05 mayo 2013

DESTINO DE RECORTES


Lo primero que vio al abrir los ojos fue a un ser embutido en una bata verde, que tijeras en mano le cortó el cordón umbilical.

Fue un niño y un adolescente despierto a quien le cortaron los estudios porque debía trabajar para ayudar a la economía familiar. Aprendió nociones de contabilidad para acceder pronto a un empleo medianamente remunerado.

Pasado un tiempo, el embarazo de su novia le obligó a casarse antes de lo previsto. Adiós a sus planes de recorrer el mundo. La responsabilidad le cortó las alas y las ansias de volar. Se instaló junto a su esposa en una hipotecada atalaya, gracias al generoso crédito a pagar en tropecientos años de su amigo el banquero.

Su trabajo fijo como administrativo en una siniestra compañía de seguros también se lo recortaron un buen día, y se lo extinguieron al mes siguiente.

Con pocos ingresos y muchas discusiones, el amor de su matrimonio se acortó hasta quedar en nada. Debió abandonar la atalaya y seguir pagándola, aunque solo pisaba el portal para recoger a su hijo, que devolvía a la hora estipulada en la sentencia de divorcio.

Cada vez que iba a sellar a la oficina de empleo se le cortaba la respiración. Casi siempre caía en viernes, y entraba en vigor otra amenazante medida para su subsidio que le cercenaba la autoestima y el futuro. Las ofertas de trabajo ya no se recortaban, simplemente eran inexistentes.

Como no podía pasar la pensión a su ex, ésta le cortó las visitas al retoño. Medida que le confirmaron por escrito en una orden de alejamiento.

Consecuente con lo que había marcado su existencia pensó en cortarse las venas, pero lo desechó porque le impresionaba mucho la sangre, y recordó que las urgencias del hospital más cercano habían cerrado después de la privatización.

Así que decidió cortar por lo sano haciéndole a su karma un airado corte de manga. Después le puso tiritas a los retazos de su amor propio, confiando en que cicatrizara pronto. Y terminó desterrando de su vida toda persona u objeto que tuviera algún parecido, aunque fuera remoto, con unas tijeras.



Esperanza Liñán Gálvez


4 comentarios:

  1. Esa fue su vida: una sucesión de recortes hasta que se quedó en nada que recortar

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  2. Querida Esperanza, demasiados tijeretazos en esta triste historia.
    Nuestra dignidad está en manos de inexpertos peluqueros, pero espero
    que por nuestro bien luego tengamos, un buen “pelo”. Un abrazo.

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  3. Esperanza, hace muy poco tiempo se animaba a la gente diciéndola: "no te cortes". Ahora la misma gente casi suplica: "no me recortes".

    Tu relato no puede ser más actual.

    Mayte

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  4. ¿Que puedo contestar a este trío de buenos profesionales de la palabra, de la pluma, y además tan buena gente? Este relato es una historia lamentable de lo que nos está tocando vivir, con un toque de esperanza que a todos nos gustaría se diera en la realidad: poder alejarnos de los dichosos recortes sin tener que suplicar.
    No sé si a la nada se le puede recortar algo. Podemos decirlo en andaluz, na..., ya le quedan menos letras.
    No nos cortemos a la hora de poner en solfa lo que se nos pase por la cabeza, previo pulimento, no vayamos a que la próxima vez que vayamos a la peluquería nos corten las ideas en un descuido. Abrazos y gracias a los tres.
    Esperanza

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