Para conmemorar el setentaicinco aniversario de la muerte de
Antonio Machado, TVE 2 emitirá el día veinte y dos de febrero un programa especial titulado “Yo voy soñando
caminos” donde se hablará de esta efeméride y se hará una semblanza de su
biografía.
Antonio Machado nació en
Sevilla en 1875. Fue catedrático de francés en los institutos de Soria, Baeza y
Segovia y está considerado uno de los grandes de la poesía española. En su poemario se encuentran huellas
de la lírica tradicional, del Romancero, de los poetas del Siglo de Oro y del Romanticismo.
Como poeta también se acercó al movimiento Modernista dejando
una obra de gran profundidad filosófica. Como hombre comprometido se acercó al
movimiento obrero para defender la justicia social.
Casi toda la Guerra Civil estuvo en España. Se marchó al
exilio poco antes de acabar la contienda. Enfermo y sin dinero, con su madre y su hermano José, atravesó la
frontera francesa junto a miles de republicanos. Iban derrotados formando una inmensa columna hostigada por la
aviación alemana. Al poco tiempo de llegar a tierras francesas falleció en
Colliure. Era el veinte y dos de febrero
de 1939. Dos días más tarde murió su madre. En el viejo cementerio de este
pueblo fueron enterrados. Sus restos, en
una prolongación de su exilio, siguen allí
bajo una sencilla lápida.
Con este esbozo biográfico y el siguiente escrito, compuesto con mis palabras y algunos
de sus versos, me sumo al homenaje que se le rinde estos días a Antonio Machado.
Caminante, no hay caminos,
sino estelas en la mar.
Machado, caminante incansable, buscó nuevos caminos en la
poesía y en la vida; hizo camino al
andar. Con sencillez pudo dar lecciones de ética porque ante todo era un hombre
bueno y clases magistrales de estética a pesar de su torpe aliño indumentario.
Mientras cerca del Duero contempla cómo le nacen hojas a la
rama reverdecida de un viejo almo, recuerda el patio sevillano de su infancia y
aquel abril que florecía frente a su ventana.
Confiesa que tiene sangre jacobina, sin embargo, respeta la
fe de sus mayores y cada primavera, con toda su alma, se une al pueblo andaluz
pidiendo una escalera para desenclavar al Cristo sangrante de los gitanos.
Entre Leonor y Guiomar repartió el caudal de sus amores con
sus alegrías y sus tristezas. Y su obra poética y su vida entre Soledades
y Campos de Castilla, entre la luz alegre de Andalucía y la Castilla austera.
En los artículos de Juan
de Mairena se convierte en un profesor apócrifo para expresar sus pensamientos
y enseñar filosofía, retórica y poética y el valor igualitario de la verdad, la
diga Agamenón o su porquero.
Por ser fiel a su ideal de verdad sintió el dolor de su
patria dividida, rota en dos mitades, donde una mitad le helaba el corazón a la
otra. Él también sintió que se le helaba el corazón cuando emprendió el camino
sin retorno del exilio, adonde, como los hijos de la mar, marchó ligero de
equipaje.
Enfermo, cansado y abatido, su corazón helado incapaz de
soportar más sufrimiento se rompió al poco de llegar a una tierra extraña. En
ese lugar, bajo una fría lápida, descansa en paz un hombre bueno, que nada
debe, y que nunca pretendió la gloria.
Descansa con el manantial sereno de sus versos lejos del
patio sevillano de su infancia y lejos de aquel huerto claro donde maduraba el
limonero.
Amalia Díaz
18 de
febrero de 2014
Muy bonito Amalia.
ResponderEliminarUn abrazo.
Mª Eu.
!qué buen retrato de su obra con pinceladas yuxtapuestas!
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