31 julio 2011

RELATO A CONCURSO Nº 004 - TRANQUILA,MAMÁ

Sentada en las escaleras de acceso al colegio, miraba sin ver el patio de recreo que frente a ella aparecía desnudo y silencioso, un lugar desconocido cuando no era habitado por las risas y los gritos de los niños que lo poblaban con sus juegos, sus saltos, sus carreras, y lo convertían en un recinto que albergaba la vida en su más intensa expresión.

-Abrígate Laura, comienza a hacer frío, le dijo su profesora.

La niña le miró entristecida y rodeó su cuello con la bufanda.

-No estés preocupada, tu madre no tardará en llegar. Ya sabes que a veces, y a estas horas, el tráfico se complica mucho.

Laura le sonrió. Sus siete años le permitían comprender la generosidad de la “seño” quedándose con ella hasta que mamá llegara, algo que solía ocurrir con cierta frecuencia, y el afecto con el que la trataba desde que la separación de sus padres se había producido. Después de aquella larga conversación mantenida entre las dos mujeres mientras ella jugaba con sus compañeros y las observaba disimuladamente, Clara, su maestra, se había convertido en su ángel protector.

Insistía en aclarar sus dudas tras las explicaciones en clase, se interesaba por las tareas que le mandaba hacer en casa y le animaba a continuar siendo la misma.

-Eres inteligente y disciplinada. Y muy adulta para tu edad. No permitas que nada ni nadie te haga cambiar, le decía sonriente.

Tras un brusco frenazo y un desagradable chirrido, vio a su madre a través de la verja acercarse corriendo con expresión afligida.

-Lo siento, lo siento, lo siento..., perdonadme, perdonadme, perdonadme... repetía compungida.

-Tranquila Marta, la espera ha sido breve. No te acongojes, mujer.

Sentada en el coche, se ciñó con soltura el cinturón de seguridad y observó a su madre a través del espejo retrovisor. Veía su rostro descompuesto y los ojos brillantes amenazaban lágrimas.

-Mamá, no debes preocuparte tanto. Yo estoy bien y a la seño no le ha importado acompañarme.

-No estoy siendo una buena madre -le temblaba la voz-, intento hacer compatible mi trabajo y tus horarios, pero no siempre puedo. Y esto me tiene angustiada y no me deja dormir tranquila.

-¿Y cómo podría arreglarse, mamá? La voz de la niña sonaba serena.

-Si pudiera pagar a una persona de confianza para que te recogiera en el colegio y te atendiera hasta mi regreso, me sentiría más calmada. Pero tu padre no es muy generoso en su asignación y mis ingresos tampoco son para echar cohetes. Es una opción que ahora no nos podemos permitir.

-En mi cole hay muchos niños a los que vienen a buscarlos sus abuelos.

-Si cariño, pero los tuyos viven en otra ciudad lejos de la nuestra. No podemos contar con ellos, salvo en Navidad y en las vacaciones de verano.

En el ascensor, la señora del tercero le dedicó, como habitualmente lo hacía, la mejor de sus sonrisas. Siempre le preguntaba como le iba en el colegio, alababa el color de sus ojos, le aseguraba que era la niña mejor educada que conocía, y ponía en su mano unos caramelos de atractivos envoltorios que estaban rellenos de fruta.

Laura solía observarla con mucho interés, e instintivamente y desde su perspectiva infantil, intentaba clasificarla. No era una mujer joven, pero tampoco mayor; vestía bien aunque algo anticuada; no tenía aspecto de madre, ni de abuela, siempre la veía sola y tras su apariencia risueña, la niña intuía que se sentía triste.

-La señora Carmen es muy cariñosa, ¿verdad mamá? ¿No tiene familia?

-Creo que no. Me parece que está soltera, pero apenas conozco nada de su vida. Bastante tengo con sobrellevar la mía.

El tono de amargura en sus palabras entristecía a Laura. Quería recordar a aquella madre alegre y divertida que jugaba y reía con ella, la de la mirada transparente no velada aún por el desencanto. –“La separación de tus padres es reciente y aún está muy afectada, le había dicho su profesora, pero no te preocupes, volverá a ser ella misma”-. Después de la cena, Marta acompañó a su hija hasta la cama.

-¿Me perdonas la espera de esta tarde?- Preguntó mientras le acariciaba el cabello.

-No te preocupes mamá, yo voy a arreglarlo.

La madre sonrió ante la determinación en la voz de la niña. “Será una mujer más fuerte que yo, pensó, y eso le evitará muchos sufrimientos”.

Aquella tarde habían regresado a casa puntualmente y Marta se sobresaltó al oír el timbre de la puerta. No era habitual que recibieran visitas y no esperaba a nadie.

Se sorprendió al ver a la señora Carmen especialmente arreglada y con una cálida sonrisa en el rostro. Laura salió detrás de ella y se agarró con fuerza a su mano.

-Mamá, dijo con una voz solemnemente infantil, ya no tienes que preocuparte por los horarios. He adoptado una abuela.

Sentadas una frente a otra y observadas con gran interés por la mirada azul de la niña, Carmen fue venciendo la inicial sorpresa de Marta y desgranando poco a poco sus vivencias. Había vivido un gran amor en su juventud, pero la oposición de sus padres a que se casara con un jornalero de la finca de la que eran propietarios, obligó a éste a emigrar a Canadá y no aceptó que ella le acompañara. –“Sólo cuando tenga un futuro que ofrecerte -le había dicho-, vendré a por ti. Espérame”.

Transcurrieron los años, y las cartas que hablaban de la dureza de la lucha y del sacrificio, un día dejaron de llegar. Tiempo más tarde, supo por un compatriota que había muerto de una neumonía en el aserradero en el que trabajaba. Murieron sus padres, se instaló en la ciudad, disfrutaba de una economía saneada, pero el momento para compartir su vida con otra persona ya había pasado. Su gran frustración, no haber sido madre. Adoraba a los niños y la propuesta llena de candor que le había hecho Laura unas tardes atrás, le había emocionado. Estaba dispuesta a ayudarlas, y sabía que en la propia ayuda llevaba implícita su compensación.

El griterío de la salida de los niños de clase, dotaba al patio de un aire enfervorizado y alegre. Laura se abalanzó hacia los brazos de Carmen y ésta la estrechó con fuerza.

-¿Cómo te ha ido el día? Traigo la merienda. Podemos ir al parque y tomártela allí. Después te llevaré a casa para que hagas tus deberes, y jugaremos hasta que llegue mamá. ¿Te parece bien?

-Muy bien. Y volviéndose hacia su profesora que la había seguido, la niña dijo con orgullo: -Esta es mi abuela. Es adoptada-

Ambas mujeres intercambiaron una mirada cómplice y complaciente, y se estrecharon las manos en un mudo mensaje de comprensión.

Mayte Tudea
Julio 2011


30 julio 2011

RELATO A CONCURSO Nº 003 - ROSITA LA FANTÁSTICA

Nazik Al Malaika nació en Bagdad. Su madre escribía poesía y su padre era poeta, editor y profesor de árabe. Aficionada a la poesía desde muy joven, publicó sus primeros versos con diez años. Estudió en las universidades de Wisconsin y Princeton hasta recalar en el Trinity College de Dublín ciudad donde contrajo matrimonio con el agregado cultural de la embajada alemana. La profesión del marido le permitió recorrer gran parte del mundo. Fue en Córdoba (en aquellas lejanas jornadas sobre poesía, embrión de la actual Cosmopoética) donde conocí a Nazik recitando poemas suyos y del Andalusí Umayya Ibn Abu-as-Salt. Al anochecer nos reuníamos en algún lugar de la Judería donde nos contaba, con aquella voz dulce y calida con la que nos cautivaba, historias infinitas sobre personajes reales. Una noche nos habló de Joan Rosita Torr a la que Nazik había conocido tras un incidente diplomático en El Cairo. Es precisamente de Rosita de la quiero daros a conocer aspectos de su vida poco conocidos.

Joan Rosita Torr se casó a los 21 años con un militar, el coronel Ronald Forbes, destinado en Oriente. Adoptó su apellido y junto a él conoció China, India y Australia. Pronto el matrimonio fracasó al no soportar Rosita la vida militar y el carácter de Forbes. De vuelta a Londres tras dejar a su marido, su barco hizo escala en Sudáfrica desde donde intentó ir desde Durban hacia el norte siguiendo el curso del río Zambeze, aventura que las autoridades le impidieron. Sirvió como conductora de ambulancias y chofer a las órdenes del Gobierno Británico durante la Primera Guerra Mundial de lo que pronto se cansó, para emprender la vuelta al mundo por 30 países durante 13 meses. Posteriormente un editor la contrató para que escribiese una serie de artículos sobre la colonización francesa en el norte de África. Para ello condujo miles de kilómetros junto a su amiga Undine tomando notas, aventura que no la satisfizo, más partidaria de conocer sitios que de verlos. En El Cairo las autoridades británicas la contactaron para que en Damasco averiguara “detalles” sobre las intenciones del rey Faisal en Siria, en lo que fue su primer acercamiento al mundo de la política. Rumores de la época le achacaron formar parte de la nomina del espionaje británico.

La aventura más famosa de su vida fue cruzar el desierto de Libia hasta alcanzar la ciudad prohibida de Kufra dominada por tribus fundamentalistas que la detuvieron, le robaron y la encerraron durante un tiempo. Es en el diario de viaje donde la sensación de peligro y aventura se respira en cada una de sus páginas. Fue la primera mujer no musulmana que logró penetrar en la ciudad de Kufra. Para que no faltase nada en su biografía rodó una película a la que tituló “Desde el Mar Rojo hasta el Nilo Azul” de la que hoy solo se conservan unos escasos minutos. Se volvió a casar con un militar, el coronel Arthur Thomas McGrath, que la introdujo en la Royal Geographical Society que nunca premió sus trabajos con una medalla como ella hubiese deseado.

No cesó en sus viajes hasta que el matrimonio McGrath señaló un nuevo punto en el mapa para instalarse: las Bahamas. Allí adquirieron un terreno en la inhóspita isla de Eleutera donde se construyeron una casa al estilo de los castillos del Loira dando, una vez más, rienda suelta a su afán de protagonismo. Murió sin que se le hubiesen reconocido sus muchos trabajos. En su lápida no figura epitafio alguno, si bien para ello podría haber servido su más famosa frase «El viaje perfecto nunca termina, la meta está siempre en la orilla opuesta del río, al otro lado de la siguiente montaña» Descanse en paz Joan Rosita McGrath, más conocida como Rosita la fantástica.

Nono Villalta
(Agosto 2011)


28 julio 2011

RELATO A CONCURSO Nº 002 - LA BAÑISTA

Como un regalo adverso por sus cuarenta y seis cumpleaños, cerró la casa de modas en la que Marina era diseñadora desde hacía más de veinte años. La creatividad del mundo de la moda le apasionaba, vivía por y para ella, y se sentía fatal. Su marido se iba al trabajo, los hijos a la facultad , y ella, se quedaba a solas con su abulia y su desilusión.
Una tarde al entrar en su dormitorio, la cama parecía atraerla, deseaba meterse en ella, taparse la cabeza y perder la noción del espacio y la realidad. Al bajar la persiana, un rayo de sol la deslumbró, y se dio cuenta de que estaba a mediados del hermoso mes de mayo. Como una sonámbula se puso un bañador y un pareo, cogió el bolso, metió en él una toalla y el primer libro que tuvo a mano y se encaminó a la playa. Cuando llegó el sol estaba radiante, la mar celeste y en calma y la playa vacía, sólo había una bañista. La bañista era alta y delgada y su bikini negro mojado acentuaba más su delgadez. En la orilla se estrujó con las manos su melena y Marina vio en su rostro armonioso el brillo penetrante de unos ojos enigmáticos y oscuros. Sin saber por qué la bañista despertó en Marina curiosidad, y para desentenderse de ella cogió el libro ( ”Vida después de la vida” era su título) y comenzó a leerlo. La bañista paseaba por la playa y al pasar junto a ella la saludó con una voz bien timbrada. Esta escena u otras parecidas se repitieron varias tardes, hasta que en una tarde de gruesa marejada, coincidieron en sus paseos por la orilla y se vieron juntas hablando de inquietudes y preferencias. Se presentaron, la bañista se llamaba Eloísa, nació en San Sebastián, y allí vivía, aunque había trabajado mucho tiempo en Madrid, Roma y París. En la actualidad estaba haciendo un recorrido itinerante por el Sur y no tenía decidido cuándo regresaría a su tierra, allí no la esperaba nadie.
Sin citarse, se encontraban todas las tardes en la playa. Una tarde Marina llegó antes, abrió su libro y se puso a leer. Estaba intrigada con uno de los testimonios de libro cuando oyó a Eloísa que la saludaba. Después del saludo le preguntó qué libro leía, y al enseñárselo ella respondió:
-Yo he vivido una experiencia como las que relata Raymon Moody.
Al ver la mirada entre incrédula y asombrada de Marina, ella dijo:
-Sí, la viví hace cuatro años, mi madre aún no había fallecido, y cambió el rumbo de mi existencia. Sucedió en mi apartamento de París. Tenía que ir a un pase de modas en el que desfilaban unas modelos que había preparado en mi academia, y para planchar el traje que iba a ponerme coloqué la tabla de la plancha cerca de la puerta del salón. El cordón de la plancha era corto y le puse un prolongador, y como la corriente no le llegaba, para arreglar el problema cometí la imprudencia de no desconectarlo del enchufe, cogí un destornillador y comencé a manipularlo, al instante sentí una descarga en todo mi cuerpo y noté que iba a una velocidad vertiginosa, no sabía dónde. Veía a mi cuerpo, con mis propios ojos, pero desde otra perspectiva, sabía que era yo, aunque mi cuerpo parecía no pertenecerme. De pronto, me sentí casi etérea y que una paz muy dulce me envolvía, iba como flotando por un túnel, al fondo del cual divisaba una luz blanca y brillante que me atraía. Iba hacia la luz hipnotizada y a medida que me acercaba a ella era más feliz. A pesar del estado irreal en el que me hallaba, me acordé de mi madre y quise hacerla partícipe de mi felicidad.
-Mamá, mamá, soy muy feliz ¡Mamá, adiós!- murmuré en un susurro.
Sintiendo que me iba, me debatía entre irme o quedarme, entre el placer que sentía al acercarme a la luz y el sufrimiento que mi marcha le ocasionaría a mi madre. Pudo más mi amor de hija y comencé a gritar:
-¡No quiero irme!¡Mamá, mamá ven, dame la mano, llévame contigo!
Noté que tiraban de mí, que la luz perdía brillo y que se alejaba lentamente hasta perderse de mi vista. Un teléfono parecía sonar no muy lejos, quería ir a cogerlo y no era capaz de levantarme. Me dolía la cabeza y me sentía como si viniera de una latitud desconocida. Desorientada, sin noción de la hora ni del lugar donde estaba, logré incorporarme y me di cuenta de que era de noche, que estaba al final del salón y, que me había dado un golpe en la cabeza con el quicio de la puerta.
Esa noche la pasé en blanco y medité sobre el mundo ficticio y banal en el que me desenvolvía. El prestigio de mi academia se basaba en la preparación de las chicas con una disciplina casi espartana para triunfar a toda costa en la moda. Les enseñaba trucos de nutrición y artificios para que dieran la imagen que los modistos deseaban, eran para mí como robots de mi creación. Mi trabajo se centraba en la estética, pasaba de sus sentimientos, lo importante era que triunfaran, en su triunfo, estaba el mío. Traspasé la academia y volví a San Sebastián, y hasta que mi madre murió la cuidé intentando darle el cariño que le escatimé deslumbrada por una vida superficial que me ha dejado un gran vacio en el alma. Mientras Eloísa hablaba, Marina identificaba sus errores de conducta con los suyos.
Un mañana, Marina amaneció con dolor de garganta y como hacía temporal no fue a la playa hasta los tres días. Al llegar buscó a Eloísa y no la encontró. Los días siguientes fueron lamentaciones por no haberle pedido su teléfono y de búsqueda infructuosa. No la volvió a encontrar.
Pasadas un par de semanas, ojeando un periódico atrasado leyó:
-“Una mujer que no ha sido identificada ha aparecido ahogada en la playa de Levante. Es alta y delgada y tendrá unos cuarenta y tantos años. Se cree que sería arrastrada por la resaca del temporal que azota nuestras costas...”
A Marina se la vino a la mente Eloísa, y cogió el teléfono para recabar información del periódico, pero lo colgó. No quería saber lo que intuía, no quería pensar en la bañista viendo otra vez la luz blanca al final del túnel sin nadie que la rescatara o ¿sería lo que ella deseaba?


Amalia Diaz
Julio2011

27 julio 2011

RELATO A CONCURSO Nº 001 - CASO RESUELTO


Después de muchos años, el departamento de investigación policial está a punto de dar por cerrado el caso de Virginia, una mujer que desapareció de su domicilio sin dejar pista alguna.
Todo dio comienzo cuando en la comisaría de policía el comisario Sr. Romero irrumpió en su departamento hecho un basilisco, no podía contenerse. Virginia, su mujer, había desaparecido el día anterior sin dejar rastro alguno.
Puso en marcha todos los dispositivos policiales que tenía a su alcance para encontrar a su esposa, fue una búsqueda desenfrenada, pero, sin ningún resultado positivo, de la mujer no había noticias, no se la llegó a encontrar viva ni muerta.
El tiempo pasaba y el Sr. Romero no podía dejar de lado el caso, sentía verdadera obsesión por encontrar a su esposa, yo era el más consultado en toda la oficina, continuamente venía a buscarme para que le diera todas las noticias que tuviera, ya que a mí era a quien le llegaba de primera mano toda la información de las investigaciones.
¡Toda la información del caso la tenía yo!
¡Es mi mujer! —Me decía— Nos amábamos y éramos muy felices ¿Qué le puede haber pasado? ¿Un secuestro? no puede ser, nadie ha pedido rescate alguno ¿Ha huido? imposible, nunca me hubiera dejado.
Algo terrible tenía que haber ocurrido, por su propia voluntad era increíble que ella hubiera desaparecido, estaban viviendo un momento de ilusión perfecta en su vida, se estaban planteando tener un hijo, ya hacia tres años que habían contraído matrimonio y la pareja estaba totalmente consolidada.
Hasta el Sr. Romero ha llegado la información de que un inventor está terminando un aparato muy interesante, es un detector de cadáveres que, puede encontrar restos humanos aunque hayan pasado muchos años después de ser enterrados.
Movido por la necesidad de hallar a su esposa, a pesar del tiempo que ha transcurrido desde su desaparición, se pone en contacto con esa persona y ambos deciden iniciar la búsqueda, aunque sin muchas esperanzas de éxito, ya que el aparato en cuestión, aún no ha sido experimentado con anterioridad y son muchos los años que han pasado.
La hipótesis que tienen es que, ya que nadie pudo aportar información sobre ella, nadie vio nada raro, no escucharon nada, ni se encontró ningún rastro, lo que le hubiera podido ocurrir tendría que haber sido cerca de su domicilio.
La vivienda se encuentra en una urbanización bastante elegante en las afueras de la ciudad, es un lugar muy tranquilo cerca de un lago rodeado de un gran parque con hermosas flores y grandes árboles, hay numerosas casas con jardines, todas muy parecidas entre sí.
La búsqueda se inicia por la orilla del lago y se va extendiendo por las inmediaciones, el cerco se sigue abriendo pero no hay resultados, penetran en el amplio parque y rastrean hasta el último rincón, siguen sin hallar indicios positivos, poco a poco se van acercando a las viviendas, la del Sr. Romero es de las más cercanas al parque.
Al llegar a ella, la varita que sostiene el detector empieza a oscilar muy despacio, parece que quiere indicar algo, hay inquietud en las personas que intervienen en la búsqueda, los cuerpos se tensan y las miradas se cruzan. Traspasan el jardín y, ahora con más energía, la varita va guiando los pasos hasta llegar a un hermosísimo sauce llorón. Ahí la vara se detiene señalando a las raíces.
Nadie sale de su asombro ¿Qué puede haber ahí? El comisario está impasible, ni una mueca marca su rostro, nadie puede articular palabra alguna. Un inspector que va en el grupo toma la iniciativa y da la orden de escavar donde marca la varita.
Los ojos de los que se encuentran presentes no se pueden creer lo que están viendo.
El cadáver de una mujer se encuentra bajo el sauce.
Una sarcástica voz rompe el silencio, es la del Sr. Romero que dice: ¡Al fin la habéis encontrado! Os felicito, ha costado mucho tiempo y trabajo, pero al fin lo habéis logrado, grotescamente suelta una gran carcajada.
El inspector, toma el mando del caso y, conduce al comisario al departamento de homicidios para tomarle declaración.
Se recopilan todos los datos relacionados con el caso, hay que estudiar todo lo ocurrido desde el momento de los hechos hasta el día de hoy, hay que averiguar donde ha estado el error para no descubrir al asesino. El momento cumbre llega cuando el Sr. Romero es llamado para que declare.
Ahora da comienzo un duro trabajo, hay que recoger y guardar palabra por palabra todo lo que el comisario diga. Esta ha sido su declaración:
—Era una noche estrellada, lo recuerdo bien, después de hacer el amor apasionadamente algo se cruzó en mi mente, veía a Virginia en brazos de otro hombre, sentí unos celos irrefrenables y, mi paranoia me llevo a estrangular a la mujer que más he amado en mi vida, después me dirigí al jardín, allí, bajo el sauce, cavé un gran hoyo, subí a la alcoba y con sumo cuidado tome el cuerpo de mi esposa y lo deposité en él cubriéndolo de tierra, el verde sauce lloraría por ella toda la vida. El resto ya lo conocéis.
Según me consta, el Sr. Romero fue traslado de inmediato a un hospital psiquiátrico para que los médicos estudiaran su enfermedad. Mientras, los abogados preparan el juicio.
Esta es toda la información que hasta mí ha llegado de momento.
Ahora me encuentro descansando. Estoy acalorado y cansado, tengo los ojos cerrados, el despacho está oscuro y vacío. Una guapa secretaria que se ocupa de la informática se sienta ante mí. La luz azul me ilumina y me saca del letargo, me pide todos los datos que guardo del caso de Virginia, la mujer desaparecida.
Yo, computadora obediente le paso los informes que me pide y, ella con gran destreza, después de comprobar la información escribe, CASO RESUELTO, dando así por terminado el sumario.


Mª Eugenia Pereiro Barbero

Mayo 2011


24 julio 2011

EL SUFRIMIENTO INÚTIL

20-Julio-2011
Mayte Tudea.


Hoy tomo como punto de partida el título del artículo de nuestro amigo y compañero José Luis Casado publicado también en este blog “¿Posee algún sentido sufrir?”, ya que después de leerlo me ha provocado algunas reflexiones y me apetece trasladarlas al papel.

Yo siempre he mantenido que esta vida no es ni un valle de lágrimas, ni una idílica pradera cubierta de perfumadas flores. Es cambiante y monótona; atrayente y decepcionante; llena de posibilidades y también de frustraciones; un mar en calma que esconde tormentas inesperadas. Para mí, al menos, y hasta ahora, la vida ha sido todo menos aburrida.

Y aunque a lo largo de ella se producen hechos realmente dolorosos que justifican el sufrimiento –sólo un mineral es ajeno a él-, no me cabe la menor duda de que existen personas que se instalan en el mismo de un modo casi permanente, las que se etiquetan a sí mismas como “víctimas” y parecen encontrar un cierto gozo en su pesadumbre. Empleando un término tan habitual en nuestra política son aquellas que consideran que “cuanto peor, mejor”.

Relativizar es un verbo que nunca conjugan. Todo lo magnifican, lo ribetean de negro, lo valoran de manera negativa, y adoptan una actitud de sospecha permanente hacia los demás. La fuerza del “sino” como hado fatal que les persigue y acosa, les convierte a sus propios ojos en seres maltratados por la vida y el resentimiento les coloca en la insatisfacción y en la amargura.

Las actitudes de otras personas hacia ellos siempre son interpretadas oblicuamente. Si hablan, “me están criticando”; si callan, “no me hacen caso”; si miran “me juzgan”; si no es así “me ignoran”.

Decía el filósofo: “Yo soy yo y mis circunstancias”. De acuerdo. Pero también soy cómo las interpreto y cómo me enfrento a ellas.

Yo pienso que cuando nos encontramos ante un hecho adverso que nos disgusta o nos preocupa, el primer paso debería ser admitirlo. Ha ocurrido, es ya inevitable, lo tengo frente a mí, no puedo eludirlo ni ignorarlo.

El siguiente paso sería analizarlo. ¿Por qué se ha producido? ¿Ha sido fortuito o provocado? ¿Soy yo el culpable o lo son otros? No puede juzgarse de igual modo si a uno le corresponde toda o una parte de la responsabilidad, ni debería servirnos descargar el peso de la culpa sólo en los demás.

Inmediatamente después evaluarlo. ¿Es verdaderamente grave? ¿Trascendental? No convertir un grano de arena en una montaña, darle su auténtica dimensión, sin sobrevalorarlo ni empequeñecerlo.

Y por último intentar resolverlo. ¿Depende de mí la solución? ¿Cómo puedo afrontarla? Si la decisión está en manos de otros ¿Qué he de hacer para que la tomen? Y si el tema resulta insoluble ¿cómo he de aceptarlo y adaptarme a la situación procurando que me dañe lo menos posible?

El sufrimiento cuando resulta inevitable –la pérdida de un ser querido, la enfermedad, o un grave accidente-, es doloroso, pero no queda más salida que asumirlo y esperar que el tiempo cicatrice la herida, cure la dolencia y repare el daño. Y ese dolor nos fortalece y nos hace crecer como personas.

Lo que encuentro verdaderamente intolerable es el sufrimiento inútil. Aquél que nos amarga, nos estrecha el horizonte y nos impide disfrutar del bosque tapándolo con nuestros propios árboles. El que nos debilita y empequeñece. Aquél contra el que deberíamos resistirnos e impedir que convierta nuestra vida en un auténtico “valle de lágrimas”.



20 julio 2011

RELATOS CORTOS DE VERANO

Con el fin de revitalizar el blog durante este periodo veraniego, nos gustaría que nuestros colaboradores, lectores o simpatizantes, se animaran a enviarnos relatos breves para su publicación y cuya duración no sobrepase las dos páginas. El tema es libre.
Alentamos también a los lectores de los mismos para que los evalúen con un “bueno”, “muy bueno”, “excelente” o la calificación que entiendan merecen. Al final del verano se dará a conocer el que haya sido mejor valorado.

¡Esperamos sus colaboraciones!

La Junta Directiva.


P.D.: Las calificaciones pueden enviarlas mediante e-mail al correo de AMADUMA ( amaduma@gmail.com ), cada relato llevará un número y será publicado sin el nombre del autor, en los primeros días de Septiembre se dará a conocer el relato mejor evaluado, así mismo como el nombre de su autor.



12 julio 2011

Camisones, pijamas y camas.

Existe un lugar en la vivienda en el que los sentidos se desarrollan en toda su plenitud y donde la intimidad tiene el espacio propio para acomodarse. El dormitorio de matrimonio. Ésta estancia, dulcemente clausurada por voluntad propia, nos aleja de miradas y oídos indiscretos cuando se trata de cumplir con el deber intransferible del amor.

La igualdad de los sexos en la sociedad pierde su sentido en ésta estancia. Llegada la hora de meterse en la cama, las diferencias entre hombre y mujer son significativas. Mientras que el hombre se viste con el horroroso pijama alistado, la mujer se embellece como si de una fiesta se tratase. Las puntillas, los lazos y el generoso escote son indispensables para la ocasión. Los camisones de seda, algodón, piel de ángel y en algunas tan solo unas gotas de perfume sirven para recubrir deliciosamente su hermosura, habiendo excluido de su atuendo el horroroso esquijama, del que se ha apropiado, casi en exclusiva el varón. La exhibición seductora de la mujer contrasta con la apariencia de mayordomo del hombre. Mientras ella se da crema, se peina y se emperifolla tratando de cautivar a su pareja, éste se introduce en el lecho conyugal armado con auriculares y radio desesperado por la posibilidad de perderse un solo minuto de El Larguero.

Y es que la cama tiene un atractivo especial. Es el lugar donde se empiezan y se acaban veleidades, donde se nace y se muere, es lugar de gozo y de dolor, de escaso tiempo de lujuria y de larga postración por enfermedad. Pocos viajes entrañan mayor intriga y emoción que el de “irse a la cama con alguien” para establecer en ella la sede definitiva de su amor. A la cama se la teme o se la ama, pero nunca es indiferente para sus ocupantes, es más una cómplice muda de lo que se desea y de lo que se aborrece. En ella se disfruta impetuosamente o se padece distinguidamente. Allí se oculta lo femenino, y el hecho mismo de esconderse bajo la oscuridad de las sábanas denota el pudor de la que lo hace, deseosa también de que se la descubra en toda su inmensidad y hermosura. Es en esa oscuridad donde se ofrecen, noche tras noche, infinidad de historias virtuales que la transforman en la riquísima plataforma de la felicidad y porque no, de la desgracia. La cama siempre espera porque, antes o después, se teñirá de blanco o de negro, de suspiros o de expiraciones, de hermosos jadeos o de toscos ronquidos.

Y por fin el sueño. Esa hermosa ausencia que disminuye las pasiones pequeñas y aumenta las grandes, igual que el viento apaga las velas y aviva las hogueras, esa ausencia del cónyuge que debe partir para que finalmente podamos amarlo infinitamente. Nada hay más bueno y que se desee con mayor pasión que lo que no es o no está.

Hoy, he recibido dos SMS de mi compañera. El primero para decirme que todo había terminado…El segundo para decirme que se había equivocado de destinatario. Me ha dado un bajón enorme, no lo he podido remediar, así que he llamado a mi siquiatra pidiéndole hora.

(Para Mª. Victoria S.P. lectora fiel)


Nono Villalta (Julio 2011)


10 julio 2011

NUEVO HAIKUS

En la alborada,
despertar en tus brazos.
Nacer de nuevo.

La mar se mece.
Los reflejos del sol
plata en las olas.

Es mediodía.
En tu mirada brilla
la luz del mundo.

Tanta energía,
impregna los sentidos
y los desborda.

Arde la tarde.
Se doran las pasiones
a fuego lento.

Y en el ocaso,
los encajes violeta
ciñen las nubes.

Llega la noche.
Un manto oscuro y denso,
es su epitafio.

Sólo hay silencio.
Tú no estás, no me abrazas;
tiemblo de frío.



Mayte Tudea


08 julio 2011

LA HORMIGA, LA ARAÑA, LA ABEJA Y EL BUHO

Érase una vez que, en una tierra muy lejana, un Búho, desde lo alto de la rama de un árbol, observaba cómo trabajaban los tres animales.

Le dijo a la Hormiga: “tú trabajas mucho, no paras, siempre acarreando para tu hormiguero, todo tipo de comidas, para tener llena la despensa y no morir de hambre cuando llegue el invierno. Todo proviene del exterior, tú solo pones el tesón, el esfuerzo en el trasporte, la fuerza física. Pero trabajas de una manera anárquica, no seleccionas los productos, no empleas una metodología, no planificas, sólo acumulas y acumulas. Las hormigas sois muy curiosas, nunca os cansáis de buscar y de recopilar materiales. Sois como los experimentalistas, que acumulan y almacenan, sin preocuparse de la selección, por eso no aprendéis nada. Tanteáis con vuestras antenas y os repetís. No tenéis una luz, en vuestro interior, que os guíe. Estáis juntas, pero no vivís en sociedad. Vais por el mismo camino, en fila, repetitivas, monótonas.

Sólo empleáis una técnica, vamos a denominarla “estrategia A”.

Se dirigió, después, a la araña diciéndole: “Tú, al contrario que la hormiga, eres poco trabajadora. Te dedicas a sacar, de tu interior, tela y más tela, como si el mundo exterior no te importase. Tu producto es totalmente procedente de tu interior. Tú no acumulas nada. Trabajas para hacer tu tela, que es la trampa y, luego, a esperar a que las moscas, mosquitos, … caigan en tu red para alimentarte de ellos. El futuro éxito de tu producto, interno, viene de fuera, en forma de comestible.
Sois solitarias, tenéis poca curiosidad por la naturaleza que os rodea. No vais a ella, esperáis que ella venga y caiga en vuestra red. No buscáis, tenéis una mente aguda y, con muy poco material, podéis tejer y tejer una tela de argumentos enteramente subjetivos. Construís castillos en el aire, sois capaces de hablar de todo sin saber de nada.

Sólo empleas una técnica, vamos a denominarla “estrategia B”

Llamó, después, a la abeja y la puso como ejemplo a las otras dos.

-Vosotras dos deberíais imitar a la abeja – les dijo. Ella es la superación de la dicotomía: o todo externo o todo interno. Ella usa vuestras dos técnicas, la externa (de acumulación) y la interna (de elaboración). La infatigabilidad de una y la agudeza de la otra, la curiosidad por el mundo y la capacidad de seleccionar.
Ellas recogen néctar, polen, resina,…. de flores y árboles, del exterior, los asimilan en su interior, los elaboran y producen miel y cera. La miel de la sabiduría (saber) y la cera de las obras (obrar),

Ella emplea la “estrategia C”, que es el uso combinado de la A y de la B.

Deberíais copiar de la abeja.

-¿Y tú, quién eres? – preguntaron las tres.
- Yo soy el Búho.
- ¿Y tú qué estrategia empleas?.
- Yo uso la sabiduría, que está más allá de los datos extraídos del exterior, de lo puesto por el interior y del conocimiento, que es el uso combinado de ambos, de lo interior y de lo exterior.
Se puede ser sabio sin tener muchos conocimientos, sin acaparar muchos datos, sin tener mucha ficción e inventiva.
Yo, con ese mirar profundo, soy el símbolo de la Filosofía.




Tomás Morales Cañedo
-Filósofo



07 julio 2011

LA PRENSA

Hace unas cuantas la mañanas, iba de prisa a coger el autobús, cuando en el cruce de un semáforo antes de llegar a la parada, veo un quitasol rojo y blanco al borde de la acera y a una chica con una gorrita de estos mismos colores que se me acerca ofreciéndome un periódico de un montón que tenía en una carretilla. Como es de suponer, era un periódico gratuito de los que proliferan en las ciudades más importantes de España desde hace unos años, cogí uno y lo metí en el bolso. Al llegar a la parada no había nadie, sólo había en los asientos un par de periódicos igual al que yo llevaba. El viento movía sus hojas arrugadas y trataba de esparcirlas por la calle, hasta que lo consiguió.
La prensa gratuita en Málaga comenzó en los primeros años de este siglo. Lo hizo con un par de periódicos, pero al ser una época de buena economía hubo un aumento de estas ediciones y de sus tiradas, hasta el punto de que, los vendedores de la prensa tradicional comenzaron a protestar. Recuerdo una pegatina, en la que se veía una patera llena de quiosqueros con una flecha y un rótulo que decía: A MARRUECOS.
Al margen de esta anécdota, es cierto que por el centro de la ciudad te ofrecían periódicos por todas partes (ahora se siguen ofreciendo, pero con más moderación) la gente los cogía, y como no les costaba nada ni tenían interés en leerlos, de la misma forma los tiraban. Los días de viento, cuando iba por la Alameda, veía a las hojas dispersas formar remolinos por las aceras y la calzada, y no podía evitar pensar en el derroche inútil de papel, ni en los árboles que tendrían que ser talados para sostenerlo (el que se recicla, no llega ni al diez por ciento) y me acordaba, de la época en que las hojas de los periódicos tenían múltiples usos, entre ellos, servir de envoltorio en el pequeño comercio.
El periódico como medio de comunicación en España, suele fecharse en el año 1661 con la aparición de La Gaceta de Madrid. Hasta 1789, el periodismo se caracterizó por el dominio que el Estado ejercía sobre él. En el siglo XIX, la prensa adquiere un tinte político en el que se difunden las ideas liberales. Durante el Romanticismo, Espronceda es articulista de prensa y Mariano José de Larra fundó su primer periódico, El Duende Satírico en 1828 y El Pobrecito Hablador en 1834. Estos periódicos a pesar de su corta duración, dieron muestra del fino poder de observación de Larra y de su mordaz humor. A finales de ese siglo aparece la prensa obrera. Esta prensa, fue la que puso al pueblo en contacto con la crisis y los desastres del noventa y ocho, derivados de la pérdida de Cuba y Filipinas.
Durante la Guerra Civil desaparecieron muchos periódicos, sin embargo, en ambos lados de la contienda se imprimían otros propagandísticos, de acuerdo con sus ideologías. Luego en el franquismo, además de algunos periódicos locales, reaparecieron los de ámbito nacional como el conservador ABC o La Vanguardia (editado en Barcelona y que tuvo que llamarse La Vanguardia Española) y otros afines al Movimiento Nacional como Arriba y El Alcázar. También la Conferencia Episcopal controlaba los diarios de tendencia católica; Ya y El Debate.
En la Transición, comenzó a editarse Cambio 16 que se convirtió en el periódico más progresista de España. En esta etapa de nuestra historia, la prensa experimenta un gran auge con publicaciones de todo tipo.
Con la democracia, tras la Constitución de 1978, se formaron las grandes empresas periodísticas. Siguieron editándose los diarios históricos ABC y La Vanguardia (que recupera su título original) y aparecieron otros cercanos a los dos principales partidos: El País, vinculado al PSOE editado por el Grupo Prisa y El Mundo al PP por el Grupo Vocento.
Cuando se habla de temas relacionados con la prensa, siempre me acuerdo de Orson Welles en su película “Ciudadano Kane”. En esta su opera prima como director, nos mostró la vida del magnate del periodismo Randolph Hearst y los entresijos del denominado “Cuarto Poder “en EE UU. Ese poder tiene hoy unos grandes competidores en la radio, la televisión e internet, aunque estas no son más que otras formas actuales del periodismo. Así lo ha reconocido el prestigioso premio Pulitzer que otorga la Universidad de Columbia, que en vista de que los diarios utilizan cada vez más internet para su divulgación, desde 2006 entrega un premio a las obras publicadas en este medio de comunicación.
Como la publicidad está hoy en todas partes, ella es la que nos costea esos periódicos gratuitos que nos ofrecen en la calle. Los editan los grandes grupos periodísticos que dominan la prensa en nuestro país, y traen apenas esbozos, de las noticias que desarrollan los de tirada normal. El poder que tengan de ese llamado “Cuarto Poder” pienso que será mínimo, pero no me gusta verlo en el suelo ensuciando las calles de nuestra ciudad.


Amalia Díaz, 17 de abril de 2011


06 julio 2011

¿POSEE ALGÚN SENTIDO SUFRIR?

Cumple ya ocho fructíferos años, desde su primera edición en La Esfera de los Libros, allá en el 2003. Según datos de Internet, se han vendido más de 200.000 ejemplares, a través de numerosas reediciones de su contenido. La autora de este interesante y útil libro, La inutilidad del sufrimiento, es la psicóloga madrileña María Jesús Álava Reyes (1954). Y el subtítulo que completa la plaqueta titular responde a Claves para vivir de una manera positiva. Tuve la oportunidad de adquirir y leer este manual hace ya algo de tiempo, pero todavía recuerdo la estructura que presidía la exposición de su autora. A través de numerosos ejemplos, concretos y reales, elegidos entre su copioso archivo profesional, María J. Álava analiza muchas de las causas que nos hacen sentirnos infelices, proponiendo, al tiempo, pautas renovadoras de comportamiento que nos ayuden a controlar situaciones y conflictos, a fin de integrarlos en la normalidad cotidiana de nuestras vidas. La tesis que propone, en el título de este manual para la autoayuda, es que todo sufrimiento resulta profundamente inútil, porque nos entristece, nos bloquea en nuestra capacidad de reacción y nos hace perder un tiempo precioso para madurar y caminar por la vida, con el talante de una actitud positiva ante la dificultad.
Traigo a colación este trabajo realizado en el ámbito de la psicología, porque en tiempos de crisis resulta inteligente afrontar los retos y problemas con un talante valiente y positivo, a fin de integrar y superar atmósferas adversas. Y aunque debe ser argumento para otros artículos de opinión, quiero hacer mención a la alusión que he realizado de tiempos de crisis. Debería añadir, fase o etapa de crisis para el contraste. Pues al tiempo que todos las tardes podemos ver una larga fila de personas en el malagueño comedor social de Santo Domingo, organizado por la benefactora organización de Los Ángeles malagueños de la Noche, fila alargada de personas con grave dificultad económica, las cuales reciben de forma diaria algún alimento para subsistir, pásese Vd por chiringuitos, mesones y restaurantes urbanos o rurales, en un mismo fin de semana. Verá que no queda un asiento libre. Incluso hay muchas listas de espera, telefónicas o personales, para menús de 30 euros o más el comensal. ¿Nos hemos fijado cómo se retiran, en esos restaurante, los platos de los comensales, repletos de alimentos no consumidos y que van sin el mayor raciocinio al cesto de la basura? Tiempos contrastados de crisis, que debemos tratar en otro de estos escritos semanales.
Efectivamente, al cabo de las veinticuatro horas que integran el día, llegan a nuestro círculo vivencial, incomodidades, adversidades, problemas de muy diferente índole y nivel, que nos aturden, desconsuelan, incomodan e, incluso, deprimen. Y lo que supone una tara de mayor gravedad. Generan en nuestro ánimo un estado de sufrimiento que normalmente nos entristece y bloquea para la necesaria e insoslayable capacidad de reacción. Y lo más grave de su penosa influencia, es que, en una mayoría de casos, no poseen ni la gravedad ni la trascendencia necesaria para sumirnos en ese estado de postración o hundimiento que tanto y cruelmente nos afecta. Y esto se puede fácilmente evaluar cuando, al paso del tiempo, comprobamos la verdadera trascendencia o naturaleza del hecho en que nos hemos visto inmersos.
En modo alguno se quiere, con esta última afirmación, reducir o desvirtuar la importancia de situaciones que están vinculadas con estados degradados en la salud, relaciones sociales en lo humano o materiales, para el ámbito de lo económico. Por supuesto que no. Pero sí es más que imprescindible relativizar y ubicar en su exacta dimensión la naturaleza del hecho. Evitar, en la medida de lo posible, la sobredimensión que adjudicamos a esa situación que repercute en nuestro ser y existir. ¿Por qué mantenemos este planteamiento renovador? Fundamentalmente porque la exageración en la naturaleza del hecho va a impedirnos o dificultarnos las respuestas para una racional superación del mismo. Solución que necesitamos y que, en modo alguno, debemos o podemos “aparcar” u obviar.
Una primera medida de reacción en la respuesta es asumir el problema. Aceptarlo como parte inevitable de la naturaleza humana, que incide y subyace en nuestra persona. La rebeldía, ante aquello que se guarnece o presenta con ropajes de evidencia, es una posición que adquiere el gesto de lo infantil y los síntomas de la irresponsabilidad. Como antes se manifestaba, habrá que analizar y calificar la verdadera naturaleza del hecho. Por leve o grave que sea, hay una primera salida en el oscuro bosque de los agobios. Relativizar la verdadera gravedad de su naturaleza. Es evidente que podía haber sido peor o más lesiva su influencia para nuestras vidas ¿verdad? Miremos, observemos y reflexionemos en nuestro entorno, próximo o mediato. Hay hechos peores y más graves que afectan a otros. Y que también podrían llegar a nuestras vidas. Por eso es aconsejable y saludable relativizar la trascendencia que hemos concedido en la primera sobredimensión de aquél.
Ahora, en 2º lugar, habrá que buscar y dibujar soluciones. Por nosotros mismos, en nuestra privacidad o ayudados por otros que, sin duda, poseerán un mayor nivel o calidad en las pautas de objetividad. Poco a poco, con facilidad, esfuerzo o “sufrimiento”, encontraremos algunas soluciones que reducirán, resolverán o, al menos, paliarán los efectos sus negativos efectos, de todo nivel y carácter. Hay terapéuticas que resultarán fallidas. Pero en los estantes de las formulas magistrales farmacéuticas siempre estará esperándonos otras fórmulas que sí, para este caso, tendrán la categoría de medicinas adecuadas. Igual no sanan la patología, en su totalidad, pero, al menos, ayudarán a sobrellevarla y a reducir su influencia con sus efectos inhibidores y pesimistas.
En alguna otra ocasión se ha hecho alusión en estas páginas a una sencilla, pero eficaz, estrategia para afrontar los tiempos áridos, en el lienzo humano de lo cromático. Me refiero a lo que denominamos ley de las compensaciones, presente en tantas y tantas de las situaciones humanas. Hay que saber paliar o reducir la amargura con el néctar azucarado, psicológico o material, de la compensación para nuestra necesidad. Y es que la propia vida fluye o funciona, en esa misma dimensión. No todo va a ser negativo. No todo se va a vestir con los aditamentos de la esplendidez. Y si el propio entorno no equilibra nuestro retroceso o bloqueo con esa también ley de lo imprevisto u ocasional, tendremos que aplicar el esfuerzo en ir a la búsqueda de ese algo que nos puede traer de nuevo al rostro psicológico de nuestro ánimo un mejor semblante para el continuar. ¿Compensaciones?
Un regalo, ese paseo, una práctica deportiva, una música, una canción, un atardecer, una oportuna compañía, cambiar el mobiliario, una lectura, una llamada telefónica, una sonrisa, una afición, modificar el vestuario, un gesto para con los demás, unas letras en el papel, un amanecer, un jardín, un viaje, un sueño que se hace real, un alimento, un saber esperar……. Etc. Las hay. Ahí están. Prestas y solícitas a nuestra compañía, para la necesidad.
Como acertadamente manifiesta nuestra autora, el sufrimiento carece de sentido u operatividad. Sufrir por sufrir, difícilmente resuelve el conflicto. Y no es bueno quedarse, con pesimismo rayano en el masoquismo, braceando sin solución en el pantanoso lago de las adversidades. Siempre habrá una puerta, iluminada de luz y color, por donde se pueda penetrar al otro entorno, también natural y vital, de la esperanza. Incluso en el ámbito de la enfermedad, la medicina lucha por evitar, en los distintos flancos de la batalla, que el paciente sufra. O, en todo caso, porque sufra lo menos posible. A pesar de que, es ley de vida, en muchos de los casos esa batalla esté perdida para la vida. Pero paliando, con la ayuda de la técnica, ese sufrimiento degradado para lo somático e, inevitablemente, también para lo psíquico o espiritual.
A pesar de todos los pesares, mañana de nuevo nos va a iluminar el sol. El mar y sus olas nos van a humedecer en la aridez y sequía de nuestros desalientos. A pesar de que hay mal y suciedad en nuestro entorno, también reclama su atención la bondad y limpieza de comportamientos honestos y ejemplarizantes. Pero hay que buscar ese amable amanecer que compense y supere las tinieblas de un anochecer brusco y hostil para la cordialidad. Es una aconsejable e ineludible postura que hunde sus raíces en la racionalidad, en lo imaginativo y en el dinamismo constructivo para la superación.
¿Es totalmente inútil ese sufrimiento, concretado en diversos grados y niveles de potencia? Bueno, si éste ha de llegar, al menos nos hará practicar la virtud de la humildad y sencillez para lo humano, aceptando que está ahí, incardinado en nuestra propia naturaleza. Y no deben avergonzarnos unas lágrimas que broten translúcidas por el rostro de la desesperanza. Puede haber otras, no menos translúcidas o viradas de cromatismo que refleja el espejo de lo natural, que muestran la alegría. Alegría por la amistad, por la generosidad y por la bondad solidaria. En una época enferma y lastrada por la endemia del egoísmo, es una saludable medicina la virtud de pensar y hacer más, mucho más, por los demás. Nos estaremos ayudando a nosotros mismos. Esa sí que es una regla básica, imprescindible, de todo capítulo para la autoayuda.-


José L. Casado Toro (viernes, 17 de junio, 2011).
Profesor.
http://www.jlcasadot.blogspot.com/


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