Artículo publicado en la Revista Digital “The
Conversation” escrito por Victor Resco de Dios, profesor de la Universidad de
Lleida
Es frecuente encontrarse con informaciones que
califican a unas especies arbóreas de incendiarias y a otras de apagafuegos.
Generalmente, se considera que los pinos y los eucaliptos favorecen la
propagación del incendio ya que son especies no nativas. Sin embargo, se tiene
a los robles o a los castaños por especies ignífugas capaces por sí solas de
apagar, o cuanto menos de contener, un incendio. Pero, como vamos a ver, todo
esto no son más que creencias infundadas.
El bosque ibérico original
Había una vez una península donde todos los bosques
eran primigenios. Bosques prístinos donde un tipo de árbol con hojas en forma
de aguja y frutos escondidos dentro de una piña era particularmente abundante. Los pinos, como los
llamamos ahora, estaban presentes a lo largo y ancho de esa geografía contenida
entre los cabos da Roca y de Creus y entre Tarifa y la Estaca de Bares. Y eso
fue así hasta que, de repente, hace ya algunos miles de años, algo inesperado
ocurrió. Algo que hizo que esos bosques dejaran de ser primigenios y prístinos.
Apareció una nueva especie de mamífero. Un bípedo
implume que, poco a poco, iría transformando el paisaje. Al principio lo hizo
con fuego, la herramienta que mejor conocía. Así renovaba el pasto para el
ganado y fertilizaba el terreno para cultivar. Entonces, los pinos dejaron de ser tan comunes, ya que no estaban
adaptados a ese nuevo régimen de incendios, y sus poblaciones disminuyeron
drásticamente. Además, no eran un tipo de árboles particularmente útiles para
los nuevos pobladores peninsulares ya que su madera era poco densa y sus frutos
apenas alimentaban al ganado.
En cambio, hubo otro tipo de árboles, de hoja ancha y
bellota, que fue prosperando. Eran árboles capaces de rebrotar y, por tanto, el
nuevo régimen de incendios no diezmó sus poblaciones. Las dehesas, por ejemplo, acoge un tipo de
vegetación que resultó favorecida por este tipo de gestión. Y así es como a lo
largo de muchos siglos y milenios el humano (ese es el nombre que ahora tiene
aquel bípedo implume) fue favoreciendo a los robles y encinas a expensas de los
pinos. Un proceso que, con diferentes matices y diferentes técnicas de gestión
del terreno, duró hasta prácticamente el siglo XX.
Entonces la historia dio otro giro inesperado y los
humanos empezaron la gran renaturalización de España.
Volvieron a introducir los pinos. Se ejecutaron repoblaciones en las que se
recuperó ese género de árboles que tan castigado por la acción humana había
estado hasta entonces.
Debemos destacar que ese género no fue su primera
opción. Los científicos de entonces, impregnados todavía por un espíritu
ilustrado, hicieron pruebas para determinar qué especies usarían. La gran
renaturalización de España no fue tarea fácil. Tras siglos y milenios de
explotación y de deforestación, la degradación del terreno era elevada y los
experimentos iniciales revelaron que solo era posible introducir especies
frugales, como los pinos.
Y fue pasando el tiempo. Y las necesidades de los
humanos cambiaron. Y el carbón fósil y el petróleo fueron sustituyendo al
carbón vegetal y a la leña como fuentes de energía. Y las plantaciones y los
bosques se iban abandonando, ya que su rentabilidad disminuía. Y como se había
incrementado el número de árboles durante la gran renaturalización, los
incendios aumentaron.
Segunda mitad del siglo XX: se
introducen nuevas especies
Se reestructuró el modo de vida de los humanos, que
pasó a concentrarse en las ciudades a expensas de los pueblos. Y los pocos que
quedaron en los ambientes rurales necesitaban alicientes para aumentar la
rentabilidad del campo y poder seguir viviendo en él.
Así es como se introdujeron nuevas especies, como los
eucaliptos. Especies de crecimiento rápido que servían, principalmente, para
producir papel. Y los incendios siguieron aumentando no solo porque hubiera más
árboles, sino también porque el clima se fue volviendo más seco como
consecuencia de la quema del carbón y del petróleo.
Y entonces ocurrió un movimiento social curioso. Una
gran parte de la ciudadanía retrocedió varias décadas en el tiempo para pedir,
de nuevo, que se erradicaran los pinos. Además, este movimiento también pediría
que los eucaliptos fueran eliminados. Consideraban que se trata de especies más
inflamables que los robles y que no son autóctonas.
Que se considere a los pinos como un elemento alóctono
de la península es un giro inesperado y desafortunado que muestra el escaso
conocimiento de la historia forestal de este país. Que se considere que los
pinos y eucaliptos arden más que otras especies indica la escasa comprensión
sobre los mecanismos que rigen la combustión y el comportamiento del incendio.
No hay especies más inflamables que
otras
Se podría decir que la combustión es una
fotosíntesis a la inversa. Es decir, si durante la
fotosíntesis el CO₂ se reduce para formar carbohidratos, estos son oxidados
durante un incendio y transformados de nuevo en CO₂. Por tanto, cualquier
organismo que fotosintetiza (o que tiene carbono) puede ser quemado. Hablar de
árboles no inflamables, o incluso de árboles ignífugos, es por tanto un
absurdo.
Es cierto que, si aislamos en un laboratorio una hoja
y medimos su inflamabilidad, nos encontramos diferencias entre las especies.
Pero no es cierto que la inflamabilidad de las hojas de los pinos sea
necesariamente mayor que la de las encinas. La humedad foliar en los primeros,
por ejemplo, es difícil que baje por debajo del 100 %, mientras que en las
encinas es común que esté al 80 %.
Además, no se pueden extrapolar los resultados de una
hoja a escala de árbol porque la propia
arquitectura del árbol afecta a la inflamabilidad, independientemente de cómo
ardan las hojas. A escala de incendio todavía menos, ya que otros elementos como la
topografía, la meteorología o la disposición física del combustible y la
estructura del paisaje y de la vegetación son mucho más importantes.
Entonces, ¿por qué en ocasiones se salvan los robles o
castaños del incendio? Generalmente, eso ocurre en zonas como los fondos de
valle que naturalmente son más húmedas y, por tanto, el incendio es menos
intenso por el efecto de la topografía. También puede ocurrir en ambientes
urbanos ajardinados, donde la escasa continuidad del combustible dificulta el
paso de las llamas.
Aunque haya quien crea que los pinos y los eucaliptos
son los culpables de los incendios actuales, es probable que sin ellos los
incendios fueran aún más graves. El abandono rural, que es la causa primera de
la gravedad de los incendios actuales, sería aún mayor.
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