En otoño los
árboles comienzan a despojarse de sus hojas. Van dejando ver el tronco con
nudos y rugosidades o tersos con piel de juventud.
El invierno
los deja totalmente desnudos
Inermes,
desamparados, débiles, trémulos ante cualquier
leve soplo de viento, que parece acercarlos unos a otros buscando el
contacto que les de calor.
Ha
pasado la primavera con su exuberancia, el colorido entra por los ojos.
Los
árboles tienen ojos.
Las
ramas que crecen se van buscando para acariciarse.
Los
árboles tienen manos.
Ya
no pueden más y ese acercamiento explota en miles de frutos de todos los
colores y sabores diferentes.
Han
dado de sí todo lo que tenían, la vida vegetal, que ha hecho revitalizar la
vida animal, bajo su fronda.
Hay
un paréntesis de calma, en la desnudez la savia transcurre despacio o se
detiene esperando volver a explotar.
Dos
adolescentes o dos que lo han vivido todo, sienten que no todo es invierno, que
dentro algo fluye.
Algo
como los árboles, como las hojas, como lo que ha explotado en la naturaleza.
Algo
puede empezar o algo puede resurgir.
La
vida no se para y mientras un soplo acuda a unos labios trémulos, el corazón
sentirá el amor.
Aun
en invierno
José-luis