Artículo de Sara
Bueno Fernández, Directora y Profesora Adjunta del Grado en Óptica y
Optometría, Universidad CEU San Pablo, publicado en la revista digital The
Conversation
En
estas fechas todos pensamos en las vacaciones que ya estamos disfrutando o a
punto de disfrutar: viajes, playa, montaña, cambio de residencia… Pero el
verano también conlleva una serie de riesgos específicos que pueden afectar a
la salud de nuestros ojos y arruinar esos días de descanso si no seguimos unas
precauciones elementales.
Radiación solar: cómo elegir unas gafas de sol
adecuadas
Nadie
duda de que es imprescindible proteger la piel con cremas de filtro
adecuado siempre que nos exponemos a la radiación solar. Especialmente en
verano, cuando esta suele ser más intensa y dura más horas cada día. Pero no
siempre prestamos la misma atención a nuestra vista.
Más
que un complemento de moda, las gafas de sol son, sobre todo, una protección
para nuestros ojos. Además, con ellas estamos también cuidando la piel que los
rodea, la más fina y delicada de todo el cuerpo.
Así
que las gafas de sol no solamente nos tienen que gustar por su estética,
sino que también debemos saber cuáles son las tres características más
importantes que debemos buscar en ellas:
·
Que
estén homologadas y hayan pasado todos sus componentes por los controles de
calidad adecuados. Es lo que indica el
marcado CE.
·
Que filtren convenientemente la luz que “no
vemos”: la ultravioleta (UV), la parte más dañina de la radiación solar. Está
señalado con unas siglas seguidas de un número –por ejemplo, UV400–, indicando
que filtra toda la radiación susceptible de causar problemas como
fotoqueratitis o fotoconjuntivitis.
·
Que
al usarlas la luz del sol no nos deslumbre; es decir, que sus lentes sean más o
menos oscuras. Un código de números, del 1 al 4, señala no solo la oscuridad de
ese filtro de menor a mayor, sino para qué actividad está indicado o
contraindicado.
Los
tres factores deben estar siempre convenientemente marcados en las gafas de
sol… si son de calidad. Por eso es importante comprarlas en establecimientos
que ofrezcan esa garantía y cuenten con personal especializado capaz de
indicarnos el filtro adecuado a nuestras necesidades: los establecimientos
sanitarios de óptica.
No
se precisa el mismo tipo de protección si vamos a pasear por el campo que para
un día de playa o para realizar deportes náuticos. Y, por último, recordemos
proteger especialmente los ojos de los niños –más delicados que los de los
adultos– no solamente con gorras o viseras, sino también con unas gafas con
filtro y tamaño adecuados.
Frío dentro y calor fuera: la lucha contra la sequedad
ocular
Para
sobrellevar las altas temperaturas del verano buscamos lugares –en casa, en el
coche, en el restaurante…– que tengan aire acondicionado o ventiladores. Estos
crean unas corrientes de aire fresco, pero también resecan el ambiente y, por
tanto, la superficie de nuestros ojos.
Para
ver bien y no sufrir molestias necesitamos que la superficie ocular este
siempre cubierta y humedecida por la lágrima. Una buena recomendación es
situarnos lejos o, al menos, no exponernos directamente a las rejillas por
donde expulsan esos aparatos el aire frío. Así evitaremos la sensación de
incomodidad y arenilla que produce la sequedad ocular y el enrojecimiento de
los ojos. Además, esta situación puede ser especialmente molesta si usamos
lentes de contacto.
En
el exterior, las altas temperaturas del verano –y más aún si el aire es seco–
también pueden causarnos esa sensación incómoda. Podemos tratar de aliviarla
con las llamadas lágrimas artificiales. Humectantes y
lubricantes, no se parecen mucho a las lágrimas naturales, pero ayudarán a
mitigar la molestia. Sus componentes, como el ácido hialurónico (uno de los más
populares), crean una fina capa de humedad que persiste durante un tiempo sobre
la superficie del ojo.
Podemos
ponérnoslas “a demanda”, pero cuanto más las necesitemos, más importante será
elegir productos sin conservantes. Y si usamos lentes de contacto, deberemos asegurarnos de
que las lágrimas artificiales sean compatibles con el material del que están
hechas dichas lentes, para que no se manchen o coloreen. En cualquier caso, el
óptico optometrista o el farmacéutico nos podrán recomendar las más adecuadas
en cada caso.
Cloro, sal y microbios: peligros bajo el agua
El
agua del mar, los ríos o las piscinas presenta un riesgo importante de irritación o
infección en el caso de que entre en los ojos. Por eso debemos protegerlos del
cloro o la sal, que producen picor, ardor o enrojecimiento, y de los
microorganismos que pueden generar peligrosas infecciones como queratitis o
conjuntivitis víricas o bacterianas.
La
forma de prevenirlo es no meter la cabeza ni abrir los ojos debajo del agua y
si lo hacemos, usar gafas de natación o buceo. Estas deben ser convenientemente
homologadas para la actividad que se va a realizar y, en el caso de que sea
necesario, pueden estar graduadas.
¿Y qué pasa si uso lentes de contacto?
Las
popularmente llamadas lentillas pueden suponer un riesgo adicional en verano:
nunca hay que bañarse con ellas puestas en el río, la piscina o el mar. De
hecho, cualquier situación en la que pueda entrar agua en el ojo, como darse
una ducha, contraindica su uso.
Las
sustancias irritantes (cloro, sal…) y los microorganismos presentes en el agua
pueden quedar atrapados en la lente o entre la lente y el ojo, causando una
molestia mayor o más duradera e incrementando también el riesgo de infección.
Uno de los patógenos más peligrosos es el protozoo Acanthamoeba, que está
frecuentemente en el agua. En el 90 % de casos en que producen infecciones (pocas, afortunadamente),
estas afectan personas que usan lentes de contacto, especialmente blandas, sin
seguir los consejos de uso e higiene adecuados.
Así
que lo mejor es ir a la playa o piscina sin las lentillas, con unas gafas
graduadas o no, pero siempre adecuadas, bien para protegernos de los rayos de
sol o bien para nadar, si queremos ver bien debajo del agua. Mantener a salvo a
nuestros delicados ojos siempre debe ser una prioridad, y especialmente en
verano.
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