¡Hay tántos tipos de amor¡
(amor a la patria, amor a Dios, amor filial, amor maternal/paternal, amor al
saber /filo-sofía), amor a la ciencia, amor a los hombres (filantropía), amor a
las artes, amor platónico, amor a los animales, amor a las plantas, etc, etc,
etc,….)
Como ¡hay tantos tipos de
juegos¡ (juego de la petanca, del parchís, del ajedrez, del fútbol, de
baloncesto, de la brisca, de….. etc, etc, etc…)
Mi pregunta es qué
tendrán en común los “amores” (porque
algo deben tener) para ser, todos, “amor”.
E igualmente con los juegos.
¿O el amor es algo abstracto
y es sólo una palabra que necesita una determinación, una concreción (patria,
Dios, hijos,….) para ser algo?
E igualmente con los juegos.
Tú preguntas a alguien:
¿jugamos? Y él, automáticamente, antes de responder sí o no, te contestará con
otra pregunta: “¿a qué?”. Porque “el juego” no es “un juego”. Y, si hay que
jugar, habrá que jugar a “algo”.
Igualmente confiesas a
alguien: “estoy enamorado” y responde, preguntando, “¿de quién?. Porque tiene
que haber algo o alguien de lo que/de quien estar enamorado. No puede uno estar
“enamorado” del “amor”.
“Hablemos del “amor”, pero
comencemos por no hablar de “amores””. Así comienza la obra de Ortega y Gasset
“Estudios sobre el amor”.
Hablamos de “amor-amar”, no
de “deseo-desear”.
Porque, mientras el “deseo”
muere, desaparece, cuando se logra lo “deseado”, el “amor”, en cambio, es el
“eterno insatisfecho”.
La “veleidad y el veleidoso”
lo desea todo (“culito veo, culito deseo”) pero en cuanto aparece la más mínima
dificultad, el mínimo sacrificio, cesa y “a otra cosa”.
Por el contrario, el “amor”
arrostra con todas las dificultades para obtener lo “amado” y, una vez
conseguido, para mantenerlo e incrementarlo.
El deseo es pasivo. El sujeto
“deseante” desea que el objeto deseado venga a él, porque él es (y así se
considera) el centro de gravitación.
El amor, en cambio, es lo
contrario, es activo. En el amor la gravitación está en lo “amado”.
Mientras el deseo es
centrípeto, como un movimiento inmigratorio, el amor, en cambio, es centrífugo,
movimiento de emigración.
Amar es empeñarse en que lo
amado exista, y que, además, exista siempre.
La duda que siempre surge es
si el amor nunca es objetivo, sino visionario. Si el amante no ve o minimiza
los posibles defectos, maximizando las posibles virtudes.
¿Es verdad que el amor no ve
la realidad, sino que la suplanta?
¿Son las realidades
fantaseadas, imaginadas, las que suscitan el amor, porque las “realidades
reales” serían demasiado vulgares?
¿El “amor altruista” no será,
en el fondo, un larvado “amor egoísta”, aunque disfrazado?.
¿Cuánto de cosmética, de
maquillaje, de ortopedia, hay en el amor?.
La mente del amante está
habitada por la persona amada, de ahí que, en el auténtico amor, se da la
proximidad continua y el contacto permanente, aunque estén alejados
espacialmente.
Es verdad que el amante
desea, también, la unión corporal con el otro, pero no es eso lo que, en primer
término, desea.
Para que exista ese auténtico
amor la persona no tiene que ser maciza, sino porosa, para que uno pueda salir
y el otro pueda entrar, para juntarse, abrazarse, estar unidos.
Un carácter fuerte
difícilmente será un buen amante.
¿Es, el amor, ciego, como
generalmente se afirma?.
Lo cierto es que el amor es
una actividad sentimental y poco o nada tiene que ver con la función
intelectiva y racional.
(En otro lugar he escrito
sobre “amar, enamorarse, querer”), no me preguntéis dónde, preguntárselo a
Google).
Tomás Morales Cañedo - Filósofo