de cada filme.
Y, al contrario, la escucha de una banda sonora evocará en su audiencia las
escenas cinematográficas.
Pero imaginemos que, en lugar de una
película, hablamos de un libro. Como de los ejemplos citados, el último es la adaptación de
una saga literaria –en este caso, escrita por J. K. Rowling–,
asociar una melodía a ese libro resulta tarea sencilla.
Pensemos en una novela que no haya sido llevada al cine, y cuya
banda sonora, por tanto, no exista. ¿Podría reproducirse una melodía en este
relato? Y, en caso de que varios lectores coincidieran al imaginar una obra
literaria, ¿se encontrarían también imaginando las mismas notas, la misma
cadencia, el mismo tono y, en definitiva, la misma música propuesta por la
narración? Para ello, el texto debería ofrecer una solución clara y única,
cercana a lo que escucharían dos espectadores que asisten en la sala de cine al
mismo espectáculo visual y sonoro.
Entonces ¿podemos escuchar música
dentro de una novela?
Una música literaria
A
finales de los 40, la música empezó a estudiarse desde una perspectiva no
limitada a las fronteras físicas de cada nación. El acercamiento e incluso la
simbiosis entre ambas artes se convirtieron en una realidad.
A partir de este momento, los estudios sobre la relación de la música con la
literatura aumentaron, aunque su enfoque estuviese aún
limitado por las formas tradicionales: ópera, odas, canciones…
Más tarde, en los 70, un concepto impulsaría una
visión más aperturista: la intermedialidad.
Así, el foco se ampliaba para atender la relación entre la literatura y otros
medios. Bajo este paraguas teórico, la relación entre música y literatura
ganaría relevancia sobre todo con la Nueva Musicología, impulsada por críticos
como Fred Maus.
La referencia a lo fílmico no es baladí. El
término música diegética, que usamos también en
literatura, proviene precisamente de los estudios de cine. Una música diegética
en la película es aquella melodía cuya fuente identificamos en escena, cuyo
sonido perciben el público y también los personajes. Por ejemplo, el protagonista
enamorado que canta una serenata a la protagonista, o una radio encendida en
primer plano que reproduce una canción específica. Ambas aportaciones pueden
ser relevantes para la trama narrativa.
Al contrario, la música no diegética es aquella que, con menor peso
en la narración, solo oímos desde la audiencia, de fondo, y cuya fuente
permanece oculta. Una banda sonora, por ejemplo.
Igualmente, la presencia de la música en literatura tiene diversas
funciones. Entre ellas, la de contextualizar elementos de la novela. Puede
hacerlo mencionándose el título de una canción o el del álbum en el que se
publicó.
Así
ocurre en La cúpula, de Stephen King, donde Brenda se convence a sí
misma de que Howie, su esposo, es un buen cristiano. En esa escena, antes de
increparle, ella apaga la radio, y King menciona que, haciéndolo, silencia «al
Coro Norman Luboff en mitad de “What a Friend We Have in Jesus"», una clara referencia a ese "buen cristianismo”
que Brenda presupone en Howie.
De forma similar a las bandas sonoras
del cine, encontramos otros ejemplos literarios donde la mención musical dota
de melodía, pero cuyo aporte narrativo es reducido. En El camino blanco, de John Connolly, por ejemplo, Charlie
Parker compra «el nuevo disco de Pinetop Seven, Bringing Home the Last Great Strike», entre otros
álbumes. La mención proporciona una “sensación” en el lector, pero no
condiciona ninguna trama de la novela.
En otras obras no se especifica una
canción pero sí su género. El objetivo es evocar un contexto musical, como en El jardín de Suldrun, de Jack Vance, donde los músicos
«tocaron un acorde majestuoso y el rey Casmir condujo a Arresme a la pista para
la pavana».
Ahora bien, ¿qué ocurre cuando no
existe una versión previa de la música porque su autor la ha inventado para la
narración? ¿Pueden los lectores “escuchar” esa melodía?
Una
música imaginaria para evocar sentimientos
En 1978, Steven P. Scher planteó que
aquellos trabajos artísticos que emulan la experiencia de escuchar música, así
como los efectos subjetivos y emocionales que esta pueda provocar, podían ser
considerados “música verbal”.
Como he estudiado, esta
idea puede llegar más allá, hasta el punto de crear espacios narrativos
propios. En ellos, la música verbal condiciona la comunicación. Su comprensión
no depende solo de la obra que se utiliza para “enviar” el mensaje (en este
caso, el libro), sino también de las experiencias previas y sentimientos del
lector que lo “recibe”.
Lo musical en literatura puede
evocarse mediante la prosa sin necesidad de dibujar notas en una partitura.
Pero será necesario un lenguaje distinto del empleado en el resto de la obra:
el lenguaje poético,
diferente –y más lírico– del lenguaje que se usa, por ejemplo, para hacer
descripciones. Su objetivo será revivir determinados sentimientos en el lector,
que dependerán de su propio horizonte de experiencias,
esto es, aquellas vivencias que marcan la manera en que se identifica con el
texto. Por ejemplo, el desengaño amoroso experimentado por el lector propiciará
su acercamiento empático hacia un personaje de ficción que enfrente una
situación similar.
El punto de encuentro para todas estas
melodías serán los sentimientos evocados por la música verbal. Esta música
despertará emociones y recuerdos, y la novela también podrá nutrirse de ello;
sus mitos, leyendas y cuentos populares podrán existir a través de la música
verbal.
Por ejemplo, en El nombre del viento (2007), de Patrick Rothfuss,
el protagonista interpreta piezas cuyo contenido el lector solo puede evocar a
partir del sentimiento:
“Empecé a tocar otra cosa que no eran canciones. Cuando el sol
calienta la hierba y la brisa te refresca, sientes algo especial, y yo tocaba
hasta que conseguía expresar ese sentimiento. Tocaba hasta que la música sonaba
a ‘Hierba tibia y brisa fresca’. […] Hacia mediados del tercer mes dejé de
buscar fuera y empecé a buscar temas en mi interior. Aprendí a tocar ‘Viajar en
el carromato con Ben’, ‘Cantar con padre junto al fuego’. […] Tocar esas cosas
me dolía, por supuesto; pero era un dolor como el de los dedos tiernos sobre
las cuerdas del laúd”.
¿Podemos escuchar, entonces, música
dentro de una novela? Lo cierto es que esto no es lo más relevante en la música
verbal, porque el autor no nos transmite determinadas notas musicales ni un
ritmo específico. En este caso, no persigue que la escuchemos, sino que la sintamos.
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