18 mayo 2013

ESCRIBIR


 He podido conocer a lo largo de mi vida a muchas personas, de ambos sexos, que intentaban ser alguien en el mundo de las letras. Este escenario esplendido que es la literatura acoge a todos pero se queda con muy pocos. Conozco a uno, que en la poesía, lo quiso todo: hacía uso de la literatura hasta para jugar al póker, para intentar ligar señoras de cualquier edad, para engordar su ego, incluso aseguraba que conquistaría el mundo (o que este le conquistase a él), para dar sablazos que le permitieran seguir escribiendo, para hacerse querer, para ganar premios (que nunca ganó). Al fin solo ha conseguido saber algo en lo más íntimo de su ser y es que no es poeta, aunque se lo hace, ni sabe escribir, aunque ya quisiera. No sabe que un escritor de verdad no se acaba nunca porque siempre tiene cosas que decir y además sabe decirlas y es que la humildad en la vida, y en la escritura aún más, deben sobreponerse a cualquier atisbo de narcisismo. Es en la mayoría de edad con el ánimo más sosegado, es decir con más prejuicios a la hora de escribir, donde se supone que esos prejuicios constituyen una guía indispensable para quien no quiera perderse en los laberintos de sus propias ocurrencias.
Dante no conoció, afortunadamente para nosotros, el amor de Beatriz, se limitó a imaginarlo. La mejor literatura amorosa nace de la impotencia de amar o ser amado, de ahí que los versos más profundos afloran a esa edad en la que las mujeres te miran y ya no te ven, cuando te encuentran divertido sin ser superficial; incrédulo pero no cínico; irreductible pero no inclemente; firme pero no duro; apetecible sin ser peligroso. En cambio para una mujer escribir poesía, incluso leerla detenidamente, obedece a un impulso de origen indescifrable, quizás porque es en ellas donde nace esa verdad y belleza presentida y por tantos deseada. Leyéndolas nos convertimos en su sombra soñando con ese día en el que ya no serán necesarios los poemas porque entonces el mismo vivir será poesía en una naturaleza única. Será el instante en que luz y sombra se habrán fundido sin destruirse, instante, decía, que parece venir de un tiempo invulnerable al tiempo, de una intemporalidad mágica en la que los sentimientos son inmortales, mientras nosotros vamos de paso por aquí, acogidos a la indefinición y a la fragilidad.

Con la escritura –otra forma de intimidad− nos hacemos cargo de quienes somos a través del contraste, el rencor o el perdón, accediendo a imágenes de nosotros mismo que nunca antes habían sido reveladas. Tanto en el amor, como en la escritura, sin proponérnoslo, nos fotografiamos constantemente, fotos continuas, de todas las posturas, en la turbulencia de conocer y reconocer lo dicho y lo no dicho. Escribir, pues, es descubrir la persona secreta que se alberga en nosotros siendo la escritura la única forma de expresarlo, asunto este en apariencia sencillo pero en verdad sólo al alcance de los más extraordinarios.

Y aunque escribir es un juego de soledades, la presencia virtual de quien nos lee sirve de amparo y convierte la azarosa tarea de escribir en algo tan justificado como sensato y atrayente. ¿Quién no busca la obra perfecta para pasar a la historia?


Nono Villalta, mayo de 2013




1 comentario:

  1. Pero, igual que hay una "lectura manifiesta o superficial frente a otra profunta" ante cualquier escrito, igualmente ocurre con la escritura, de ahí la posible hipocresía, tan abundante y típicamente humana.

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