18 noviembre 2018

MAYORES PERO NO TONTOS



Como siempre que se aborda un tema de esta índole, es justo decir que no debemos generalizar, pero es una realidad cada vez más cotidiana.

Cuando atraviesas la barrera de los sesenta y tantos años, quizá a los setenta sea peor, aun así espero poder comprobarlo, no dejas de ver caras de sorpresa a tu alrededor cuando eres capaz de argumentar cualquier tema con buen criterio. Es como si hablaras un idioma que no te corresponde. En la cuadriculada mente de muchas personas estamos en un apartado de población que no produce, somos un lastre y por lo tanto nuestra opinión no es importante.

«Mayores, igual a tontos», es como un mandala escrito en los gestos de adultos y jóvenes que desprecian la vejez como algo que no va con ellos. Creo que en ninguna otra época se le ha supuesto menos valor a la edad de la experiencia. Da igual que hayamos trabajado, cotizando o no, durante treinta o cuarenta años. Por lo tanto estamos recibiendo, quizá no todos, el producto de nuestras aportaciones. Solo ven que viajamos demasiado, costamos demasiado y vivimos demasiado.

Históricamente las sociedades siempre se han nutrido del aprendizaje y conocimiento de las generaciones anteriores como referencia de vida. Nuestros padres, abuelos y nosotros mismos hemos conocido desde una cocina de leña hasta una vitro y encima las sabemos manejar. No creo que exista otra generación que se haya adaptado más y mejor a los cambios actuales como la nuestra.

Conocemos la informática desde sus orígenes: aquellas fichas perforadas que entraban y salían con estruendo de los primeros cerebros electrónicos para hacernos el trabajo más complicado. Las pantallas de ordenador con letras verdes que te dejaban los ojos chispeantes de fluorescencias al final de la jornada, o las calculadoras eléctricas de manivela, a las que cuando introducías una operación divisoria, te daba tiempo para tomar un café antes de obtener el resultado. Y ahora navegamos por las redes sociales, manejamos los procesadores de texto, y un largo etcétera.

En el ámbito doméstico algunos recordarán las primeras lavadoras con las que nuestras madres soñaban y sus rodillos que había que accionar a mano mediante otra manivela para estrujar la ropa. Y, como si no tuviera importancia, alcanzamos lo analógico y digital de un ejército de electrodomésticos, a los que somos capaces de sacarles el mejor rendimiento en nuestros hogares.

No quiero pensar en el título de la película: Este no es país para viejos, sino que a esta edad solo llegan los afortunados. Espero que la generación actualmente en el candelero sea capaz de aprovecharla por lo menos la mitad que nosotros. No olvidéis que «Tempus fugit».

© Esperanza Liñán Gálvez

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