13 enero 2013

RECUERDOS (II)

Quien no lo haya probado nunca sabrá lo difícil que es transportar una sandía en brazos a través de un camino pendiente, con subidas y bajadas cada vez más escarpadas, hasta llegar al sitio donde finalmente se cocinará la paella de la excursión. No sé cual era la razón por la que me encargaban siempre a mí transportar esa carga resbaladiza bien al hombro o abrazada a la barriga. Lo cierto es que cuando ya daba por terminada aquella “Vía Dolorosa” alguien de mi familia anunciaba: “Nono, bájate la sandía hasta la fuente, para que se ponga fresquita” y vuelta a caminar un nuevo trecho con la sandía a cuestas. Era el momento en que me llegaban con más claridad los rebuznos de asnos que se oían de lejos como las trompetas de Jericó.
            Todo esto se repetía cada año en Adamuz, un pueblo de Sierra Morena al que volvíamos para las fiestas de la Virgen del Sol.  Al final de la tarde regresábamos al pueblo mientras la banda de música recibía a los romeros tocando España Cañí bajo una iluminación mortecina y un hambre canina. El resto de la noche nos la pasábamos bailando con boleros de Machín y de Jorge Sepúlveda.
            En el verano de 1957 se produjo en mi vida un gran suceso. Por primera vez fui a la ribera del rio Varas en mi bicicleta BH, cuando apenas alcanzaba los pedales. Era el primer domingo de julio y algunas adolescentes se bañaban en camisón, cuya tela blanca se les pegaba al cuerpo al salir del agua. Algunos chicos miraban el triángulo oscuro que se les formaba en el pubis y luego entre ellos hablaban en voz baja y se reían. En mí aquella visión sicalíptica estuvo a punto de terminar en una congestión. Ese año estrene mis primeros pantalones bombachos. Me los hizo Águeda, la modista del pueblo cuyos senos aún recuerdo con dulzura. Los hacía palpitar a dos dedos de mi nariz durante la prueba pinchándome adrede con las agujas como si yo fuera un San Sebastián asaetado, porque eso tal vez la excitaba. Entonces comprendí que no existe un paraíso sin un árbol prohibido, sin una vigilancia estricta de los placeres, sin la amenaza de expulsión. El auténtico paraíso siempre es el que se ha perdido o el que sabes que no vas a conseguir nunca.
            Recuerdo con nostalgia los retretes públicos de mi juventud. No eran contaminantes gracias al cañonazo de agua que se producía al tirar de la cadena. Cuando los visitabas, en cada puerta estaba escrito con todas las letras la palabra caballeros o señoras, tan solo necesitabas saber leer para entrar en el que te correspondía. Hoy es dificilísimo interpretar el símbolo que distingue el lavabo de hombres y el de mujeres. El autorretrato de Durero o la imagen de la Gioconda fue la primera alternativa clásica, pero después la disyuntiva se fue complicando. Una simple inicial, unos labios rojos o un bigote, una pipa o un tacón de aguja, un sombrero de copa o una pamela, signos cada vez más abstractos y ambiguos hacían que uno se confundiera en la encrucijada. Y es por eso que añoro aquel pequeño reino de apenas tres metros cuadrados donde todo estaba regulado, hasta el tracto intestinal.


Nono Villalta, enero 2013



2 comentarios:

  1. Querido Nono: la verdad es que después de leer tus recuerdos, y yo que he pasado por algunos de ellos; no sé si empezar por la pesada sandía, por los senos de Águeda, por el triángulo oscuro, por tus bombachos, por esa bicicleta BH que se dirigió a un lugar no muy apropiado para un niño que no le llegaban los pies a los pedales, por los retretes públicos de tu juventud que no contaminaban no por la cantidad de agua al tirar de la cadena, sino porque en esos tiempos no comíamos tantas porquerías.
    ¿Sabes qué conclusión saco de tu ingenioso escrito? Que eras un chico demasiado avispado para tu edad y que no te perdías un evento fuera donde fuera, y nada menos que en un pueblo de Sierra Morena. Ahora me explico tu logrado alto nivel de escritura y premios.
    Mi enhorabuena amigo “bandolero”.
    Con cariño y simpatía.
    Maruja.

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  2. Me gustan mucho estos "Recuerdos" por entregas tan bien escritos, y sobre todo desde la mirada escrutadora de un niño que se abre a la vida. Son mejores que el "Cuéntame".
    Sí señor, cada día es más difícil identificar los lavabos femeninos o masculinos. Más de una vez hay que salir a escape por haberse equivocado. Mi felicitación por regalarnos estos relatos.




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