Esta
breve, sencilla y estimulante frase, alude en principio a un hecho
meteorológico que resulta evidente para todos. Efectivamente, el movimiento de
rotación de la Tierra provoca que nuestra exposición ante el astro solar
genere, cada 24 horas, la sucesión de los días. Es obvio que de esta forma tras
la noche viene la mañana, con todo ese caudal de luminosidad y energía, que
tanto nos beneficia.
Sin
embargo, paralelo a la evidencia meteorológica, hay también en esa emblemática frase
un sentido “providencial” que nos estimula, de manera especial, en aquellos
momentos o fases de nuestras vidas en las que nos sentimos, más “agobiados” o
superados por las dificultades y los problemas de toda índole, realdad
consustancial de nuestra existencia. Sería como decir “aunque
estés desanimado por el azar, por tus erróneas decisiones o por esa mala suerte
que el destino nos ofrece, nunca dudes que tras
la noche vendrá la mañana, al igual que tras
la tempestad viene la calma. Después del infortunio, aparecerá la esperanza”.
En
general, asumimos que el amanecer resulta
positivo para nuestro ánimo. Cuando el alba “ilumina” nuestras ciudades, parece
que el optimismo también se despierta en nosotros, con esa fe en lo positivo
que tanto bien nos proporciona. Ya sea en el ámbito familiar o laboral, en los
estudios, en los proyectos, en nuestra organización económica o en las cotidianas
relaciones sociales. Esa fuerza “vivificadora”, siempre necesaria, está
indisolublemente unida al diario amanecer, cromáticamente teñido de azul
celeste, con la térmica hermandad de los primeros rayos solares.
Por
el contrario, la noche no nos genera tan
positivos aportes. Cuando el atardecer se va manifestando en la bóveda celeste,
ya nos sentimos más o menos cansados de la labor y obligaciones diarias y
apetecemos disfrutar de un descanso reparador. Esas primeras horas nocturnas
son bien “peligrosas”, porque nuestros ojos mentales perciben más el pesimismo
o un cierto desánimo. La carencia de luz solar suele cohibir nuestras
voluntades, desincentivado la ilusión. El cansancio influye en este estado de
aturdimiento que puede embargarnos. Por este motivo, las horas de la noche son
favorables y necesarias para el ineludible descanso orgánico y mental. Tenemos
que recuperar la energía perdida durante la jornada.
Pero
la noche, por sí misma, no debe traernos la
desesperanza. Además de ese descanso reparador (un tercio de nuestras
vidas lo dedicamos al sueño) podemos aplicar algunos lúcidos minutos a resumir
y recapitular acerca de cómo nos ha ido ese día que ya nos abandona. Analizamos
los aspectos más positivos (que sin duda los habrá habido) y los errores y
desaciertos de los que hemos sido protagonistas. También, los puntos o factores
de suerte, también de infortunio, que nos han afectado durante el día. Esos
propósitos u objetivos que fijaremos para la jornada siguiente, pueden hacerse felizmente
realidad, aplicando prioritariamente la fuerza, siempre necesaria, de nuestra
voluntad.
Sabemos
que “el destino” misterioso, que tanto condiciona y también “la decisión de los
dioses”, puede traernos, cuando iniciamos un nuevo día, lúcidas oportunidades
para mejor sonreír, para con inteligencia rectificar y para “darle pie” a esa
suerte que siempre es necesaria, aunque a nadie se le oculta que hay que
buscarla con perseverancia y tesón.
Debe
ser bastante dura o especial la vida (por poética que resulte o imaginemos) en
esas áreas geográficas polares que latitudinalmente generan las noches de 24
horas. Aparte del incentivo turístico, comprobar que mañana apenas amanecerá
puede desanimar y alterar el ritmo biológico de nuestros organismos,
condicionando la vida de aquellos que residen en esos puntos geográficos. Pero
en el resto geográfico de nuestro planeta, cada mañana amanece y el astro
solar, con su fuerza térmica, hará despedirse a las tinieblas nocturnas. Sus
rayos templados de limpia energía serán benefactores para el crecimiento de las
plantas y los diversos cultivos y también para la evaporación de las masas de aguas
marítimas, para articular ese circuito físico que tanto necesitamos como es la
lluvia, con el agua imprescindible, innegociable, sustancial y benefactora para
la vida. La lluvia nos produce alegría. La sequía, por el contrario, nos sume
en la tristeza.
La
noche puede ser preciosa, con su manto azulado o austeramente oscurecido que
cubre nuestras ciudades, adornado con esos broches brillantes de blancas
estrellas. Pero muchos, casi todos, prefieren la
esperanza del amanecer, la luminosidad natural de las mañanas. Cada día
que amanece supone una nueva oportunidad para nuestras modestas biografías. No
hay que desanimarse. Mañana, seguro, que de nuevo amanecerá. –
José
L. Casado Toro
Diciembre
2023
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor: Se ruega no utilizar palabras soeces ni insultos ni blasfemias, así todo irá sobre ruedas.
Reservado el derecho de admisión para comentarios.