En estos tiempos
convulsos que protagonizamos, tensionados por los posicionamientos
radicalizados y “sectarios” que, en repetidas ocasiones, aplicamos a nuestras
opiniones y actos, se echan en falta muchos valores
que proporcionarían una coexistencia local, regional, nacional y mundial,
más agradable y sosegada entre los seres humanos. Uno de esos valores, que tal
vez no sea el más importante, en el tesoro áureo de nuestro patrimonio
espiritual, pero sí muy necesario, terapéutico e imprescindible, especialmente para
épocas crispadas, es el de la CORDIALIDAD.
Este valioso
principio, aplicado a nuestro comportamiento relacional con los demás, puede
también equipararse a otros valores paralelos o de
parecida naturaleza, citando como ejemplos: amabilidad, generosidad, bondad,
diálogo, tolerancia, empatía, comprensión, actitud positiva, paciencia,
humildad, sencillez, alegría, etc.
Sin embargo, e
infortunadamente, a lo largo del proceso histórico, ha prevalecido la carencia
de ese imprescindible valor, que facilita la mejor atmósfera relacional entre
los ciudadanos. Tomemos un manual de Historia y repasemos capítulos vinculados
a las distintas épocas o etapas temporales. Los actos que más se repiten, aquí
y allá de la geografía internacional, son los enfrentamientos bélicos, la guerra, como recurso desgraciado y erróneo para
resolver las diferencias entre los colectivos nacionales. Guerras que traen
dolor en sus alforjas, sufrimiento, carencias materiales y espirituales,
destrucciones masivas y lo más drástico de su errónea aplicación: la pérdida
irreparable de miles y millones de vidas humanas. Además, conocemos
repetidamente que esta aciago y desafortunado recurso, en la mayoría de las
ocasiones, tampoco resuelve los conflictos entre los gobiernos de los distintos
países enfrentados, por lo que se repiten por ciclos y épocas, sin hallar
solución a las causas que han originado su irracional aplicación.
Esa falta de cordialidad,
que se convierte en acendrada rivalidad, la podemos también observar en otros
procesos o enfrentamientos, menos cruentos o lesivos, como son los deportivos y ya no sólo con la disputa en el
campo o pista deportiva de un partido o competición atlética, sino también en
las gradas y fuera del estadio. Hay competiciones en el césped o en las pistas
de cemento o tartán, en las que algunos participantes actúan con violencia,
teniendo que ser penalizados por los jueces deportivos. Sin embargo, hay
también violencia, física o verbal, en el contexto social vinculado a las
diferentes agrupaciones deportivas: son los seguidores fanáticos, viscerales,
agresivos que utilizan las manos o el teclado de sus ordenadores, para plasmar
su radicalismo irracional. Son aquellos que ven a los clubs ajenos al suyo, no
como rivales, sino como “apestados” enemigos, ofreciendo una imagen penosa y
reprobable, ejemplo que transmiten incluso a sus hijos o demás familiares.
La situación que
comentamos se agudiza si entramos en el terreno de la
política. Esta carencia de cordialidad se magnifica no sólo entre
aquellos cuya profesión es la actividad partidista, sino también entre los
ciudadanos que optan por una u otra ideología entre el variado espectro
político. Para los militantes de un determinado partido, los integrantes de
otras agrupaciones no son dignos rivales, con los que dialogar, discutir y
discrepar acerca de las mejores medidas para facilitar la felicidad de la
ciudadanía. Por el contrario, aquellos rivales en política son considerados
como “enemigos” en la consecución de los votos, a los que hay que descalificar,
denigrar, atacar, engañar y, lamentablemente, insultar y ridiculizar. Desde el
amanecer, hasta el ocaso del día. “Al enemigo, ni agua. Es la guerra, que hay
que mantener las veinticuatro horas del día”. La consecución del voto favorable
no admite posturas de conciliación o negociación en pro del bienestar de la
ciudadanía. Este “sectarismo” también se manifiesta entre la parte de la
ciudadanía que no milita, pero si sostiene con su voto a las diferentes
agrupaciones políticas, aplicando en el día a día la animosidad, el rencor e
incluso el odio hacía el partido al que no vota. Lo hace en las conversaciones
de casa, en el trabajo, en los centros de reunión y ocio. Y todo ello
alimentado por ese “lavado continuo de cabeza” que encuentran en los medios
informativos afines a su ideología, con una información tergiversada o
manipulada hasta en lo posible. Todo este contexto deriva en una ciudadanía
polarizada ideológicamente que provoca una atmósfera sociológica bronca,
radicalizada, violenta y carente de la necesaria racionalidad, equilibrio y
concordia. Lo percibimos en los barrios, pueblos, ciudades y regiones, que
conforman el marco nacional de un estado.
No sólo sufrimos
una patente sequía hídrica, sino también una ausencia de cordialidad, consenso,
diálogo y por supuesto, racionalidad, en la atmósfera sociológica que nos
vincula. Un craso y desafortunado error.
Pero es
necesario buscar soluciones que modifiquen
este nublado estado de la situación. La terapéutica para
conseguir una sociedad más amable y cordial en el trato debe provenir de
cada uno de nosotros, convenciéndonos que debemos aplicar la racionalidad y el buen sentido en cada uno de
nuestros actos.
En primer lugar,
los padres, dentro de las diferentes unidades familiares. El ejemplo de los
mayores hacia sus hijos es trascendental para los más jóvenes de la casa. Y
saliendo del ámbito familiar, en nuestras relaciones con el vecindario, con
nuestros compañeros del trabajo o grupales y en las situaciones de ocio en las
que participemos. Utilizar los grupos del WhatsApp para sembrar semillas de
discordia y enfrentamiento ideológico es una muy desafortunada opción.
Si aplicamos
voluntad, generosa y buena voluntad a nuestro comportamiento social, la
atmósfera relacional sería más agradable, saludable y cordial para nuestro equilibrio
anímico. Viviríamos un poco mejor y los aparatos de radio y los sintonizadores
televisivos de las diferentes cadenas seguirían encendidos, cuando emitieran
los telediarios e informativos de cada día. Los ciudadanos leerían los
periódicos, digitales o en papel, con la imprescindible confianza de estar
siendo informados y no burdamente ideologizados. Vayamos pues a las farmacias oníricas
de nuestra mejor voluntad, a fin de adquirir y mantener esa cordialidad que tan poco cuesta y que tanto bien
nos haría, a fin de ser un poco más felices en el periplo existencial que el
destino nos depare. –
José L. Casado Toro
Agosto 2022
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