Artículo
publicado en la revista digital The Conversation y elaborado por Isabel María Martín
Monzón, doctora en Psicología, Neurocientífica. Profesora en la Universidad de
Sevilla
Hace
tiempo se pensaba que en el cerebro no se podían generar nuevas neuronas. Éste
se entendía como una entidad estática e invariable que, simplemente, degeneraba
a medida que envejecíamos o debido a lesiones cerebrales.
No
obstante, a partir de los experimentos de la bióloga de la Universidad de Berkeley
(EE. UU.) Marian Diamond, se demostró en 1964 que el cerebro adulto era
plástico y adaptativo. Ese estudio fue pionero en identificar
cómo las características del entorno afectaban directamente al desarrollo y
crecimiento cerebral.
El
experimento realizado contaba con una jaula grande y espaciosa con doce ratas
que crecían en un ambiente enriquecido (elementos para jugar o correr en la
rueda giratoria, compañía, alimentación diversa), así como con otras doce ratas
que se encontraban en una jaula pequeña, aisladas, sin estímulos sociales o de
juego.
Tras
ochenta días, Diamond analizó sus cerebros y descubrió que el córtex cerebral
se había modificado en el grupo del ambiente enriquecido. En estos, la corteza
cerebral era más extensa, debido al crecimiento de las espinas dendríticas de
las neuronas, se observó angiogénesis –mayor número de vasos sanguíneos–, se
vió incrementado el nivel del neurotransmisor acetilcolina, así como el del
factor neutrófico derivado del cerebro, conocido por sus siglas en inglés BDNF,
una proteína que se expresa especialmente en la corteza cerebral y el
hipocampo, áreas fundamentales para procesos como aprendizaje y memoria.
Estos
datos han generado un sinfín de estudios dirigidos a analizar el papel de cada
uno de los elementos que componían ese ambiente enriquecido.
Desde
los estudios pioneros de neuroplasticidad, múltiples han sido las evidencias
científicas que demuestran cómo factores tales como la dieta, la actividad
cognitiva diversa, el ambiente social, la novedad y el ejercicio físico son
elementos que favorecen indiscutiblemente este fenómeno.
Centrémonos
en el ejercicio físico.
Los
múltiples beneficios del ejercicio físico regular se han demostrado ampliamente
en modelos humanos y animales. Sabemos que puede contribuir a la neurogénesis,
así como poseer un rol importante para revertir y reparar el daño neural
existente, tanto en mamíferos como en peces.
Comprender
cómo se produce este proceso, y qué factores lo ponen en marcha, puede resolver
el rompecabezas para mejorar la pérdida de memoria relacionada con la edad y
tal vez prevenir enfermedades neurodegenerativas, incluido el Alzhéimer.
El
cerebro promedio contiene alrededor de 100 000 millones de células
cerebrales, la mayoría de las cuales se formaron antes del nacimiento. En las
primeras etapas de la infancia se siguen generando nuevas células cerebrales a
un ritmo acelerado. Con los años, la neurogénesis disminuye gradualmente, pero
el proceso no se detiene ni durante la vejez. Los factores neurotróficos ayudan
a estimular y controlar este proceso, siendo el BDNF el más importante.
Eso
es especialmente cierto en el giro dentado del hipocampo, a pesar de que hay
otras regiones cerebrales que también producen nuevas células cerebrales.
Recientemente,
un equipo de investigación de la Universidad de Harvard, liderado por Rudolph
Tanzi, ha encontrado que el hipocampo puede producir entre 700 y 1 500
nuevas neuronas cada día. Quizás esto pueda no parecer mucho si tenemos en
cuenta la vasta galaxia de neuronas que poseemos, pero incluso este pequeño
número tiene valor, ya que mantiene activas muchas conexiones neurales ya
existentes.
Así,
si bien la mayoría de los cerebros puede desarrollar nuevas células, el
objetivo de la ciencia ahora es encontrar las mejores maneras de hacerlo. La
idea sería que, si se puede aumentar el número de neuronas aún más a través de
la neurogénesis, se podría intensificar la función principal del hipocampo y
mejorar la forma en que las personas aprenden nueva información y acceden a la
memoria a corto y largo plazo.
Los
resultados de este estudio respaldan el vínculo entre ejercicio y neurogénesis.
Se
encontró que el ejercicio aeróbico durante ocho semanas puede doblar la ratio
de generación de nuevas neuronas en el hipocampo, en relación a aquellos
sujetos que no realizan ejercicio.
Además
de producir BDNF, el ejercicio aeróbico podría ayudar a aumentar la producción
hepática de una enzima (Gpld1), que también puede ayudar con la neurogénesis.
Sabemos que el ejercicio consigue acelerar la maduración de células madre a
células adultas totalmente funcionales y fomenta el principal mecanismo celular
existente para el aprendizaje y la memoria, denominado aprendizaje a largo
plazo. Todos estos elementos son clave para fomentar el aprendizaje y la
memoria.
¿Cómo reducir el riesgo de enfermedades como el
Alzhéimer?
Aunque
estos hallazgos provienen de estudios en animales, las personas podrían obtener
los mismos beneficios cerebrales a través del ejercicio aeróbico. En este
momento, no hay sustituto para el ejercicio regular para ayudar con la
neurogénesis.
Sin
embargo, no está claro qué tipo de ejercicio aeróbico funciona mejor, ni cuánto
tiempo y cuánto es suficiente. Existen datos que sugieren entre 120 y 150
minutos recomendados de ejercicio de intensidad moderada por semana.
Estudios
apuntan a la natación como uno de los deportes más completos. Promueve un claro
beneficio cognitivo (mejoras en procesos atencionales, flexibilidad cognitiva,
memoria) tanto en jóvenes como en personas mayores. No obstante, cualquier
ejercicio físico que aumente la frecuencia cardíaca, como usar una cinta de
correr, andar en bicicleta o caminar con fuerza, son ideales. El cerebro en
movimiento aprende más rápido.
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