27 diciembre 2016

Un nuevo Mister Scrooge


 Todas las noches, después del arqueo de caja, se llevaba el dinero recaudado a casa. A pesar de que le habían advertido que esa costumbre suya podía acarrearle problemas -un atraco inesperado, o una pérdida involuntaria-, no lograba sustraerse al disfrute que suponía para él extender el dinero sobre la cama y clasificarlo con todo detenimiento. Iba apilando, lleno de satisfacción, los billetes de cincuenta, los de veinte, los de diez y los de cinco. Encontrarse entre ellos uno de cien euros resultaba una auténtica rareza. Entonces, lo tomaba entre las manos, lo observaba con detenimiento y deslizaba sus dedos sobre el papel como si lo acariciara. Las distintas monedas las organizaba en sticks y en un último recuento comprobaba la cifra final que siempre coincidía con la de la caja.

Aquel día de Nochebuena las ventas habían resultado todo un éxito. Los dependientes habían tenido que trabajar a fondo para atender a los clientes y sus peticiones, y los dos chicos del almacén multiplicarse para reponer las mercancías que desaparecían de los estantes.

Eran casi las diez de la noche cuando, por fin,  la persiana quedó cerrada. Sus empleados le desearon ¡feliz Navidad!, y pudo apreciar un cierto desencanto en sus rostros. Seguro que esperaban alguna gratificación –pensó-, pero no conviene sentar precedentes, porque luego se acostumbran.

Al entrar en su hogar, tan vacío, recordó otras Nochebuenas en las que le recibía el olor a cordero asado, la mesa dispuesta con todo detalle, el árbol decorado y las lucecitas parpadeantes dándole la bienvenida.

            Era una derrochadora, no conocía el valor del dinero, desde que nos divorciamos mi cuenta corriente ha ido en aumento de día en día. No obstante, esos argumentos no conseguían que desapareciera del todo aquella sensación amarga que se asentaba en su estómago.

            Cenó y bebió con moderación, y antes de acostarse, colocó sobre la mesa camilla la recaudación del día.

            A la mañana siguiente los bomberos tuvieron que forzar la puerta para acceder a la vivienda. La combustión defectuosa de una estufa había provocado un humo denso y sin llamas. Los sanitarios solo pudieron certificar la muerte del comerciante. Sobre la mesa camilla, los distintos billetes se habían convertido en negros residuos.

Mayte Tudea.
24-Diciembre-2016


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