Con motivo del nuevo concurso de relatos que estamos preparando, en esta sección se irán colocando algunos de los relatos que participaron en la edición de 2011.
RELATO A CONCURSO Nº 004 - TRANQUILA,MAMÁ
Sentada en las escaleras de acceso al colegio, miraba sin ver el patio de recreo que frente a ella aparecía desnudo y silencioso, un lugar desconocido cuando no era habitado por las risas y los gritos de los niños que lo poblaban con sus juegos, sus saltos, sus carreras, y lo convertían en un recinto que albergaba la vida en su más intensa expresión.
-Abrígate Laura, comienza a hacer frío, le dijo su profesora.
La niña le miró entristecida y rodeó su cuello con la bufanda.
-No estés preocupada, tu madre no tardará en llegar. Ya sabes que a veces, y a estas horas, el tráfico se complica mucho.
Laura le sonrió. Sus siete años le permitían comprender la generosidad de la
“seño” quedándose con ella hasta que mamá llegara, algo que solía ocurrir con
cierta frecuencia, y el afecto con el que la trataba desde que la separación de
sus padres se había producido. Después de aquella larga conversación mantenida
entre las dos mujeres mientras ella jugaba con sus compañeros y las observaba disimuladamente,
Clara, su maestra, se había convertido en su ángel protector.
Insistía en aclarar sus dudas tras las explicaciones en clase, se interesaba
por las tareas que le mandaba hacer en casa y le animaba a continuar siendo la
misma.
-Eres inteligente y disciplinada. Y muy adulta para tu edad. No permitas que
nada ni nadie te haga cambiar, le decía sonriente.
Tras un brusco frenazo y un desagradable chirrido, vio a su madre a través de
la verja acercarse corriendo con expresión afligida.
-Lo siento, lo siento, lo siento..., perdonadme, perdonadme, perdonadme...
repetía compungida.
-Tranquila Marta, la espera ha sido breve. No te acongojes, mujer.
Sentada en el coche, se ciñó con soltura el cinturón de seguridad y observó a
su madre a través del espejo retrovisor. Veía su rostro descompuesto y los ojos
brillantes amenazaban lágrimas.
-Mamá, no debes preocuparte tanto. Yo estoy bien y a la seño no le ha importado
acompañarme.
-No estoy siendo una buena madre -le temblaba la voz-, intento hacer compatible
mi trabajo y tus horarios, pero no siempre puedo. Y esto me tiene angustiada y
no me deja dormir tranquila.
-¿Y cómo podría arreglarse, mamá? La voz de la niña sonaba serena.
-Si pudiera pagar a una persona de confianza para que te recogiera en el
colegio y te atendiera hasta mi regreso, me sentiría más calmada. Pero tu padre
no es muy generoso en su asignación y mis ingresos tampoco son para echar
cohetes. Es una opción que ahora no nos podemos permitir.
-En mi cole hay muchos niños a los que vienen a buscarlos sus abuelos.
-Si cariño, pero los tuyos viven en otra ciudad lejos de la nuestra. No podemos
contar con ellos, salvo en Navidad y en las vacaciones de verano.
En el ascensor, la señora del tercero le dedicó, como habitualmente lo hacía,
la mejor de sus sonrisas. Siempre le preguntaba como le iba en el colegio,
alababa el color de sus ojos, le aseguraba que era la niña mejor educada que
conocía, y ponía en su mano unos caramelos de atractivos envoltorios que
estaban rellenos de fruta.
Laura solía observarla con mucho interés, e instintivamente y desde su
perspectiva infantil, intentaba clasificarla. No era una mujer joven, pero
tampoco mayor; vestía bien aunque algo anticuada; no tenía aspecto de madre, ni
de abuela, siempre la veía sola y tras su apariencia risueña, la niña intuía
que se sentía triste.
-La señora Carmen es muy cariñosa, ¿verdad mamá? ¿No tiene familia?
-Creo que no. Me parece que está soltera, pero apenas conozco nada de su vida.
Bastante tengo con sobrellevar la mía.
El tono de amargura en sus palabras entristecía a Laura. Quería recordar a
aquella madre alegre y divertida que jugaba y reía con ella, la de la mirada
transparente no velada aún por el desencanto. –“La separación de tus padres es
reciente y aún está muy afectada, le había dicho su profesora, pero no te
preocupes, volverá a ser ella misma”-. Después de la cena, Marta acompañó a su
hija hasta la cama.
-¿Me perdonas la espera de esta tarde?- Preguntó mientras le acariciaba el
cabello.
-No te preocupes mamá, yo voy a arreglarlo.
La madre sonrió ante la determinación en la voz de la niña. “Será una mujer más
fuerte que yo, pensó, y eso le evitará muchos sufrimientos”.
Aquella tarde habían regresado a casa puntualmente y Marta se sobresaltó al oír
el timbre de la puerta. No era habitual que recibieran visitas y no esperaba a
nadie.
Se sorprendió al ver a la señora Carmen especialmente arreglada y con una
cálida sonrisa en el rostro. Laura salió detrás de ella y se agarró con fuerza
a su mano.
-Mamá, dijo con una voz solemnemente infantil, ya no tienes que preocuparte por
los horarios. He adoptado una abuela.
Sentadas una frente a otra y observadas con gran interés por la mirada azul de la
niña, Carmen fue venciendo la inicial sorpresa de Marta y desgranando poco a
poco sus vivencias. Había vivido un gran amor en su juventud, pero la oposición
de sus padres a que se casara con un jornalero de la finca de la que eran
propietarios, obligó a éste a emigrar a Canadá y no aceptó que ella le
acompañara. –“Sólo cuando tenga un futuro que ofrecerte -le había dicho-,
vendré a por ti. Espérame”.
Transcurrieron los años, y las cartas que hablaban de la dureza de la lucha y
del sacrificio, un día dejaron de llegar. Tiempo más tarde, supo por un
compatriota que había muerto de una neumonía en el aserradero en el que
trabajaba. Murieron sus padres, se instaló en la ciudad, disfrutaba de una
economía saneada, pero el momento para compartir su vida con otra persona ya
había pasado. Su gran frustración, no haber sido madre. Adoraba a los niños y
la propuesta llena de candor que le había hecho Laura unas tardes atrás, le
había emocionado. Estaba dispuesta a ayudarlas, y sabía que en la propia ayuda
llevaba implícita su compensación.
El griterío de la salida de los niños de clase, dotaba al patio de un aire enfervorizado
y alegre. Laura se abalanzó hacia los brazos de Carmen y ésta la estrechó con
fuerza.
-¿Cómo te ha ido el día? Traigo la merienda. Podemos ir al parque y tomártela
allí. Después te llevaré a casa para que hagas tus deberes, y jugaremos hasta que
llegue mamá. ¿Te parece bien?
-Muy bien. Y volviéndose hacia su profesora que la había seguido, la niña dijo
con orgullo: -Esta es mi abuela. Es adoptada-
Ambas mujeres intercambiaron una mirada cómplice y complaciente, y se estrecharon las manos en un mudo mensaje de comprensión.
Mayte Tudea
Julio
2011
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