Parece
una teoría o frase de extremada simpleza, pero que sin embargo contiene una muy
operativa utilidad. Es aquella que nos recuerda algo tan obvio como que, en
numerosas ocasiones, no se culminan los proyectos, fáciles o complejos, a causa
de no haberlos iniciado. Así de fácil, pero en absoluto es una opinión baladí.
Es
bien cierto que a casi todos nos cuesta “arrancar”, “iniciar” o como dice el
enunciado del artículo, comenzar. Al igual
que sucede con los motores de los coches, el estárter, del vocablo inglés
start, pieza que no debe fallar para poner en funcionamiento la marcha del
vehículo, todos necesitamos ese “empujón” inicial, generado por nuestra propia
voluntad o por algún elemento externo que nos ayude o impulse para desarrollar
el proceso.
Podemos
citar algunos ejemplos próximos, que justifican o explican esta primera dificultad
que nos bloquea o retiene, a fin de llevar a buen término nuestra hoja de ruta.
A muchos se les hace un tanto antipático o ingrato el reinicio semanal de cada lunes. En ese primer día de la semana parece que
nuestras articulaciones se tornan pasivas o indolentes a fin de iniciar con el
mejor ánimo ese proceso de actividad, tras el necesario descanso dominical o
del fin de semana. Incluso hay estudios realizados en los centros fabriles que
indican una curiosa realidad: el mayor número de errores y fallos en las
cadenas de fabricación y montaje se producen precisamente los lunes.
Tras
los universales períodos vacacionales de julio y agosto, llega el 1 de septiembre, con la vuelta rutinaria a las
obligaciones laborales o escolares. Este reencuentro con la etapa
pre-vacacional supone tener que afrontar una fase de adaptación, que para
muchas personas resulta dolorosa, tediosa o, al menos, complicada. En algunos
casos, no se sabe cómo reiniciar o reemprender los hábitos cotidianos, con
secuelas anímicas y físicas especialmente preocupantes.
Al
fin, después de mucho pensarlo, nos proponemos limpiar/ordenar
esa habitación en la que casi todo está “perfectamente” desordenado. Cuando
entramos en su interior, nos echamos a “temblar” porque nos supera y aturde el
no saber por dónde empezar. Resulta también bastante frecuente que desistamos
de nuestro propósito y lo dejemos “para más adelante”, sin concretar fecha para
el nuevo intento.
Estamos
desarrollando una actividad senderista por la naturaleza y nos hemos propuesto
llegar hasta lo alto de una cima, más o
menos elevada. El sol calienta con toda su intensidad. Entonces echamos una
mirada al frente y observamos, con un indisimulable pavor, esa carretera o
caminos serpenteantes que conducen, después de numerosos vericuetos y
ondulaciones, a la meta propuesta. En dicho momento, antes de dar esos 100 /300
pasos iniciales, nos cuesta un mundo dar los primeros pasos e incluso tenemos
la tentación repetida de desistir en el saludable pero muy laborioso intento.
También
ocurre lo propio con el oficio o afición de escribir.
El escritor tiene acumulados, sobre su mesa de trabajo, notas, apuntes,
esquemas y en su mente ha organizado una primera idea o diseño argumental,
acerca del texto, corto o extenso, que va a redactar. En una narrativa
compleja, ya ha “dibujado” esos personajes, principales y secundarios, que van
a protagonizar la acción en la historia. Enciende la pantalla de su ordenador y
en el escritorio le aparece una página en blanco. En ese preciso momento es
bastante frecuente que le embargue una sensación de preocupación,
incertidumbre, desconcierto e incluso “pánico” acerca de la hoja primera que
aparece complemente “inmaculada”, sin letra alguna para iniciar el relato. Es
algo parecido a lo que sienten algunos artistas de la pintura, de la arquitectura
o incluso de la escultura (especialmente con los relieves) y que se denomina
“horror vacui”, expresión latina que alude al horror o temor al vacío o
espacios sin rellenar. Y la hoja del Word sigue ahí enfrente, toda ella de
color blanco, provocando ese agobio, confusión o estrés, porque no siempre
resulta fácil empezar, sino todo lo contrario.
Podrían
añadirse decenas y decenas de otros similares ejemplos, todos ellos muy
ilustrativos, acerca de la dificultad que supone iniciar ese proyecto, aun sin
realizar, pero que es receptivo a numerosos e identificativos adjetivos. Cuando
nos llegan esos lunes de la repetitiva rutina, ese primero de septiembre para
la vuelta laboral o estudiantil, la habitación, mesa o armario que hay que
limpiar y ordenar, aquella cima o atalaya dificultosa a la que hay que llegar,
o esos textos literarios que nos proponemos construir, la primera, la mejor, la
más versátil e ineludible solución
ante la dificultad es precisamente… comenzar.
En modo alguno resulta inteligente dejarlo para después. Casi siempre, es más
útil y operativo, el ahora. Escudarnos en el mañana, puede ser la falacia protectora
para que ese proyecto nunca se inicie. Apliquemos el esfuerzo y la convicción
necesaria, que nos ayude a vencer la errónea, letal e insustancial inercia de
la pasividad. –
José
L. Casado Toro
Julio
2021
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