VENUS DE URBINO

El hijo de un veneciano conde, de Urbino nombre y honor, quiso despertar a Venus y a su salón la invitó, ella muy dormida estaba por deseo de un señor que Giorgone se llamaba y era célebre pintor. Como el tiempo había pasado Tiziano la despertó, dando paso a lo moderno, como al punto descubrió.

Al ver despierta a la Venus que era más bella que el sol, erótica y descarada con sus joyas la pintó. Consciente era la diosa de su desnudez hermosa y orgullosa se sentía sin mostrar ningún pudor; puso pendiente en la oreja, una pulsera discreta y un anillo de color, su rubia melena en cascada desciende despreocupa hasta las flores tocar, y, descansando en almohadones sobre elegante colchón con albas telas tapado, dejando un poco a la vista el encarnado color que tanto gustó a Tiziano.

Esta casta y bella diosa deja que baje su mano hasta cubrir ese monte que tiene su mismo nombre y, es motivo central del cuadro. Ajeno a tal ajetreo el perro de compañía está dormido a sus pies ¡parece que la abandona! Detrás de Venus, quizá, para ensalzar su belleza, un cortinón tenebroso entra en contraposición con el dorado blancor de su piel tan asombrosa.

En otro plano del cuadro, dos sirvientas que se afanan en abrir un buen arcón de gran madera tallada ¿Qué buscaran las doncellas? ¿Algún secreto escondido cual la Caja de Pandora? ¿O quizás un buen vestido para tapar a la diosa? ¿Se guardaran los secretos detrás del gran cortinón donde se encuentre la nada? ¿O tal vez se esconda todo?

Una ventana en el fondo nos deja ver el jardín de la villa veneciana y por extensión del todo, el mundo que lo acompaña.

Aquí se acabó la historia de la Venus del Perrito, con su vientre algo abultado, sensual y descarada, que de Urbino fue un capricho.

Mª Eugenia Pereiro Barbero

Enero 2013