Resulta
cordialmente frecuente que durante las reuniones familiares, las charlas ocasionales
con los vecinos, los gratos encuentros con los amigos o en las relaciones cotidianas
con los compañeros de trabajo, entre los numerosos temas posible para la
conversación (coste de la cesta de la compra, la situación política, la falta
de precipitaciones, el frío o calor atmosférico, los proyectos vacacionales, el
estado de salud, la clasificación de la liga, el recuerdo de veteranos
compañeros, el crecimiento de los niños, etc.) también aparezca ese comentario o
recurso para el diálogo que se hace inevitable para los buenos aficionados: la
magia y grandeza del cine.
¿Qué película interesante has visto últimamente y me puedes
recomendar? Empiezas
a darle vueltas a los recuerdos y te resulta verdaderamente difícil poder citar
un título reciente, que tenga la calidad suficiente para compartir con tu
interlocutor. Si ya es complicado repetir el título de la cartelera, la
cuestión se complica si quieres ilustrar la información con los nombres del
director, intérpretes u otros datos del staff integrante en su realización. Y
no puedes echarle la culpa a tu buena o más deficiente memoria, ya que la causa
principal de ese “aprieto cinematográfico”, en el que te sientes inmerso,
procede fundamentalmente de la muy discutible
calidad de lo que normalmente se proyecta cada semana en las grandes
pantallas, que aún permanecen operativas. Y si pasamos al mundo de las grandes plataformas
digitales o a la programación de las diferentes cadenas de televisión, la
situación se repite, con un más de lo mismo.
Si echamos la vista al siglo pasado,
recordamos sin la menor complicación las grandes superproducciones que se realizaban,
principalmente, en los estudios de Hollywood. Eran películas emblemáticas para
la historia del cine. No es el caso de comenzar a elaborar grandes listados de
títulos, directores e intérpretes. En las páginas de cualquier buscador (puede
ser el Google) o páginas web dedicadas al cine, se encuentran sin la menor
dificultad decenas y decenas de “míticos” títulos,
directores, actores
y actrices. Nombres afectivamente inolvidables para los grandes
cinéfilos o simples aficionados a la gran pantalla. Era una realidad que cada
año, mes o semana, se estrenaban importantes realizaciones, vinculadas
normalmente a esos tres importantes vértices del triángulo y que al paso de los
años resultaban y resultan inolvidables para cualquier amante del séptimo arte.
En este nivel podemos ya preguntarnos ¿por qué esas
películas resultan imborrables de nuestras memorias?
Todos
los años se rodaban un conjunto de grandes películas, cuya importancia radicaba
básicamente en que sus argumentos estaban muy bien construidos y
narrados. Eso tan simple y difícil al tiempo como construir
y contar bien una historia. Cada semana la cartelera nos ofrecían una o
dos películas que gozaban de la necesaria calidad argumental para anclar en
nuestra memoria. A esa figura de los tres vértices, habría que añadirle, un
cuarto e innegociable elemento poligonal, alma máter para la existencia de una
buena película: la función indispensable e innegociable del guionista. Los productores pueden gastarse muchos
millones de dólares o euros en conseguir los mejores efectos digitales (que
aparecen en las últimas décadas del siglo XX). El recurso a la ciencia ficción
puede simular una sociedad futura o pasada. La publicidad puede conseguir
“milagros” para condicionar nuestras voluntades y llenar las taquillas con
pobres películas. Pero sin inteligentes guionistas no hay buenos argumentos. Y
sin buenos argumentos sólo se consiguen mediocres o aburridas películas. Esa es
una de las graves realidades que afectan al cine que se hace actualmente como
“rosquillas”, gracias a los negocios opíparos que sustentan las distintas
plataformas cinematográficas, como Netflix y similares. Utilizando un símil
pesquero: ¡cuánta “morralla” viene en las redes salinas de la cartelera!
Acudes
a una sala de cine o te acomodas delante de tu televisor u ordenador y te
encuentras con una insufrible pobreza argumental en lo que te cuentan en
pantalla. Además de carecer de buenas y bien narradas tramas argumentales, te
“regalan” grandes dosis de “naderías”, violencia,
sexo y terror sádico. Los argumentos LGBTI se repiten con insistente
rutina. Las comedias, supuestamente realizadas para el divertimento, parecen
hechas para personas sin grandes exigencias intelectuales. Repasas los estrenos
semanales y te asombras (si llegas a visionarlos) de la cantidad de “tonterías”
que nos quieren vender para llenar nuestras abrumadas cabezas de … aburrimiento
y simpleza. Prestigiosos críticos cinematográficos lo explicitan con sabias
palabras: “llevo media hora mirando a la pantalla y no dejo de preguntarme
¿pero ¿qué me importa lo que están contando ahí en pantalla? Miro al reloj con
desesperación y compruebo que aún faltan 60 minutos para que finalice este
argumento “sin argumento y sin interés”. Muchas veces estas realistas
reflexiones se llevan a efecto incluso con títulos “laureados” en los premios
Óscar de Hollywood o en los prestigiosos festivales de San Sebastián, Venecia,
Berlín, Cannes o la Seminci (semana
internacional del cine) de Valladolid. Y el espectador y el crítico especializado
se pregunta ¿qué valores le habrá visto el jurado a estas dos largas, eternas, horas
de aburrimiento, para darle la palma, la biznaga o el oso de oro o plata a este
film? Y ahí, sentado en la butaca te preguntas ¿Pero a santo de qué me
interesa o afecta ese “gran problema” que tratan de “venderme” con toda la
parafernalia publicitaria y digitalización al uso?
En
este punto, los aficionados al cine tenemos que recurrir a dos lúcidos caminos “terapéuticos”, mientras los guionistas no sepan
afinar mejor sus esfuerzos argumentales y el modo de contarlos. El primero de
estos caminos es una sabía y repetitiva decisión: recurrir a ese cine de los
años 40, 50 o 60, del siglo pasado y que se conoce como el mejor cine clásico para
el disfrute y el recuerdo. Son películas “cientos” de veces visionadas, pero
que una y otra vez te hacen disfrutar, entretener, sentir, soñar y empatizar,
con el convincente trabajo de los actores y la diestra dirección que desarrolla
un argumento bien construido y narrado. La otra alternativa es “relativizar” el
cine procedente de la gran maquinaria industrial, “made in Hollywood” y optar
por ese otro cine fresco, sugerente y alternativo de cinematografías “indie” o independientes, sea asiático,
europeo, africano, países que nos regalan insólitas y valiosas obras, que
entretienen y enriquecen nuestra reflexión y entretenimiento por los valores
que atesoran y divulgan. -
José
L. Casado Toro
Noviembre
2023
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