15 junio 2018

ANASAGASTI, arquitecto


Pequeñas y poco conocidas historias de Málaga
ANASAGASTI, arquitecto

Los que peinamos canas (o no peinamos casi nada), recordamos los agrios debates parlamentarios ocurridos entre 1986 y 2004 entre el gobierno correspondiente y el portavoz del PNV en el Congreso de Diputados: el diputado ANASAGASTI. Los periodistas parlamentarios lo designaron en varias ocasiones “azote del gobierno”. Pero también nos queda de él su imagen con un trabajado peinado que ante la escasez de pelo, hacía maravillas para cubrir su despejada calva.

Pero no es de este Anasagasti del que va este articulillo, pues el político nada tenía que ver con Málaga. Sí el arquitecto Teodoro Anasagasti, con quien comparte apellido, exclusivamente.

En los terrenos ganados al mar y tras la construcción del parque de Málaga, se decide construir un edificio destinado a CASA DE CORREOS y TELEGRAFOS. El concurso convocado al efecto es ganado por el arquitecto vasco, iniciando su construcción en 1916 y terminado en 1923. El edificio se realiza en un estilo neo mudéjar. Cumple su función hasta 1986 y al poco es comprado por la Universidad de Málaga, que lo destina a sede del Rectorado. Bajo el edificio se encuentran restos de las murallas fenicias, piletas romanas para fabricar garum y restos de murallas posteriores.

Volviendo a Anasagasti, es el autor de importantes edificios como el teatro Fuencarral, teatro Martin y teatro Monumental en Madrid, el teatro Villamarta de Jerez, Casa Estudio en el Carmen de José María Rodríguez Acosta en Granada, etc.

Pedro J. Tíscar.

RECTORADO
FUNDACIÓN RODRÍGUEZ ACOSTA

10 junio 2018

VOCES DEL PASADO

VOCES DEL PASADO


En nuestra ciudad quedan muy pocas cabinas telefónicas, y mucho menos que funcionen. Todo el mundo tiene un móvil y nadie se acerca a ellas salvo algunos indigentes en busca de monedas olvidadas. Están sucias, cubiertas de arañazos y pintadas. Sus cables penden rotos de los auriculares como un cordón umbilical desconectado.

Es verdad que hubo un antes y un después en su protagonismo desde que vimos el mediometraje «La cabina» de Antonio Mercero. Compartimos la angustia de un José Luis López Vázquez que representaba la imagen del españolito encerrado y condenado a perecer entre esas paredes transparentes. Una pesadilla hecha metáfora de la sociedad de aquella época y que, al parecer, dejó pasar la censura.

A partir de entonces era fácil vernos llamar por teléfono sujetando la puerta con una mano, una pierna o poniendo cualquier cosa para impedir que se cerrara. Ciertamente nos caló muy hondo el argumento y sus consecuencias.

Seguro que más de una vez usamos sus teléfonos públicos para llamar a la novia o al novio y estar a salvo de oídos indiscretos. Desde el fijo de casa se enteraba toda la familia, era imposible un mínimo de intimidad. Otra ojeada al reloj y camino de la puerta decíamos: mamá voy a tirar la basura, o a pasear al perro. Unas cuantas monedas en el bolsillo y en la cabina de la esquina sabías que te esperaba la ilusión a través de esa voz metálica y a veces entrecortada. Lo malo era cuando había cola y tocaba esperar. Algunos se eternizaban sin pensar en el prójimo. Luego las hicieron abiertas y así han llegado hasta nuestros días. Nunca tuvieron el encanto de las rojas londinenses que siempre han sido el símbolo y orgullo de su ciudad.

A las nuestras, o lo que queda de ellas, les ha llegado su fin. Van a ser retiradas del paisaje urbano porque ya no son útiles.
Antes de que se las lleven a algún depósito o cementerio de cabinas merecerían un recuerdo por las historias que nos evocan. Así como a las voces del pasado que, como ellas, ya no volveremos a escuchar a través de su línea telefónica. R.I.P.


© Esperanza Liñán Gálvez

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