31 agosto 2011

RELATO A CONCURSO Nº 025 - OTRA VERSION DE CAPERUCITA

Erase una vez una abuela cuya nieta acababa de ingresar en una universidad lejos de casa. Se instaló en una residencia de estudiantes, apartada de su control.
Preocupada por su seguridad, llamaba a su nieta cada dos o tres días para que le contara con detalle todo lo que hacía: cómo iban las clases, si se estaba adaptando, sus notas, quienes eran sus amigas y sobre todo sus amigos.
Y así fue pasando el trimestre. Llamada tras llamada su preocupación iba disminuyendo al ver que su “niña” era aplicada y buena estudiante.
De todas formas volvió a sonar el teléfono:
- Hola cielo ¿cómo estás?
-Muy bien abuela.
-Hoy la llamada será mas corta. No puedo entretenerme mucho porque me esperan en el Rastrillo y llego tarde. ¿te ha llevado Wolfy el paquete con la cazadora y tu tarta preferida?
-Si abuela, llegó ayer. Me ha encantado, de color roja y con capucha, como a mí me gustan. Tuve ocasión de estrenarla por la tarde porque empezó a llover durante nuestro paseo por el campus.
Y la tarta, deliciosa como siempre.
- Cielo, estaré mucho mas tranquila si él está en la misma universidad. Siempre ha sido muy amable. Yo no confío en tus amigos, porque como no me canso de repetirte: hay mucho “lobo suelto” por todas partes. Por cierto, nunca entenderé porque le pusieron ese mote tan ridículo, no es apropiado para un muchacho que es casi un hombre de pelo en pecho.
-No lo sé abuela, pero es verdad que es muy amable y galante. Me ha dicho que tengo unos ojos muy grandes, unas orejitas preciosas y una boca muy sensual.
- Cariño, ya te he dicho que tengo mucha prisa, cuéntamelo todo, pero por favor abrevia.
- Abuela, en pocas palabras: me ha hecho Señora de Feroz…


Esperanza Liñán Gálvez



RELATO A CONCURSO Nº 024 - EL LIBRITO

Mi mujer siempre tiene razón, bueno en general todas las mujeres tienen razón. Verán ustedes porque les digo esto. Para celebrar nuestro aniversario de boda no tuve mejor ocurrencia que pasarlo en un hotel rural con encanto, en contra de la opinión de ella que siempre prefiere los hoteles de cuatro estrellas como mínimo y a ser posible con spa, que esté céntrico y rodeado de tiendas. Insistí en mi pretensión y hasta allí nos fuimos.

Mientras esperaba en el salón a que bajase mi mujer de la habitación para ir a cenar, me entretuve ojeando un libro donde cada huésped estampaba su nombre y su firma dejando a la vez la opinión que le había merecido su estancia en el hotel. Por lo general eran opiniones insulsas, unas alabando la “manteca colorá” del desayuno que les recordaba la que le hacía su madre; no faltaban los que magnificaban el olivar en el que está construido el hotel rural con encanto y otros, la mayoría, porque “en éste hotel reencontré el amor”. En definitiva todos los tópicos típicos.

Cuando estaba por cerrar el libro, tropecé con la firma de mi ex mujer. En su nota daba las gracias a la dirección del hotel por haberla ayudado a conocer la felicidad con Martín. Me chocó que después de tantos años sin saber nada de ella las noticias me hubiesen llegado a través del dichoso libro. Águeda (así se llama mi ex mujer) es veterinaria y me dejó por un afinador de pianos (Martín), se ve que mi falta de sensibilidad (yo soy agente de seguros) nos separó. Al bajar mi mujer me deshice en halagos sobre su peinado y su vestido para que no se notase mi aturdimiento. Del encuentro que acababa de tener con mi pasado no le dije nada.

Durante toda la cena estuve dándole vueltas en mi cabeza al dichoso hallazgo. No conseguía hilar un tema coherente de conversación acorde con lo que celebrábamos.
― ¿Sabes cielo que van a construir un túnel para unir África y Europa?― le comenté a mi mujer para distraerla.
― Podrían inventar antes una patera que no se hundiera ― me contestó con cara extraña.
― Pues lo de esta mañana si que ha sido gordo ― insistí ― he oído en la radio que han descubierto que la infertilidad masculina se debe a un fallo en la mutación de una proteína que cubre el esperma como si fuera un chubasquero, y esto impide que pueda atravesar la mucosa del óvulo para penetrarlo y fecundarlo.
― ¡Qué asco! ― me replicó sin levantar la cabeza del plato ― ¿Es eso todo lo que se te ocurre en una noche como ésta?
Enseguida me dí cuenta que no iba bien encaminado. Pagué la cuenta y nos volvimos al hotel rural con encanto.

Volví al salón cuando mi mujer se durmió para releer el libro de las dedicatorias hasta encontrar la de Águeda. La leí tres o cuatro veces y comprendí que encerraba un mensaje para mí. Leyendo sus palabras con atención deduje que aun seguía queriéndome. Era natural, yo había sido su primer amor y sería, estaba seguro, su amor definitivo. Me emocioné, qué quieren que les diga, incluso se me escaparon unas lágrimas que emborronaron la dedicatoria. Y es que en el fondo yo soy un sentimental.

Así que allí estaba yo, a las cuatro de la mañana, en un puñetero hotel rural con encanto, leyendo la dedicatoria que me había hecho mi primera mujer y para colmo llorando, cuando no lo hacía desde que era niño. ¿Qué me estaba sucediendo?

No lo sé, pero la verdad es que yo también me dediqué a escribir en el fastidioso libro dando las gracias por haber contactado con mi pasado. Al principio solo fue una dedicatoria pero ésta se extendió hasta el punto de que terminó siendo una extensa carta para Águeda en la que le expresaba todo lo que no había sido capaz de decirle durante nuestro matrimonio. La despedida fue muy encantadora y ya de amanecida me metí en la cama. Cuando me desperté, serían las dos de la tarde, en el espejo del cuarto de baño mi mujer me había dejado una pegatina en la que me decía adiós para siempre. Había leído el condenado libro de firmas mientras desayunaba. ¡Otra vez me ha dado la neura!

Sencillamente no tengo arreglo.


Nono Villalta (agosto 2011)



RELATO A CONCURSO Nº 023 - CARTA A MARIANA

Querida amiga Mariana, me he reído mucho con el e-mail que sobre el tópico de la “mid live de las cuarentonas me has mandado, me ha hecho mucha gracia. No creas que esa frase hecha circula sólo por el Reino Unido, es universal, y circula en todos los idiomas, sólo que en algunos, suena peor que en otros; aquí en España somos menopáusicas, cualquier cosa que nos ocurra después de los cuarenta, es por culpa de la menopausia. Nuestra apatía e inapetencia por todo, según nuestros maridos, es por culpa de la menopausia, yo pienso que, como cantaba Rafael: “ ♫ Qué sabe nadie..............♫ pues eso.
Cuando vayas cumpliendo años, cuando tengas mi edad, te reirás de todos esos tópicos. Precisamente, no hay nada mejor para mantenerse joven, que la risa, y reírse de uno mismo, mejor aun, esto último lo practicamos mucho en Andalucía.
Acabas de cumplir cuarenta espléndidos años, eres bellísima, pero empiezas a creer que has traspasado una línea, y de repente, eres una mujer vieja sólo porque los hombres de tu familia ( que curiosamente, son mayores que tu) bromean con eso. Espero que no creas demasiado en todo lo que se cuenta acerca de la edad de las mujeres, y que pueden causar alguna que otra “depre”, precisamente en mujeres tan valiosas como tú, que no terminan de creer en su valía personal y necesitan de la aprobación ajena.
Curiosamente, este tema nos suele preocupar más, cuanto más jóvenes somos, no me explico por qué nos han hecho creer que envejecemos antes que ellos, es un bulo que hay que desmontar. Hoy sabemos que cuando se barajan las cartas genéticas, nos pueden tocar las peores; pero, también sabemos, que si jugamos bien nuestras cartas, podemos mantener a raya la genética con los medios que hoy tenemos a nuestro alcance.
Dicho esto, creo que mantenerse joven de mente y cuerpo depende mucho de nuestra actitud frente a la vida, y aquí, no hay distinción entre hombres y mujeres, se trata simplemente de inteligencia.
La sociedad nos exige a nosotras mucho más que a ellos; nos cuesta el doble, conseguir lo mismo; tenemos que permanecer eternamente bellas, tanto fuera como dentro del hogar, aunque a veces ,ni aun así, lo conseguimos. Aunque trabajemos fuera del hogar, nuestra presencia en él es indispensable, formamos parte del mobiliario; una casa viene con puertas, ventanas, muebles, electrodomésticos, y, esposa-mama; somos algo muy necesario, que todos quieren encontrar siempre en casa cuando llegan, pero que también les resultamos pesadísimas cuando estamos; más o menos somos como el florero en un rincón, que nadie mira cuando está, pero se echa de menos cuando se rompe.
Ejercemos de todo menos de mujer; dejamos de ser amantes para convertirnos exclusivamente, en esposas, abnegadas madres, y cuidadoras de nuestros mayores. A estas alturas no podemos culpar al marido y a los hijos de esta situación, es algo educacional, transmitido a veces por nosotras mismas. Los queremos tanto, que nos olvidamos de nosotras. Ellos nos ven todos los días recién levantada ,con ropa de andar por casa y sin maquillar, limpiando los platos o el suelo, sobre todo gruñendo por todo lo que tenemos que ordenar, (todo lo que los demás desordenan, dicho sea de paso,nada que ver con las modelos y actrices de moda, etéreas como hadas, todas con la piel como el culito de un bebe, eternamente jóvenes gracias a los programas informáticos,y eternos sus orgasmos gracias a la gran pantalla. Y, claro, aquí es donde la inteligencia juega un papel importante, saber distinguir entre lo virtual y lo real.
Si la edad es el tiempo que las personas han vivido, entonces las mujeres no tenemos edad, pues casi todo nuestro tiempo se lo hemos dedicado a los demás. Pero, afortunadamente, unos cuantos privilegiados del primer mundo, gozamos de un invento maravilloso llamado jubilación (aunque no se por cuanto tiempo, dicho sea de paso) y para las mujeres que tuvimos que abandonar los estudios por que fuimos “niñas- esposas-mamas”, y trabajadoras fuera y dentro de casa, ahora, se nos abre todo un mundo de posibilidades como jamás hubiéramos soñado en tiempos pasados, podemos ser: universitarias, deportistas, actrices de teatro, bailarinas de salón y hasta modelos; sin exámenes, sin obligación de demostrar nada, sólo por el placer de aprender. Ya sabes la edad que tengo; si tu estás pasando la “mid live”, yo, ya estoy en la” three quarter live” y según las personas que me quieren ( entre ellas, tú, mi querida amiga) estoy espléndida, y así me siento yo.
Las cosas que sobre mi persona me preocupaban cuando cumplí los cuarenta, ya han dejado de preocuparme. Ahora ejerzo sólo de mujer, procuro hacer lo que me gusta, me gobierno a mi misma,( el límite está en no traspasar las normas morales que me dicta mi conciencia) y no esto obligada a llegar en punto a mi casa para poner el mantel sobre la mesa.
Estoy un poquito más “rellenita, ¿y qué?, tengo algunos “michelines (rulitos), ¿y qué?, mis pechos están ligeramente subidos hacia abajo,¿y qué? necesito lentes para leer ¿y qué? Aun se me eriza la piel ante una puesta de sol, la música me transporta a otro mundo, y un beso aun me hace estremecer, por que el amor nunca se jubila; como decía G G Márquez: “Creemos que dejamos de enamorarnos cuando envejecemos, cuando en realidad envejecemos cuando dejamos de enamorarnos”
Aun podemos enamorarnos; es más, creo que es un deber.
Afortunadamente, a esta edad, valoramos más la mente que el cuerpo.
Te digo todo esto,por que a las mujeres nos preocupa nuestro aspecto físico, más que por estar bien con nosotras mismas, por gustar a los demás; mientras ellos,(en esto los admiro)se pasean por la playa con su reluciente calva, y su barriguita cervecera cayendo por encima del traje de baño, echándole el ojo a la del topless, y montándose su película, de cómo todavía, podría llevarse al huerto a una mujer como esa, sin pararse a pensar, que, con la edad, la gravedad también causa estragos en ellos.
Llegados a este punto ¿sabemos realmente cual es la mitad de la vida? ¿sabemos cuando comienza el declive? ¿ y dónde comienza, en el cuerpo o en la mente? !vivamos pues!
Puedes pensar dos cosas: que ya eres una vieja, o que llevas mucho tiempo siendo joven, tú decides
Según Deepak chopra, en su libro Cuerpos sin edad, mentes sin tiempo: ” nuestra visión del mundo está condicionada colectivamente, lo aprendimos de nuestros padres, de nuestros maestros y de la sociedad.
Esta manera de ver las cosas ha sido justamente llamada “hipnosis de condicionamiento social” una ficción inducida, en la que todos hemos acordado colecivamente participar”.
No sabemos cuanto tiempo vamos a vivir, pero nuestra expectativa de vida es tan larga, que tenemos la suerte de poder frivolizar con la mid-live de las cuarentonas, sin pararnos a pensar, que nuestra mitad de vida, la vida de los que vivimos en el primer mundo, con suerte, será el total de la vida de muchos seres humanos del tercer mundo. Eso si, se ahorran un montón de problemas, obesidad ,colesterol, diabetes ,etc...
La esperanza de vida en España es de 83,76 en mujeres y 77,33 en varones, mientras, que en los próximos años la esperanza de vida en algunos países africanos descenderá de 59 a 45 años.
Hay que ser agradecidos con lo que se tiene y solidarios con los que no tienen, que por no tener, sólo tienen media vida

Un beso tu amiga que te quiere:
Christine



Carmen Tomillo Canovas

RELATO A CONCURSO Nº 022 - UN VIAJE DE IDA Y VUELTA

De alguien con mucha sabiduría, oí decir que no hay más verdad que tu propia verdad. Trataré de explicarme con mis pequeñas verdades, dándole significado y sentido a este relato, que es parte de mi verdad.
Mi pensamiento gira y gira, pero nunca en el presente, siempre en el pasado; a veces, un pasado lejano, otras más cercanos, pero sintiendo la misma alegría o tristeza que en esos momentos vividos sentí.
Mi casa, era como un frondoso árbol lleno de vida, del cual brotaban tallos jóvenes y fuertes, que al ir creciendo, iban buscando su propia luz, su camino.
Eran mis hijas, reían, disentían, alborotaban…todo estaba llenos de sus aromas, de sus colores, de sus desórdenes, de sus andaduras, como el carrusel de la vida, que da vueltas y vueltas y llegado el momento, cesa en su recorrido para emprender un nuevo giro. Así es nuestra existencia y la aceptamos con ilusión, pero quizá con una ilusión acongojada.
Sus tallos van creciendo y ya no necesitan del tronco que les dio la vida, aunque las raíces siempre está ahí, agarradas fuertemente, alimentándose de la misma savia.
Sobre la mesa del salón, una bonita fotografía reflejaba los rostros alegres y felices de una pareja de novios.
Por las mañanas, los destellos del sol iluminaban el cristal de la misma impidiéndome el poder contemplarla algunos minutos. Mi hija mayor se había casado.
¡Cuánto la echábamos de menos! Sus libros aún continuaban sobre la pequeña estantería, que compartía con sus hermanas.
Su cama seguía llena de muñecos de peluches, como si fuese una niña la que hubiera ocupado la pequeña litera. ¡Cuántas veces la llamé creyendo que aún continuaba entre nosotros!
El tiempo pasaba, y esa ausencia, ese vacío, lo iba llenando hasta asumirlo y comprender que todos y cada uno de nosotros, hemos nacido para crear vidas, vidas que no nos pertenecen pero a las que estamos ligados a ellas como los tallos al árbol.
La mesa del salón, antigua pero brillante, era donde mi mirada se detenía muchos momentos del día. Ya no era solamente mi hija mayor la que sonreía a través del cristal de su foto de boda; también estaban sus hermanas con las mismas miradas de felicidad.
Cada una de ellas formarían su propia familia, y ese fantástico alboroto al que yo estaba habituada, iría despareciendo y mi alma lo asumiría con fortaleza, estrechando aún más el amor hacia mi hija pequeña, alegre, decidida, aventurera… que aún continuaba con nosotros, su padre y yo.
El tiempo iba pasando inexorablemente: primavera, verano…así sucesivamente. Ella seguía con sus estudios, sus ilusiones (que eran las mías), sus amigos, en circulo amplio y heterogéneo en el cual ella demostraba su amor y simpatía hacia los demás, el mismo, que le devolvían.
Un día soleado y luminoso, de los que tanto disfrutamos en esta bonita ciudad, a mi se me ensombreció de pronto; fue como si el cielo de repente se hubiese cubierto de nubes y esa oscuridad penetrase en todo mi ser.
Sin preámbulos, mi hija cogió mis manos fuerte, muy fuerte, y mirándome con esos ojos tan bonitos y grandes, a los míos, me dijo que se marchaba a Suiza donde podía perfeccionar su francés. Su decisión tan clara y coherente, aunque yo no lo sintiese así, hizo estremecerme y mis manos estrechadas entre las suyas comenzaron a temblar.
Llegó ese día no deseado por mí, pero a la vez ilusionada viendo a mi hija tan feliz. Su amiga Imma la recibiría en el aeropuerto, guiándola en todo lo que fuese necesario, demostrándole con su actitud una verdadera amistad.
Pasaron dos años, para mí, una eternidad de soledades, de silencios, silencios…que a veces en mis oídos parecían transformarse en alegres risas de mis hijas.
¡Como pasaba el tiempo! Muy pronto sería yo la que viajase a Suiza para vivir uno de los días más emotivos de mi vida: la boda de mi hija pequeña. ¡Pero no fue así!
Era la primera vez que salía fuera de España, esto me inquietaba un poco, pero el motivo era más que suficiente para obviar cualquier temor.
En los días previos a mi salida, todo eran preparativos ya que no me podía fallar nada. Revisaba cosa por cosa entusiasmada con ese acontecimiento. Convencida de que todo estaba bien, me fui tranquilizando.
Mi equipaje consistía en una maleta y un bolso de mano, donde guardaba entre otras cosas, mi billete de avión junto con el carnet de identidad.
En mi salida de España a Suiza, todo fue perfectamente en la aduana. Enseñé mi carnet, pasé mi equipaje, y tome mi vuelo sin ningún contratiempo, sólo pensaba en el abrazo que muy pronto le daría a mi hija…pero ese abrazo no llegó tan rápido como yo creía, ya que todo se complicó de forma desmesurada.
Al desembarcar, pude comprobar el color grisáceo del cielo, y una chispa de tristeza me embargó en esos momentos. Mis pasos indecisos seguían a los demás pasajeros, ellos iban deprisa y yo no quería quedarme atrás; todo era nuevo para mí.
Pasillos y más pasillos, anuncios en francés, bellos paisajes desconocidos, así, hasta llegar al control de la aduana. Yo observaba curiosamente lo que hacían los demás pasajeros al llegar a la ventanilla, enseñaban su pasaporte o carnet de identidad y continuaban su andadura.
Para mí fue todo muy distinto al mostrar mi carnet de identidad y esperar su devolución. ¡Cuál sería mi sorpresa al encontrar unas miradas inquietantes, de desconfianza, entre los agentes que me atendían! Me hablaban en francés. ¡Dios mío, qué mal me sentía! Mis sienes y mi corazón latían aceleradamente, hasta que al fín el policía con su dedo índice me señaló la fecha de mi carnet. ¡Había caducado quince días antes de emprender mi viaje!
Me hicieron pasar a una habitación amueblada con sobriedad; de sus paredes colgaban bonitos cuadros, ocupando gran parte de la habitación. Uno de ellos mostraba las serenas aguas del Lago Lemans, reflejándose en sus aguas el gris de su cielo y suntuosos yates. El que más me llamó la atención por su colorido y originalidad, fue el de un reloj hecho de hermosas flores, sus manecillas estáticas marcaban las cinco y cuarto… ¡Que fatalidad! Casi la misma hora que yo pasaba a esa habitación.
Como si subiendo el tono de mi voz pudieran entenderme mejor, yo les explicaba, que el motivo de mi viaje no era otro que el de asistir a la boda de mi hija. Por fin vino un nuevo policía que hablaba algo de español, y le expliqué mi situación, pero ya con lágrimas en los ojos. Él, mirándome y sin inmutarse, me dijo que tenía que volverme a España.
En ese momento, el cuadro tan bello con el Lago Lemans parecía haber recobrado vida, y sus aguas tan serenas se convirtieron en un inmenso mar de olas embravecidas.
¡¡No pude asistir a la boda de mi hija!!
Recuperé mi maleta, y sin haber podido salir del aeropuerto, me despedí de aquel cielo Suizo con sus grises nubes como cuando llegué. Tuve que regresar a España.


Francisca López Martín (Maruchi)



30 agosto 2011

RELATO A CONCURSO Nº 021 - CIRCUNSTANCIA

De un salto se tiró de la cama y al levantar las persianas, Juan vio que el día ya estaba clareando. Eran casi las siete de la mañana, pero ya no podía resistir el agobio que sentía, y que no le dejó conciliar el sueño desde tres noches antes.
Estaba decidido, ya no estrujaría mas su cerebro y hoy tampoco iría a la universidad, no se sentía con ánimos de hablar con nadie, necesitaba estar solo y reflexionar sobre lo que pasó el domingo anterior.
Apenas bebió un vaso de leche y, cogiendo algunas provisiones que guardó en la mochila, montó en su bicicleta con ánimos de subir a la sierra, quería pedalear hasta el agotamiento, tal vez, allí arriba vería las cosas de diferente color.
Al atravesar el jardín de la casa, no pudo evitar que una lágrima rodase por sus mejillas cuando sus ojos se fijaron en aquella flor; un hermoso tulipán de color blanco que con fuerza emergía de la tierra. Era el primero de la temporada, ya daba igual.
Aceleró la marcha hasta tomar el camino que conducía al desfiladero del empinado risco y con la misma habilidad que ejercían sus piernas sobre los pedales, su pensamiento iba y venía sintiendo la impotencia que oprimía su pecho y le hacía hurgar en otros momentos.



Juan respiró hondo tenía muchas expectativas para el futuro, ¡y hoy por fin, era universitario!
-Sé que tendré que estudiar mucho para conseguir la beca, y que cada año será mas difícil, pero trabajaré duro hasta llegar a la meta: Ingeniero de caminos, carrera larga y costosa para la cuál él necesitaba de ésta subvención.
Al entrar en clase fue cuando vio a aquella chica de melena negra y rizada y ojos chispeantes.
-No, no es la más guapa, ni la más divertida, pero tiene un algo que la hace muy especial- pensó Juan cuando sus ojos se encontraron con la amable joven de mediana estatura y simpática sonrisa.
Pronto surgió entre ambos una gran amistad y a partir de ese día siempre se les vio juntos. Nunca hablaron de compromisos, ni de obligaciones del uno para con el otro, daban todo por hablado; eran felices, se amaban y nadie los separaría
.



Cada vez el ascenso se hacía mas empinado y abrupto, la bicicleta se hacía mas pesada, pero el joven bañado en sudor y con la respiración jadeante continuaba la marcha.
-¿Por qué? se preguntó llorando,- y ya sin aliento se dejó caer sobre el verde de la ladera.
-¿Por qué has llegado tan lejos? Si yo he sido todo para ti. En estos años sólo he hecho: estudiar y amarte ¡nada más! Desde ése viaje que hiciste a Barcelona con tus padres, nunca volviste a ser la misma. En más de una ocasión, sin venir a qué, me hablabas de una forma rara e incluso me mirabas con indiferencia y desdén, sólo que yo lo atribuía al cansancio por los exámenes. ¿Cómo has podido llevar esta doble vida? Dime ¿y nuestro amor? ¿Qué pasa con él? ¡Ah!, ahora entiendo, cuando hablábamos de futuro en tu boca siempre aparecía la palabra “circunstancia.” ¡Óyelo bien, lo nuestro nuca fue amistad, para mí ha sido siempre amor! ¡Ésa era tu circunstancia! ¡La mentira! Juan, sumido en un monólogo de reproches y desilusión no podía olvidar:
Cuando el pasado domingo, Estrella, que así se llamaba la novia, apareció muy seria y le habló de un chico con el cuál dijo: Mantenía una seria relación a distancia e iba a casarse. Era un amigo de la familia y hacía dos años que se prometieron. Ése fue el motivo de su ida a la Ciudad Condal: formalizar la boda. Al oír esto Juan pensó que era una broma, pero al darse cuenta de la cruda realidad creyó enloquecer, ¡jamás hubiese pensado algo así!
-¿Para cuando dejabas el decírmelo? ¿Acaso no he merecido una explicación? ¿O es que lo nuestro también ha sido una broma?
Ella, bañada en lágrimas, no se atrevía a levantar la cabeza, sentía tanto dolor como él, pero la suerte ya estaba echada y ahora tenía que cumplir con la palabra dada a sus padres, aún a costa de su amor, ¡jamás los defraudaría! Era gracioso ¿quién podía creer que en el siglo veintiuno seguían ocurriendo estas cosas?
-¡Nunca dejaré de quererte!- dijo para sí, y dando media vuelta echó a correr ahogada por el dolor y el salobre de su llanto.
Juan, entumecido por la humedad y el frío ignoraba cuánto tiempo permaneció allí. Como un sonámbulo montó en la bici decidido a volver. La noche se echaba encima, la lluvia iba arreciando y las aguas del río bramaban turbias y bravas.
Al cruzar de nuevo su jardín, no pudo resistir la tentación de acariciar al blanco tulipán deshojado por el fuerte aguacero.
-Tú, el primero que ha florecido eras para ella, como todas las primaveras, desde que supe que eras su flor preferida. Ahora ya nada será igual.
¡Paradojas de la vida! a ti te destruyó el agua y a mí el amor, pero no por eso puedo odiarla. Olvidarla, para mí, será un duro aprendizaje.


Maria Subire
Febrero de 2010



26 agosto 2011

RELATO A CONCURSO Nº 020 - EL POTAJE MALAGUEÑO Y SU MAJESTAD "EL GARBANZO"

El Diccionario lo define así: Planta leguminosa de flores blancas, con una o dos semillas. Legumbre comestible de mucho uso en España. Gramaticalmente, su nombre alude a infinidad de personas y clases y a lo largo de la historia hay anécdotas y dichos ligadas a los humildes garbanzos. Cuántas veces hemos oído decir sobre personas con comportamiento poco correcto: “es el garbanzo negro de la familia”. En México, donde se cultivan plantaciones que son muy cococidos por su textura, a la persona que comienza a trabajar en esta labor, se le llama “garbancero” y en Málaga, frase muy nuestra, si estamos aburridos solemos decir, me marcho a dar un garbeo, o con qué garbo, camina esa persona… o lleva el sombrero (acción de garbear).
El esnobismo intelectual por el que pasa la cocina actualmente, lo considera poco elegante pero descubierto en animales, la gran cantidad de minerales y vitaminas para el organismo ya que actualmente no quedan cultivos salvajes y gracias a la moda de nuestra “Cocina Mediterranea”, los modestos garbanzos, se emplean en infinidad de guisos considerada ésta de Grandiosa. Hay personas, que no saben la diferencia del garbanzo y de la garbanza, ésta bastante más grande y de sabor más dulce ya que simplemente cocida o acompañando ”al callo a la malagueña”, le da un sabor exquisito por su suavidad y textura caracterizándonos también en el hacer culinario pues solo en Andalucía, se comen estas “ollas” guisadas con callos y garbanzos sobretodo en fiestas y acontecimiento como la “Feria de Málaga”.
En este oficio de cocinar, como en tantos otros, hace falta tener garbo y darse un garbeo por el mercado para ver lo que más conviene antes de preparar un guiso y así el resultado será excelente como la receta que pongo a continuación:

Garbanzos con setas: ½ Kg. De garbanzos, 400gms. De setas, ajos, cebollas blancas, puerros, aceite de oliva, sal, pimentón dulce, pimienta blanca molida, comino molido, laurel y azafrán. Con esta cantidad pueden comer seis personas.
Modo de hacerlo: Poner los garbanzos a remojo, la noche antes. Al día siguiente, escurrir y ponerlos en la olla. En una sartén con aceite de oliva, cuando esté templado se ponen 4 dientes de ajos fileteados, una cebolla grande picada y tres puerros picados sólo la parte blanca. Cuando todo esté ablandado, se añaden las setas cortadas en tiras acabando de morear con una cucharada rasa de pimentón y añadiéndole todo a la olla donde tenemos los garbanzos ya hirviendo con las especias. Se deja cocer. Si se hace en olla exprés, en 30 minutos están listos. Su textura es suave al paladar y al llevar solo setas, es muy digestivo. No se debe olvidar los beneficios de nuestra Dieta Mediterránea. Las legumbres ayudan a prevenir enfermedades coronarias, obesidad y estreñimiento el ser muy ricas en fibras. A lo largo de la Historia, estas ollas, se merecen un reconocimiento por la labor realizada en tiempos de escasez. Si nos queda alguna ración, se puede congelar, calentándola particularmente “al baño María” pues se suele decir :


No tomes ni guiso recalentao-ni amigo reconciliao-ni mujer de otro reinao.


Rosa Mª Clavero Sancho





25 agosto 2011

RELATO A CONCURSO Nº 019 - "LOS LIBROS"

La buhardilla de la casa del pueblo de mis padres, donde pasé parte de mi infancia, era alargada, muy amplia y bastante luminosa. No sé por qué, me viene a la mente siempre que recuerdo los años de mi infancia en este pueblecito del interior de mi ciudad.
Era un rincón apartado del tiempo, de todo y de todos los que me rodeaban. La buhardilla era el refugio de mis sueños. Estaba llena de viejos recuerdos que dormían allí, sin que nadie turbara sus sueños.
Sí, viejos recuerdos…Sí. Acariciados por los tibios rayos de sol que se filtraban por el único ventanal de la buhardilla, y desde el cual yo divisaba el paisaje del pueblo donde pasé parte de mi niñez; con su alto cerro de casitas blancas.
Recuerdo aún la antigua mesa de camilla con su mantel de algodón de ricos colores y dibujos, que el tiempo iba palideciendo; la antigua mecedora del abuelo José, donde yo solía sentarme para leer mis libros preferidos.
En mi cabeza se acumulan lejanos recuerdos. Sentada sobre aquella vieja mecedora, la mirada perdida a lo lejos, evoco escenas de mi niñez: las tardes de verano, paseando por las afueras del pueblo, cuando el sol coloreaba el cielo de un rojo rosáceo y el olor a heno procedente de una era muy cercana se esparcía por doquier; las desgastadas escaleras que tantas veces subía yo, silenciosamente, para deslizarme hasta la buhardilla. Allí me había forjado un mundo distinto al que me rodeaba. Un mundo rosa, de sueños y juegos, de risas y fantasías, de magia e ilusión: el mundo de los niños.
Al ir transformándome en una jovencita, y comenzar mis estudios, fui alejándome cada vez más de aquel mundo rosa que acabó perdiéndose en el olvido para dejar paso a otro, demasiado serio para mi.
Todo se perdió en el ayer. Bueno…No todo.
En la buhardilla había un lugar en mi mente muy especial, “ El rincón de los libros”. Sus dibujos llenos de fantasías, de sueños y de belleza, despertaban en mí algo inexplicable.
Mis anhelantes ojos de niña observaban ávidamente cada detalle, cada trazo, cada nueva página que ojeaba pausadamente.
Mi madre: buena lectora y escritora; excelente maestra; gran dramaturga y rapsoda, no pudo prepararme un rincón más acogedor que éste para mi futura formación.
En mi rincón de los libros, se mezclaban el “ Verde que te quiero verde”…de Lorca, con los diversos sainetes de Arniches, el espiritualismo de Machado, la imaginación de Julio Verne, el ambiente madrileño creado por Galdos, la infantil fantasía de los hermanos Grimm, los anhelantes y dulces versos de Fray Luís de León, el desgarrador y desengaño de Jorge Manrique, la belleza y sensibilidad de Bécquer, la “poesía pura” y ese “Platero y yo” de Juan Ramón Jiménez…¡ Qué atrás quedó todo aquello!
Ahora estoy de nuevo aquí, sumergida con mis viejos amigos, “Los Libros”. En mi mundo rosa otra vez, pero con un bagaje lleno de anécdotas y conocimientos después de haber hecho camino al andar; cómo diría Antonio Machado.
El sol se pone. El paisaje es un juego de luz y de sombras, y la luna hace su majestuosa aparición. Su luz es helada y entra por el ventanal, envolviendo mi buhardilla. Siento frío, quizá “Los Libros”, también. No, ellos están dormidos aún…porque todos se destruyen entre los géneros literarios. Parece que los de poesía se despiertan poco a poco. La poesía, es la nodriza de la belleza y se ocupa de cuidarla diariamente; el teatro cuida de la diversión, del llanto, de la protesta; a novela prefiere la realidad de la vida y la fantasía, por eso el mundo necesita de ese rinconcito.
Libros distintos, de todos…. Que sepan instruir debidamente a los jóvenes, hombres y mujeres: del ayer, del hoy, y sobre todo, del mañana; para que sean capaces de hablar fuerte, de despertar al mundo y gritarles al oído que los libros son nuestros mejores amigos.


Maruja Quesada


RELATO A CONCURSO Nº 018 - CONCHA Y LOS PIMIENTOS ASADOS

Hoy he traído tomates del invernadero y he triturado una gran cantidad. Con el aceite a punto los he puesto a freír y, tendré que moverlos con frecuencia para que no se peguen, hasta que la salsa quede concentrada.
Al removerlos me he fijado en su rojo intenso y, se me ha venido a la memoria; el color rojo de los pimientos para asar y... mi vecina Concha. Cuando la conocí, tendría cerca de sesenta años. Se mudó a un piso frente al mío y, en nuestra primera conversación me dijo; que antes vivía en una casita bastante vieja y que su hija había comprado el piso, en parte como inversión, y en parte, por estar situado en la misma calle donde ella vivía. (Quería tenerla cerca porque tenía dos niños pequeños)
Era viuda, y su hermana mayor soltera, se vino a vivir con ella. En sus salidas: compras, misas y alguna que otra visita, siempre iban juntas, y los nietos Concha, parecían nietos de las dos. Muchos días, los recogían del colegio y les daban el almuerzo, y hasta la merienda, antes de recogerlos la madre. Se sumaba también a estas comidas otro nieto, hijo de su hijo, y ellas, estaban felices de cuidarlos aunque les dieran trabajo.
Respetuosa, sencilla y humilde hasta el extremo (nunca conseguí que me tuteara y por cualquier cosa pedía disculpas) tenía la humildad de quien ha estado acostumbrada a servir y a ser mandada. Algunas veces, coincidía con ella en el ascensor y me comentaba, en tono confidencial, señalando una bolsa de plástico que llevaba en las manos:
- Aquí llevo unas zapatillas porque voy a casa de mi hijo y a mi nuera no le gusta que se entre en la casa con el calzado de la calle. Verá usted, es que es muy limpia- me decía, en un intento de disculparla.
A la hermana le diagnosticaron una enfermedad mortal que se la llevó al poco tiempo, y Concha, se repuso de su pérdida con esfuerzo, y con la compañía del hijo mayor de su hijo que prácticamente no salía de su casa. Los niños se hicieron adolescentes, y la hija, se compró un chalet por la Cala del Moral y allí se marchó a vivir, sin embargo, la nieta que se matriculó en la Universidad, venía todos los días a comer a casa de la abuela y a veces se quedaba a dormir.
Con los nietos criados y más tiempo libre, se dedicó ha hacer compras para sus hijos. Desde lejos la veía tirando del carrito de la compra lleno a tope. Era inconfundible su figura robusta vestida en colores oscuros y sus piernas, recias como columnas, sobre la base de unos pies calzados con unas zapatillas con pretensiones de zapatos. Al acercarnos la saludaba y ella me comentaba:
-Vengo del mercado porque hay oferta de pimientos de asar y la he aprovechado- y continuaba- mire usted, yo aso los pimientos, los limpio, los meto en cacharros y se los llevo a mis hijos, así no tienen que entretenerse para hacer la ensalada. Cada vez que la veía con el carro de la compra, se repetía esta escena igual que si estuviera grabada en un video.
El matrimonio del hijo se fue a pique, y él, amargado, venía a comer y contarle sus desdichas a la madre que las sufría con todo su ser. Un día aciago, la tensión de Concha se disparó y le sobrevino un ictus. Me enteré del suceso casi al mes y, cuando fui a visitarla, parecía otra persona. En una silla de ruedas del sanatorio, sus piernas casi no tenían movimiento, y a la hora de preguntarle cómo se encontraba, tuve que hacer verdaderos esfuerzos para entenderla, razonaba bien, pero tenía afectada el habla.
Se repuso un poco y le dieron el alta médica. La hija decía que no la podía atender y que al adosado de la Cala no se la llevaba porque tenía muchas escaleras y se podía caer. El hijo, decía que la hermana sí que podía llevársela, pero quería que él fuera quien la cuidara para así desentenderse de ella. Se disgustaron los hermanos y acertaron a ponerle una cuidadora rusa que no hablaba apenas español. Concha que era tan comunicativa, no entendía a la rusa, ni ésta a ella, por lo que estaba casi todo el día inmersa en un mutismo sin remedio y... pensando, pensando llena de tristeza.
La casa parecía deshabitada, eran pocas las visitas que recibía de los hijos y de los nietos. Las veces que fui a verla, para que abriera la rusa había que esperar un buen rato. La presencia de Concha en la silla de ruedas (andaba muy poco) sus palabras cargadas de sentimiento porque el nieto que ella casi había criado no venía nunca a verla, y sus lágrimas (no cesaba de llorar durante el rato que estaba con ella) me oprimían el corazón.
Ensimismada removiendo los tomates, oigo que llaman por teléfono. Al volver a mi quehacer, me cuesta retomar el hilo de mis pensamientos. ¡Ah ya, era sobre Concha! Sí, una mañana desde la calle vi sus ventanas con las persianas echadas hasta abajo, subí, llamé al timbre y nadie me contestó. El portero me dijo que se la habían llevado a una residencia. Desde ese día no he vuelto a ver a nadie a quién pudiera preguntarle por ella, no sé si estará viva o muerta, sin embargo, al evocarla, la veo con la bolsa de las zapatillas yendo a casa de su hijo, o tirando del carrito de la compra repleto de pimientos rojos de asar.
Los tomates ya están fritos y buenísimos. Con las cucharaditas de azúcar que les pongo pierden la acidez y tienen un sabor muy suave. Ya fríos, los echaré en recipientes herméticos y se los repartiré a mis hijos. Les vendrá muy bien tener esta salsa hecha para los guisos que la necesiten. Además, a mi nieto, hoy por hoy ¡Le encantan los tomates fritos de su abuela! Mañana... ¿se le cambiara el paladar?


Amalia Díaz Martín
11 de junio de 2011


23 agosto 2011

RELATO A CONCURSO Nº 017 - MI PRIMERA Y ÚNICA ESCUELA

Actualmente estoy en la Universidad de mayores en un Taller de creatividad Literaria que imparte el profesor Ricardo Redoli, admirado profesor.
Un día nos sugirió en clase que describiésemos cómo fue nuestro primer día de colegio. Me pareció una bonita idea, “volver a recordar la infancia”. Esa infancia lejana y a la vez tan presente en mi memoria.
Me ilusionaba recordar las distintas etapas de mi vida, sobre todo esta primera, que fue como el prólogo a tantas vivencias que a lo largo de mi existencia iba impregnándose de matices, y a la vez marcando mi forma de ser.
Mi primera escuela no fue ni pública ni privada, fue lo que en años muy lejanos definían como “Miga”. La recuerdo con tanta claridad que retrocedo en mi memoria y me ubico en la mesa que ocupaba yo. Era una mesa grande y alargada, de madera basta y envejecida, con abundantes manchas de tinta y pequeños orificios tal vez producidos por antiguas polillas.
Nos sentábamos en un banco también de madera envejecida y mucho más corto que la mesa, dando lugar a que recibiésemos más de un empujón y caída, ya que su capacidad era para cuatro niños, sin embargo lo ocupábamos cinco o seis.
Delante de mi mesa había pupitres a ambos lados de la clase, con tapas que se abrían y cerraban para guardar en ellos los pocos enseres disponibles: una pizarrita, una libreta de caligrafía y la clásica enciclopedia con los dos niños sonrientes plasmados en la cubierta.
Con esta enciclopedia aprendimos de todo: Gramática, Aritmética, Geometría, Historia de España, Geografía, Historia Sagrada…etc. Era como un frasco de esencia, pequeño pero muy concentrado.
Yo no tuve oportunidad de conocer una enseñanza más plural que aquella.
Mi señorita de la “Miga” fue una buena mujer que nos inculcaba su saber con entera dedicación, paciencia y sobre todo cariño.
La clase, ubicada en dos habitaciones corridas, acogía a más de cuarenta niños y niñas; algunos tan pequeños, que sus madres les llevaban unas sillitas de aneas pintadas con bonitas florecillas, que hacían las delicias de los peques.
Las clases de la tarde eran diferentes a las de la mañana. Sobre las cuatro de la tarde nos uníamos a la señorita junto a un balcón para comenzar a realizar nuestras labores: puntillas de festón, florecillas en relieves, punto de cruz…etc.
Desde el balcón divisábamos el Castillo de Gibralfaro, con sus almenas deterioradas como queriendo “justificar” sus siglos de existncia.
A principios del siglo XIV Yusuf I de Granada lo construyó en lo más alto de la cima del monte y en la falda de este hay un Teatro Romano; dos culturas tan distantes y distintas.
Cuando realizábamos nuestras labores sobre las cuatro y media de la tarde “el hombre de las tortas”, con su pregón, nos anunciaba que había llegado la hora de rezar el rosario. Era puntual como un reloj y sus pasos las saetas del mismo, marcando el tiempo con exactitud.
Caminaba lentamente, y su voz anunciando las “exquisitas tortas de Algarrobo” me producían un delicioso sabor imaginario (yo no podía comprar esas tortas).
¡Recuerdo a este personaje con tanta claridad! Su ropa era siempre la misma, pantalones de pana, blusón largo grisáceo con bolsillos de parches, alpargatas negras y su cabeza cubierta tanto en verano como en invierno con una gorrilla marrón oscura. Su mano apretada sujetaba la cesta de pleita, y un papel de estraza impregnado de aceite cubría mi ansiado manjar.
Una tarde fría y nublada nos visitó la hermana de la señorita. Era joven y muy simpática, pero esa tarde su simpatía la manifestó con más énfasis, estaba feliz. Nos dijo que se casaba muy pronto y su deseo era invitar a todos los niños a una buena merienda. Yo enseguida pensé en las tortas. ¡Oh! ¡Milagro! El pregonero con la exactitud de cada día cantaba su pregón.
La hermana de la señorita bajó las escaleras de peldaños rojos desgastados por el tiempo, y compró todas las tortas que llevaba el buen hombre. Hizo chocolate en una gran olla de porcelana, y niño a niño nos fue repartiendo tan exquisito majar como eran mis deseadas y ansiadas tortas, junto al sabor dulce del espeso y humeante chocolate.
¡Qué feliz me sentí ese día en mi “Miga”, mi primera y única escuela…y qué rica estaban las tortas!


Francisca López Martín (Maruchi)


22 agosto 2011

RELATO A CONCURSO Nº 016 - EL COLOR DE SUSANA

Bajé del coche precipitadamente y entré en la tienda arrebolada por las prisas. Era casi la una de la tarde y mi turno de trabajo comenzaba a la una, pero ese interminable tren de mercancías nos tuvo esperando casi un cuarto de hora para poder cruzar las vías, y por poco llego tarde.
-Buenas tardes -dije a la dependienta que estaba arreglando un perchero.
-¡Hola Susana, no corras tanto que estamos solas! Los dueños han salido a comer algo, hoy nos espera un día bastante ajetreado.
-¿Sólo a la planta principal? No puedes imaginarte cuantas novias tenemos citadas a partir de las dos de la tarde, ¡este mes de Mayo es interminable!
Diciendo esto, subí las escaleras tan rápido como pude, no quería llegar tarde a mi puesto de trabajo, ni enfadar a mi encargada, mujer seria y severa, pero muy honesta con el personal.
Era una tienda de ropa de señora de alta costura. La planta principal estaba dedicada a trajes de calle, peletería y complementos; y en el primer piso, que era donde yo trabajaba, estaban los salones para los trajes de novias y todo lo relacionado con el séquito de las mismas.
Empecé a trabajar allí dos meses antes y aún estaba en periodo de prueba. Siempre había sido el sueño de mi vida trabajar en unos talleres donde pudiese mostrar mi creatividad con telas y fornituras de gran calidad.
Mis días trascurrían envueltos entre encajes, rasos y toda clase de ricas telas, ¡cómo disfrutaba con aquel trabajo!
Al entrar en el enmoquetado salón rosa, ya estaba Úrsula, que así se llamaba la encargada, esperándome.
-Susana, encárgate tú de la novia que viene a las dos y media, es la que tenía la cita para las cuatro pero, ha adelantado la hora. Entretanto puedes ir adornando las pamelas que acaban de llegar. ¡Ah! y recuerda que a las cinco y media volverá el jefe y me ha dicho que bajes a su despacho, que quiere hablar contigo.
Mientras daba un toque de vapor y les colocaba unas flores en las alas a los sombreros, mi cabeza no dejaba de dar vueltas. Todo era un cúmulo de motivos que no me llevaban a ninguna conclusión.
¿Qué querrá el jefe de mí? Apenas le conozco, porque quién me hizo la entrevista fue Úrsula. Espero que no sea uno de esos que tienen la mano larga, porque a mí de tonterías, ninguna, que se oye cada cosa… Bueno, qué cosas digo, ¡cómo si el pobre hombre no tuviera otra cosa en qué pensar! A lo mejor no doy la talla para estar en este sitio tan elegante.
¿Le pareceré lo suficiente seria? ¡Ya sé! Seguro que me despedirá porque no soy lo suficiente buena. Entonces… ¿por qué Úrsula al hacerme la prueba dijo de mí que era una buena modista?
¿Será quizás…por mi habla? Si es por eso cómo lo voy a sentir, con el inglés no doy para más, ya lo decía mi abuela: Dios necesitó seis días para hacer el mundo, ¡y era DIOS!
¡Ay, estoy deseando saber que es lo que trama, con lo feliz que soy aquí! Menos mal que hoy me he arreglado con más esmero. Este vestido azul noche me da un aspecto serio y, aunque me hace mayor, es el que más le gusta a mi marido. Dice que hace un buen contraste con mi pelo rubio, y él tiene muy buen gusto al vestir. ¡Caramba!, espero no darle una mala noticia en el día de su cumpleaños y estropear la cena que con tanta ilusión he preparado. Como es sábado, después de cenar podemos ir a bailar. Mañana no hay que levantarse temprano y los niños están en casa de Mary. ¡Pobre chica, la que le ha caído! Dos de ella y dos míos, cuatro diablillos. No auguro muy buen resultado, ya veremos cómo acaba el fin de semana; menos mal que su marido tiene buena mano con la gente menuda y sabe entretenerlos.
Poco a poco iba deshojando mis pensamientos, sin darme cuenta de que pasaba el tiempo, y fue la voz de la encargada la que me hizo apear del viaje astral en que me había montado.
-¡Susana! Ya ha llegado la clienta y está en el probador.
Al abrir la puerta del salón de pruebas me quedé deslumbrada al ver a la novia: tan alta, tan guapa, tan elegante, y con aquellos ojos tan grandes que me recordaron dos hermosas uvas moscateles.
El traje estaba inspirado en la moda de finales del siglo XVIII: cuello alto ribeteado con un volantito de encaje, cuerpo muy ajustado, mangas con un suave rizo en el hombro hasta llegar ceñidas a todo lo largo del brazo y a la espalda; en el talle iba recogido el faldón con un gracioso semi-abultado “polisón” desde donde salía una discreta cola. Tocaba la cabeza con un diminuto sombrero de copa acabado en una redecilla que descansaba de soslayo sobre su rostro y en la mano izquierda, un pequeño paraguas confeccionado en el mismo encaje de chantillí del vestido.
Parecía una diosa rubia y sonriente, en el centro de aquella estancia. Su figura de marfil contrastaba con el negro mármol del suelo, incluso las vetas que lo atravesaban parecían arrancadas de la falda.
-¡Está usted guapísima!- le dije cuando pude abrir mi boca.-El traje le queda perfecto, sólo hay que recoger unos centímetros el bajo por la parte delantera.
Me agaché, en cuclillas y, acerico en mano y fui colocando alfileres en el bajo de izquierda a derecha, hasta que de pronto, al llegar a la altura del pié derecho ¡no podía creer lo que estaba viendo!
Mi corazón empezó a latir aceleradamente, mi frente y mis manos eran surtidores de sudor helado, sentí que un mareo iba y otro venía. La joven, al ver que me tambaleaba, se inclinó hacia mí y me tendió la mano. ¡Estaba fría y resbalosa! y, al levantar la vista, con asombro pude ver que… ¡era verde, igual que el pie! ¡Verde cómo la piel de un lagarto! Mí corazón golpeaba en el pecho cada vez mas fuerte y parecía que me iba a estallar de un momento a otro, mi respiración se volvió dificultosa y sibilante, los hipidos rompían mi diafragma y mis ojos se dilataban, mientras veía su cara acercarse a mí en unas dimensiones desorbitadas…
-¿Susana, te encuentras mejor?- era la voz de Úrsula.
-Si, ya ha pasado, nunca os dije que en mi bolso siempre llevo un inhalador.
-Ya lo sabíamos y lo hemos encontrado, ¿cómo crees que has mejorado? Además nos imaginamos qué te ha pasado; le has visto el pie y la mano a Miss Aris, y la impresión te ha provocado un ataque de asma: ¿me equivoco?
-No, pero ¿dónde está ella? He de pedirle disculpas.
-Se fue cuando te tranquilizaste. Es médico y una gran persona. Hace cinco años perdió la mano y el pie en un accidente de automóvil, y menudo susto se ha llevado contigo.
-Pues ya estamos las dos iguales…
-Anda vete a ver al jefe a su despacho, te está esperando.
Después de retocarme un poco, bajé al despacho. Había olvidado la preocupación por un momento y ahora volvía a mí con más fuerza. -Pase Susana -me invitó amablemente al tocar yo en la puerta -¿Se encuentra mejor?
-Sí- contesté tímidamente.
- Me alegro mucho, porque vamos a necesitarla por mucho tiempo, desde hoy considérese en la plantilla fija, ¡Ah!, y me ha de prometer una cosa.
-¿Cuál?-contesté asustada.
- Algo imprescindible en Canadá. Que va a hacer lo posible para aprender más inglés.
Hoy, después de muchos años, confieso avergonzada, que la noche anterior de que ocurriese esta historia; Vi en televisión un episodio de la serie “V”.
Pero… todavía me pregunto… ¿Por qué verde?


María Subire

21 agosto 2011

RELATO A CONCURSO Nº 015 - MODELO ANONIMA

Hay un bullicio ensordecedor, se acerca la hora del desfile y los nervios se han hecho dueños de las modelos, estilistas, maquilladores, modistas y también de los empleados que deben preparar la pasarela como si se tratara de Cibeles. Es la primera vez que se presenta este evento en un gran almacén; un desfile de la próxima temporada primavera-verano y podría suponer un gran éxito de ventas o un desastre total.
En esa locura colectiva, parece que nadie tiene confianza en que saldrá bien:
-Necesito a la modista, se acaba de romper esta costura; que venga rápido porque también hay que retocar el largo. –dice a voz en grito la diseñadora, mientras sujeta con alfileres un vestido de lentejuelas negro, que enfunda a una escuálida modelo, con un moño tan cardado que desafía las leyes de la gravedad.
-Vamos, ahora pasa tú a maquillaje, no tenemos tiempo. En cinco minutos salimos y todo está sin terminar. –vocifera el director que a la vez va situando a las chicas por su orden de salida y dándoles los últimos retoques, bien sea colgando un bolso de su mano, una pulsera, un collar o lo que crea puede ayudar a su imagen para ensalzar al patrocinador del desfile.
En los improvisados camerinos, que son unos antiguos probadores cercanos al almacén ya no queda nadie, todo el mundo está saliendo a escena entre focos, música y altavoces. Los aplausos llenan el ambiente, los nervios se van relajando y empieza a flotar en el aire un sabor a triunfo.
El ayudante del asistente de maquillaje abre la puerta y se encuentra a una chica sin maquillar, sentada frente al espejo con la melena suelta, unos grandes ojos tristes y gesto de decepción en el rostro.
-No me lo digas, te ha pasado igual que a mí. Estoy seguro que no te han dejado desfilar, no te preocupes, yo tampoco he tenido ocasión de poner ni un poco de colorete. –le dijo a la chica.
Ella no respondió, pero el joven le aseguró que ninguno de los dos se irían a casa esa noche sin haberse estrenado en sus trabajos.
Enseguida buscó una felpa, la estiró suavemente sobre su melena y la anudó por detrás a la altura de la nuca, no quería ensuciarle ese increíble pelo negro que brillaba con luz propia.
La chica seguía callada, pero un gesto de aprobación reflejado en el espejo parecía darle permiso para continuar.
Buscó todo lo que iba a necesitar, giró el sillón hacia delante y observó la cara con gran profesionalidad, para ver donde debía corregir imperfecciones.
Realmente no había nada sobresaliente ni deforme en aquel rostro; su ovalo era perfecto, no necesitaría sombras oscuras para disimular un caballete en la nariz o un prominente mentón.
Polvos compactos, un poco de color en las mejillas, sombra de ojos y delineador en el párpado superior, para dar más expresión a esa lánguida mirada. Después algo de máscara en las pestañas, pero sólo en las puntas, para que parezcan mas naturales.
Había quedado perfecta; le faltaba resaltar el color de esa boca algo apagada, cuyos labios poco simétricos eran un desafío para su destreza con el pincel y el carmín.
Tenían que quedar luminosos, frescos e incitar a ser besados; por lo que escogió los tonos que le iban mejor con sus ojos miel y el color de piel.
Cuando acabó, se quedó mirando fijamente aquel bello rostro. La transformación era increíble por lo que se sintió orgulloso de su trabajo.
-¿Es qué no vas a decir nada? –le preguntó a la chica, pero seguía sin decir palabra.
Había terminado el desfile y como un río multicolor, lleno de bellezas envueltas en gasas y descalzas con los tacones en las manos, empezaron a llegar las modelos para desvestirse. El joven no debía estar allí y sin conseguir la esperada respuesta, tuvo que salir corriendo hacia la calle, mezclándose contra corriente para no ser descubierto.
Una triste satisfacción se dibujó en su semblante, al pensar que nadie más que ellos dos habían sido testigos de aquella metamorfosis, por la que no le dieron ni las gracias.
Seguramente algunas manos intrusas borrarían su obra maestra y dentro de un rato la chica se iría a su casa, con la cara lavada y sin rastro de aquella noche.
A la mañana siguiente y como un autómata, se encaminó a los grandes almacenes. Varias personas estaban delante de uno de los escaparates, se abrió paso como pudo y vio que estaban admirando a una maniquí, sentada en el banco de un simulado parque, que no era otra que su “modelo anónima”, luciendo un vestido primaveral muy acorde con ese fresco y sutil maquillaje que hacía exclamar a todos: ¡Parece que está viva!
Creyó ver cómo cerraba en un cómplice guiño uno de sus ojos desde el otro lado del cristal, esbozando una ligera sonrisa que movió la comisura de los labios; los mismos que perfiló a conciencia en los improvisados camerinos y en los que hubiera deseado perderse…


Esperanza Liñán Gálvez

20 agosto 2011

RELATO A CONCURSO Nº 014 - CRIMEN EN RIO

Río de Janeiro va a disfrutar de su carnaval, mulatas hermosas, bellísimas mujeres lucen sus cuerpos con diminutos vestidos, originales carrozas, disfraces, mascaras, desfiles grandiosos, todo está a punto para la fiesta. Hay gran bullicio en la ciudad que baila al son de la samba, han llegado gentes de todo el mundo para disfrutar de estos días desenfrenados. ¡El espectáculo está a punto de comenzar! Toda la ciudad vive en la calle que se desborda de alegría.
Desiré y Samanta son dos amigos homosexuales, Desiré está locamente enamorado de Samanta, pero no es correspondido.
Samanta es un chico de las Favelas que trafica con todo lo que tiene a su alcance, es atractivo, prudente, algo tímido, bastante ingenuo e introvertido. Muy requerido en las altas esferas sociales, ya que es bastante divertido cuando se encuentra a gusto y algo “colocado”, tiene a su alcance el poder suministrar todo lo prohibido, eso forma parte de su encanto.
Desiré por el contrario es el dueño de un club de alterne gay, persona fría, calculadora, cínica y psicópata, acostumbrado a tener todo lo que desea, no admite un no por respuesta a sus deseos, y, ha decidido conquistar a cualquier precio a Samanta.
Lo ha convencido para salir a dar un paseo por Rio en un día tan especial, hay que celebrar que está a punto de comenzar el carnaval, Samanta accede a la petición de Desiré y salen para hacer un recorrido por la ciudad, aunque el verdadero motivo de la salida es la conquista o, la muerte de Samanta.
El sonido de una sirena advierte que algo grave ocurre, un coche de bomberos se abre paso entre la multitud, en un callejón del centro, una persona se consume entre las llamas, el esfuerzo de los bomberos por llegar a tiempo ha sido inútil, la persona totalmente calcinada, ha muerto.
El inspector Santos, de la policía judicial, acude al lugar de los hechos y se hace cargo del caso para esclarecer lo que ha ocurrido.
No hay testigos del suceso, por lo que se presenta un caso difícil de resolver. La autopsia ha revelado que es un hombre de unos treinta años que ha sido apuñalado antes de ser quemado.
Son muy pocos los datos que tiene para iniciar la investigación, pero Santos es un gran especialista en estos asuntos.
Lo primero que hace es ponerse en contacto con sus confidentes por si alguien ha escuchado algo sobre este tema, pero de momento nadie sabe nada, su olfato lo lleva hasta los tugurios marginados de la ciudad, pero allí no han echado en falta a ninguno de los asistentes a esos lugares ni saben nada de lo ocurrido, no le pueden dar ninguna pista.
De allí se dirige a los lugares de alterne homosexual donde se encuentra con una variedad de personajes de lo más pintoresco; entra en “LA LOCA LULÚ” uno de los clubs más conocidos de Río, entre vestidos de plumas y lentejuelas, turbantes multicolores y mascaras con caras de mujeres atrevidas, las locas alocadas, se están preparando para disfrutar de la fiesta. En un rincón del local, bajo la tenue luz de una vieja lámpara de cristal, hay un diván, de descolorido terciopelo rojo, en el que dos enormes bigotes unen sus bocas, las alargadas pestañas cubiertas de espeso rímel impiden ver el color de los ojos.
Santos, que conoce bien a todos ellos, se dirige a Desiré, que es el dueño del local, preguntándole si ha ocurrido algo extraño últimamente en su ambiente, o si ha echado en falta a alguno de los clientes habituales. Algo extrañado por la pregunta le contesta que sí, que es raro, pero que hoy no ha visto a Samanta.
— ¿Quién es Samanta? pregunta el inspector.
—Samanta es uno de los muchos clientes que acuden a mi local, un personaje bastante ambiguo, que a pesar de relacionarse con todos y frecuentar el club, no cuenta nada sobre su vida, poco se sabe sobre él ni donde vive, no tiene amigos, lo que sí he podido observar es que miente con frecuencia y, que a veces se muestra algo pesimista sobre su futuro.
Santos le pide que le dé la descripción física de Samanta y que averigüe todo lo que pueda sobre este individuo.
La descripción se la da al momento: debe tener alrededor de treinta años, es alto y está hormonado, tiene el cabello teñido en un tono rubio rojizo, ojos verdes y nariz algo grande, labios gruesos muy sensuales, viste algo informal, sin ser atrevido, aunque en el ambiente del club exagera el vestuario, es bastante atractivo, maneja dinero, que cuando está de buen humor gasta alegremente.
Con estos datos en su poder, Santos busca las fichas de los homosexuales que tienen deudas pendientes con la justicia o que las hayan tenido, pero no descubre nada importante sobre la llamada Samanta.
Vuelve al club y pregunta a Desiré por lo que ha hecho durante los últimos días, este muy molesto e incomodo por la pregunta, secamente le contesta que ha estado preparando las fiestas del carnaval.
— En estos días hay mucho trabajo, he estado con los chicos en la escuela de samba ensayando todo lo relacionado con el desfile, cosiendo, montando la carroza, en una palabra preparando la cabalgata, cualquiera de los que están aquí lo pueden atestiguar.
Santos sale del club algo confundido, al parecer en ese lugar tampoco encuentra una pista fiable, tendrá que buscar por otros lugares, su cerebro no deja de pensar.
Cuando el inspector se va, Desiré sale precipitadamente del local y entra en una parroquia cercana, va en busca del párroco y le pide confesión, necesito confesarme urgentemente le dice al cura.
—Padre, me acuso de que he cometido un asesinato con premeditación, y Ud. es la única persona en la que puedo confiar sin que me descubra.
El cura está espantado, pero lo escucha pacientemente.
—Le voy a contar todo lo ocurrido, he matado al hombre del que estaba locamente enamorado, al negarse él a mis requerimientos intenté besarlo por la fuerza, forcejeamos y en el forcejeo le clave en el corazón el puñal que siempre llevo encima, perdí la razón, me ensañé con él, posteriormente prendí fuego a su cuerpo para borrar todas las huellas.
Escondido entre la gente, contemplé como ese fuego lo devoraba, vi llegar a los bomberos para apagar las llamas, pero yo bien sabía que era tarde, él ya estaba muerto.
No quería que nadie lo reconociera, nadie sabe nada de mis sentimientos hacia él, no me arrepiento de lo que he hecho, por lo tanto, no espero su perdón, pero necesito contarlo, y nadie mejor que Ud. para escucharme, ya que el secreto de confesión le impide ir a la policía para delatarme, aquí le dejo mi puñal para que Ud. lo haga desaparecer, no quiero tener en mi poder el arma homicida. Sin esperar ninguna contestación, se levanta del confesonario y vuelve al club.
Vestido con deslumbrantes plumas y lentejuelas, zapatos de brillantes y vertiginosas plataformas, en una original carroza cuajada de estrellas, Desiré sale del club para participar con su escuela de samba en el desfile del carnaval, sin pensar en lo ocurrido, baila locamente al ritmo de la música.
Brasil, la tierra donde yo nací…

Mª Eugenia Pereiro Barbero
Mayo 2011

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