21 diciembre 2011

UN MANOLO

Hace seis días, cuando regresaba a casa de madrugada, encontré en la glorieta de Albert Camus, un precioso zapato de mujer.

El zapato es de una piel negra finísima con un tacón de vértigo y tan nuevo que su suela apenas conserva huellas de haber sido usado, incluso con las iniciales de su fabricante (MB) aun intactas. ¡Qué ilusión me ha hecho el hallazgo!

A nadie he dado explicaciones sobre el zapato, pero sé que en torno a mí crece, en silencio, una tupida red de murmuraciones: « Papa siempre tan raro…». « Si tanto le gustan los Manolos ¿por qué no se ha traído los dos?» « Al abuelo le va la marcha, es un trofeo de…»

Desde entonces leo todos los anuncios de la prensa por si su dueña lo reclama. También he imaginado con todo detalle la circunstancia en la que pudo producirse su perdida y la imagen de la desconocida mujer.

El anuncio no aparece en ningún periódico y mi tranquila vida comienza a complicarse de forma alarmante. El zapato esta sobre mi mesa y es tan bonito y sugerente que lo he convertido en el objeto más importante de mi casa. Poco a poco ― comenzando por ponerle dentro un pie ― he llegado a reproducir la figura de su dueña. No es muy alta ― de lo contrario no necesitaría usar esos tacones tan elevados ― solo lo suficiente para ajustar la forma de su figura a la de la diosa Afrodita. Sus ojos tienen que ser marrones y miraban las estrellas ― qué dulce sensibilidad denota ― cuando perdió el zapato. Me preocupa que pudiese ser la llamada del amor ― ¡oh, los malditos celos!― lo que la sustrajese a la realidad del mundo. O se libró voluntariamente de su zapato porque le hacía daño, ¡qué espíritu tan sincero y libre para no sufrir innecesariamente! ¿Me conoce quizás y trata de llamar mi atención? ¡Qué original manera de seducir!

Estoy tan seguro de su elegancia porque en el conjunto del vestuario ― desde la blusa a las medias ― se producen múltiples combinaciones susceptibles de complicar un preciso resumen del gusto pero los zapatos, por sí solos, brindan con prontitud la categoría y fundamentación del porte. Son el refrendo negativo o afirmativo de un guión que empieza y termina por los pies. Cualquier desviación del tino en otros ámbitos puede integrarse, compensarse o simularse pero los zapatos constituyen una prueba fehaciente del gusto, una voz de enorme exactitud y elocuencia

Y es que si la encontrase, si yo fuese príncipe y las cosas no hubiesen sucedido de forma tan anónima para ambos, podría ser el cuento de la Cenicienta (con perdón de la dueña del bellísimo zapato de finísima piel negra que está sobre mi mesa). Qué bonito sería si todo resultara ser cierto.

En fin, sea como fuese, necesito devolver el zapato a su dueña para recobrar la paz.


Nono Villalta (diciembre 2011)


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