PENSIONES A LA
BAJA
Santiago y Nicolás eran viudos y vecinos del mismo
bloque; desde que los desahuciaron comparten piso. En la plataforma de
afectados les consiguieron una vivienda social que pagan juntando sus pequeñas
pensiones. Ya no entran al supermercado por la puerta principal, sino por la
trasera. Buscan en los contenedores y, si no les dan un empujón, algunas veces consiguen
verdaderas delicias. Además, han comprobado que la fecha de caducidad de los
alimentos es un camelo: el estómago protesta cuando está vacío y no por unos
días de diferencia en el calendario.
Nicolás echa de menos no
haber tenido hijos. Santiago le dice que es mejor así porque no están obligados
a mantener a nadie. A los abuelos del barrio les han vuelto los hijos a casa para
quedarse. Ellos son felices aunque ahora el dinero no les llega ni para el
cafelito de las partidas de dominó. Y dicen repetidamente para quien quiera
escucharlos: «lo que no se haga por los hijos».
Escuchan en las noticias
que han subido las pensiones: «En España, después de terminar la crisis, se pagan más
pensiones que nunca, más altas que nunca»; según la responsable política de turno. Como muchos otros de su generación
vivieron bajo la dictadura, corrieron delante de los grises y con su trabajo
construyeron la transición y la democracia. Ahora les pagan con la moneda del
sofismo. Hacen cuentas y solo suman cinco euros mensuales más para los dos, ni siquiera
podrán ir a esa excursión del Hogar de Jubilados que les hace tanta ilusión.
No importa, hoy les ha
sonreído la suerte, esta noche cenarán jamón ibérico y caviar como en los
mejores hoteles de lujo, aunque algo pasados de fecha. A pesar de todo saben que
su dignidad, a diferencia de sus pagas,
se mantiene al alza y no tiene caducidad.
Esperanza Liñán Gálvez