02 septiembre 2022

EL SALUDABLE OXÍGENO DE LA CORDIALIDAD

 

En estos tiempos convulsos que protagonizamos, tensionados por los posicionamientos radicalizados y “sectarios” que, en repetidas ocasiones, aplicamos a nuestras opiniones y actos, se echan en falta muchos valores que proporcionarían una coexistencia local, regional, nacional y mundial, más agradable y sosegada entre los seres humanos. Uno de esos valores, que tal vez no sea el más importante, en el tesoro áureo de nuestro patrimonio espiritual, pero sí muy necesario, terapéutico e imprescindible, especialmente para épocas crispadas, es el de la CORDIALIDAD.

Este valioso principio, aplicado a nuestro comportamiento relacional con los demás, puede también equipararse a otros valores paralelos o de parecida naturaleza, citando como ejemplos: amabilidad, generosidad, bondad, diálogo, tolerancia, empatía, comprensión, actitud positiva, paciencia, humildad, sencillez, alegría, etc.

Sin embargo, e infortunadamente, a lo largo del proceso histórico, ha prevalecido la carencia de ese imprescindible valor, que facilita la mejor atmósfera relacional entre los ciudadanos. Tomemos un manual de Historia y repasemos capítulos vinculados a las distintas épocas o etapas temporales. Los actos que más se repiten, aquí y allá de la geografía internacional, son los enfrentamientos bélicos, la guerra, como recurso desgraciado y erróneo para resolver las diferencias entre los colectivos nacionales. Guerras que traen dolor en sus alforjas, sufrimiento, carencias materiales y espirituales, destrucciones masivas y lo más drástico de su errónea aplicación: la pérdida irreparable de miles y millones de vidas humanas. Además, conocemos repetidamente que esta aciago y desafortunado recurso, en la mayoría de las ocasiones, tampoco resuelve los conflictos entre los gobiernos de los distintos países enfrentados, por lo que se repiten por ciclos y épocas, sin hallar solución a las causas que han originado su irracional aplicación. 

Esa falta de cordialidad, que se convierte en acendrada rivalidad, la podemos también observar en otros procesos o enfrentamientos, menos cruentos o lesivos, como son los deportivos y ya no sólo con la disputa en el campo o pista deportiva de un partido o competición atlética, sino también en las gradas y fuera del estadio. Hay competiciones en el césped o en las pistas de cemento o tartán, en las que algunos participantes actúan con violencia, teniendo que ser penalizados por los jueces deportivos. Sin embargo, hay también violencia, física o verbal, en el contexto social vinculado a las diferentes agrupaciones deportivas: son los seguidores fanáticos, viscerales, agresivos que utilizan las manos o el teclado de sus ordenadores, para plasmar su radicalismo irracional. Son aquellos que ven a los clubs ajenos al suyo, no como rivales, sino como “apestados” enemigos, ofreciendo una imagen penosa y reprobable, ejemplo que transmiten incluso a sus hijos o demás familiares.

La situación que comentamos se agudiza si entramos en el terreno de la política. Esta carencia de cordialidad se magnifica no sólo entre aquellos cuya profesión es la actividad partidista, sino también entre los ciudadanos que optan por una u otra ideología entre el variado espectro político. Para los militantes de un determinado partido, los integrantes de otras agrupaciones no son dignos rivales, con los que dialogar, discutir y discrepar acerca de las mejores medidas para facilitar la felicidad de la ciudadanía. Por el contrario, aquellos rivales en política son considerados como “enemigos” en la consecución de los votos, a los que hay que descalificar, denigrar, atacar, engañar y, lamentablemente, insultar y ridiculizar. Desde el amanecer, hasta el ocaso del día. “Al enemigo, ni agua. Es la guerra, que hay que mantener las veinticuatro horas del día”. La consecución del voto favorable no admite posturas de conciliación o negociación en pro del bienestar de la ciudadanía. Este “sectarismo” también se manifiesta entre la parte de la ciudadanía que no milita, pero si sostiene con su voto a las diferentes agrupaciones políticas, aplicando en el día a día la animosidad, el rencor e incluso el odio hacía el partido al que no vota. Lo hace en las conversaciones de casa, en el trabajo, en los centros de reunión y ocio. Y todo ello alimentado por ese “lavado continuo de cabeza” que encuentran en los medios informativos afines a su ideología, con una información tergiversada o manipulada hasta en lo posible. Todo este contexto deriva en una ciudadanía polarizada ideológicamente que provoca una atmósfera sociológica bronca, radicalizada, violenta y carente de la necesaria racionalidad, equilibrio y concordia. Lo percibimos en los barrios, pueblos, ciudades y regiones, que conforman el marco nacional de un estado.

No sólo sufrimos una patente sequía hídrica, sino también una ausencia de cordialidad, consenso, diálogo y por supuesto, racionalidad, en la atmósfera sociológica que nos vincula. Un craso y desafortunado error.

Pero es necesario buscar soluciones que modifiquen este nublado estado de la situación. La terapéutica para conseguir una sociedad más amable y cordial en el trato debe provenir de cada uno de nosotros, convenciéndonos que debemos aplicar la racionalidad y el buen sentido en cada uno de nuestros actos.

En primer lugar, los padres, dentro de las diferentes unidades familiares. El ejemplo de los mayores hacia sus hijos es trascendental para los más jóvenes de la casa. Y saliendo del ámbito familiar, en nuestras relaciones con el vecindario, con nuestros compañeros del trabajo o grupales y en las situaciones de ocio en las que participemos. Utilizar los grupos del WhatsApp para sembrar semillas de discordia y enfrentamiento ideológico es una muy desafortunada opción.

Si aplicamos voluntad, generosa y buena voluntad a nuestro comportamiento social, la atmósfera relacional sería más agradable, saludable y cordial para nuestro equilibrio anímico. Viviríamos un poco mejor y los aparatos de radio y los sintonizadores televisivos de las diferentes cadenas seguirían encendidos, cuando emitieran los telediarios e informativos de cada día. Los ciudadanos leerían los periódicos, digitales o en papel, con la imprescindible confianza de estar siendo informados y no burdamente ideologizados. Vayamos pues a las farmacias oníricas de nuestra mejor voluntad, a fin de adquirir y mantener esa cordialidad que tan poco cuesta y que tanto bien nos haría, a fin de ser un poco más felices en el periplo existencial que el destino nos depare. –

 

José L. Casado Toro

Agosto 2022


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